Fotografía: Trivago/Mikaella
Maryline Martin, como muchas niñitas francesas, estaba enamorada de la Edad Media, con sus castillos, doncellas y caballeros. Trabajó en Pier 1 Imports por un tiempo, después regresó a esta parte de Borgoña y pensó en cultivar hongos.
Trabajó en varios lugares, incluso en una agencia de empleos, hasta que finalmente decidió construir una réplica de un castillo medieval, de mediados del siglo XIII, usando las técnicas de la época: herramientas de hierro y nada de electricidad.
En sociedad con Michel Guyot, un vecino que restauró el cercano castillo de St. Fargeau, adquirió una cantera abandonada de arenisca y el bosque a su alrededor, donde había robles, arcilla, arena y agua (la que encontraron mediante un adivinador, dijo) que se necesitarían para la construcción.
Se cortó y colocó la primera piedra en 1997, y ahora está adquiriendo forma el castillo, con torres redondas, un gran salón, y arcos nervados y abovedados.
Los muros ahora están suficientemente altos como para que las piedras se eleven usando un sistema de poleas impulsado por un hombre caminando en una enorme rueda de madera, como un hámster en una caminadora circular. Los planes requerirán pronto una nueva rueda en la que puedan caminar dos hombres.
El castillo, llamado Guédelon por el bosque circundante, ahora es un interés autosustentable. Hay 67 empleados, un presupuesto anual de aproximadamente $3.25 millones y cerca de 315,000 visitantes al año, incluidos 80,000 escolares que llegan a este sitio bastante remoto, a dos horas de París. El costo regular por entrar es de nueve euros, y se concesionó la rentable taberna a una empresa privada.
Sin embargo, no es un Disneylandia ni un Williamsburgo colonial, aunque los trabajadores dicen que pasan la mitad del tiempo hablando con los turistas y explicándoles lo que hacen.
El propósito de Guédelon es esencialmente académico y didáctico: tratar de usar o recrear, lo más que sea posible, las técnicas de construcción de la época, que se supone es 1241, los primeros años de Luis IX.
Se supone que el castillo pertenecería a un señor regional, partidario de la Corona tras una fallida insurrección de los barones en 1226, suficientemente acaudalado para usar algo de piedra tallada, comprar algunas especias y tener un gran salón, pero no tanto para un puente levadizo.
Florian Renucci, el director del sitio, es un mampostero que trabajó en la restauración de monumentos nacionales, como el Pont Neuf en París. Y un consejo científico de asesores aprueba los planos y las técnicas.
En tanto que el castillo está clasificado como arte y no habitación --así que no tiene que ajustarse a los códigos modernos de construcción--, la seguridad de los propios trabajadores es un problema constante.
Los directores negocian con las autoridades locales y las aseguradoras para que los mamposteros, por ejemplo, deban usar gafas protectoras cuando cortan o cincelan piedra, y los obreros, botas con punta de acero.
El andamiaje de madera está sostenido con cuerdas, y las autoridades locales insisten en que se usen las modernas que han pasado las pruebas estándar para servir de apoyo para el soporte de la carga.
Un inspector de construcciones quería prohibir la rueda para caminar, porque decía que ``era algo malo para la dignidad del hombre, los hombres no son animales'', pero se convenció al final.
Mientras que los trabajadores cortan su propia madera, hacen sus propias argamasa y losas, se compran algunas enormes vigas de roble en una ciudad vecina, junto con algunos bloques de piedra caliza extraída en forma comercial, que después tallan a mano. No obstante, casi toda la piedra es de dura arenisca roja de la cantera.
Aunque se paga bien a los trabajadores, que tienen jornadas largas --porque tienen más de cuatro meses de vacaciones en el invierno, cuando hace demasiado frío para construir con la argamasa de aquella época, que seca muy lentamente-- el trabajo requiere tanto habilidad como esfuerzo físico.
Aunque los planes son terminar el castillo en los siguientes 12 a 15 años, con su gran salón, habitaciones para la familia, grandiosa escalinata y torre de casi 95 pies, el punto del ejercicio es la construcción, no su conclusión.
Para Martin, Guédelon ha sido ``una delirante aventura humana'', expresó. ``Cuando coloquen la última piedra, será terrible, terrible''.
By STEVEN ERLANGER / NYT
TREIGNY, Francia
@El Nuevo Herald