pasillo interior del convento de las claras. / j. l. gonzález
Viven en medio del casco histórico separadas del mundo exterior por muros de diez metros de alto y casi uno de ancho. El contraste con el bullicio de la calle en medio de una frenética mañana de consumismo navideño impacta desde el primer instante. Dentro, reina un silencio solo interrumpido por el timbre que suena una y otra vez. No conocen el mundo que las rodea más que por los dramas y las alegrías que les cuentan quienes acuden a su puerta para pedir un poco de comida, una palabra de consuelo o simplemente una oreja que sepa escuchar. Las monjas clarisas son la orden con más historia de La Laguna y por primera vez en cinco siglos abrirán su convento de clausura a la sociedad para poner en marcha un centro de espiritualidad.
La abadesa, sor María Luz, asegura que la creación de este centro tiene una inspiración en la filosofía franciscana que guía su misión: "Queremos brindar un espacio de encuentro con Dios y con uno mismo". Por eso no tendrá nada que ver con las tantas hospederías que gestionan otras órdenes. Su objetivo es mucho más ambicioso: "Sabemos que hay personas que tienen mucha fe y otras que, aunque no tengan creencias fuertes, necesitan hacer un alto para pensar hacia dónde va su vida. Y aunque en esa parada no haya una intención de fe, habrá un acercamiento a Dios. El simple hecho de está aquí y saberse en un lugar que para ellos es un misterio, un secreto, sabemos que les otorgará un sentido de trascendencia a la experiencia".
El centro abrirá cuando terminen las obras de rehabilitación que llevan a cabo ahora. Funcionará en cuatro amplias habitaciones del ala izquierda del edificio, que estarán disponibles durante todos los días del año. Una vez dentro, los invitados "podrán disfrutar del silencio", comenta la abadesa. Las monjas tienen permitido hablar solo dos horas al día. "Nuestra misión nos exige silencio para llenar nuestra vida de espiritualidad. Hablamos con Dios y le pedimos por quienes confían en nosotras. Un convento de clausura es como un puente. Por un lado suben todas las súplicas y por el otro baja la gracia divina", asegura la religiosa con una sonrisa.
El tiempo de estancia no tiene un límite preestablecido y se podrá prolongar por un puñado de días siempre que sigan las normas de la casa. A diferencia de lo que se estila en los clásicos retiros espirituales, aquí los seglares no estarán acompañados de un sacerdote. Estarán solos y no compartirán ningún espacio con las monjas, ni siquiera durante las comidas, aunque afirman que"si una persona nos necesita, ahí estaremos para acompañarla o para darle una palabra de aliento".
Las monjas no cobrarán nada por este servicio, aunque si aceptarán donativos. La recaudación irá íntegramente a la labor social que realizan. A diario entregan decenas de bocadillos a los más necesitados. "Muchas veces los manda el propio Ayuntamiento. Cuando ven a alguien muy agobiado nos lo mandan, porque ellos no tienen comida y nosotros aunque sea les damos un bocadillo", relata la abadesa.
La comunidad que habita el convento está compuesta por 15 monjas. Sor María Luz es castellana de nacimiento y llegó "a la casa" de La Laguna, como ellas le llaman, hace doce años. Desde que atravesó el zaguán del monasterio, su vida transcurre entre estas cuatro paredes. Como ella, otras tantas religiosas jóvenes impulsaron el relevo generacional que la falta de vocaciones impedía hacer y que hace 23 años estuvo a punto de provocar el cierre definitivo del convento más antiguo de Tenerife y única sede de las clarisas en Canarias. La procedencia de las monjas es tan diversa como su edad. Seis vienen desde distintos puntos de la península, cinco son canarias y cuatro angoleñas. La más joven tiene 27 años y la mayor 80, aunque la mayoría está entre los 30 y los 45 años.
Su rutina diaria gira en torno al trabajo. No tienen horas de descanso. Desde que se levantan hasta que se acuestan lavan, cosen y bordan ornamentos litúrgicos. En su cocina también se elaboran las hostias con las que los fieles comulgan en todas las parroquias de Canarias. "Hay un convento de carmelitas donde también las preparan, pero nosotras las hacemos más finitas y más blanquitas y parece que gustan más", señala. La receta no puede ser más sencilla: harina y agua. La clave está en "batir la masa a su punto y tener un buen horno".
Esas labores mantienen a flote su pequeña economía doméstica. Sus votos de pobreza han erradicado de sus vidas cualquier signo de lujo u ostentación. Se alimentan de forma moderada tres veces al día y viven sin posesiones. Por eso no es de extrañar que digan que ellas no notan la crisis. "Sabemos vivir con muy poco y no sentimos necesidad de más. Somos plenamente felices de esa forma", dice sin un ápice de duda.
Con costumbres que llegan a nuestros días desde tiempos medievales, las clarisas han cambiado muchas de sus reglas durante los últimos 50 años en estos "puentes entre Dios y la humanidad", como los define la abadesa. "Antes había rejas en todas las puertas y ventanas y se ponían tres llaves a la puerta. Muchas mujeres venían obligadas por sus familias, que veían en el convento una salida para las hijas que no habían podido colocar. Hoy, nuestra elección es totalmente libre y eso legitima mucho más nuestra entrega", afirma la religiosa.
9Las grandes transformaciones sociales del mundo exterior desde finales de los años cincuenta hasta principios de este siglo también se tradujeron en una rápida evolución de puertas adentro. Pasaron de ocultar su rostro tras un velo a navegar por internet y mandar correos electrónicos. "En un convento de clausura también hay juventud. Eso hace que no nos quedemos retrasadas y nos vayamos acoplando a la vida moderna. Es bonito poder vernos la sonrisa y también es muy útil usar los medios de comunicación maravillosos que hay en estos tiempos. Eso sí, lo usamos con control", confiesa. La red solo se usa para consultar los documentos del Vaticano y para ponerse al día en temas culturales. Están convencidas de que no pueden "desaprovechar la riqueza que nos ofrece Internet".
En estas fechas próximas a la Navidad, la austeridad cotidiana de las clarisas se intensifica aún más. A sus hábitos de ayuno suman jornadas de vigilia en las que refuerzan sus plegarias. Sobre la voracidad consumista que impregna las calles, confiesan que sienten "mucha tristeza de que se busque suplir carencias afectivas con cosas materiales". Mientras, adentro todo es "ilusión". En 2011 iniciarán proyectos y celebrarán un año jubilar por el 800 aniversario de la Orden.
@LAURA DOCAMPO,(LA LAGUNA)/Laopinión.es