Queridos lectores de “Fratertempli”,
Es la primera vez que publico una noticia a través de este magnífico medio divulgativo que lleva acompañándonos durante algunos años.
Siempre he querido escribir alguna cosa a través de Fratertempli y he de reconocer que me sentía en deuda con el director del blog, nuestro querido hermano Fr.+Anselmo.
Así que he creído oportuno compartir con todos vosotros mi experiencia estival, aprovechando que para el próximo mes de septiembre, algunos hermanos del Gran Priorato Templario de España, siguiendo este año de jubileo, están interesados en cubrir algunas etapas del Camino de Santiago.
La pasada semana, concretamente el viernes 14 de agosto, retomé el Camino de Santiago desde Burgos, para acabar en la ciudad de León. El trayecto constaba de 178 kilómetros, que debía cubrirlos a pie durante seis días. Quizás sea de los pocos peregrinos que optan por no hacer el camino de una sola vez. Prefiero tomar una semana de mis vacaciones para cubrir “el Camino” y de esa forma reservar otras semanas estivales para otros compromisos y obligaciones.
Según los viajantes más “veteranos” del Camino, el tramo que va desde Burgos a León, es de los más aburridos, debido a las inacabables llanuras de la meseta del norte peninsular, donde las montañas más cercanas que pueden contemplarse durante el camino son las de la cordillera cantábrica, ubicadas al norte.
Atrás quedaron las villas de Burgos, Hontanas, Boadilla del Camino, Carrión de los Condes, Terradillos de los Templarios, El Burgo Ranero y León; donde todas ellas me sirvieron para descansar y pernoctar en sus acogedores albergues. Después de unas siete horas caminando para cubrir los treinta kilómetros de media por etapa, una buena ducha era lo que más te pedía el cuerpo para poder quitarte tanto el sudor como también el polvo.
Algo mágico tiene el Camino de Santiago, que atrae a tanta gente venida de distintos lugares del mundo. Los hay que lo hacemos por peregrinación, donde intentamos cumplir las promesas que nos hemos marcado, otros lo hacen por deporte, algunos otros como ruta senderista, y otros lo hacen para experimentar nuevas sensaciones. Sea como fuere el objetivo del Camino, una cosa está clara. En el momento que se empieza la caminata, todos somos iguales. No existen diferencias ni sociales ni tampoco económicas, el camino es igual para todos. La fatiga, el cansancio, el dolor de las ampollas, la tendinitis en las articulaciones inferiores, afecta a todos por igual.
Es en ese preciso momento donde cada uno comparte con el resto lo poco que lleva en la mochila: el agua, las cremas solares, los geles antiinflamatorios, la comida…Y es entonces, cuando te das cuenta, como dice el grito de guerra del Liverpool C.F. que “you’ll never walk alone” nunca caminarás solo. Siempre hay alguien que desea acompañarte durante el camino, compartir sus vivencias, sus inquietudes, su manera de ver la vida. Esos momentos son los mágicos del Camino, los que te llenan enormemente.
Siempre quedarán en mi recuerdo las personas con las que compartí algún instante del Camino. Encarna, la inquieta chica de Gerona que siempre acababa la etapa antes que yo; Ricardo, el cirujano de Milán que me confesó su gran admiración por el Temple; Anáitz, la joven directiva de Donosti que quería encontrar un hombre que la llenase de alegrías; Damian, el polifacético trotamundos de Nueva Zelanda con el que me reí mucho; Puri, la emprendedora mujer valenciana que a pesar de pasar de los sesenta, tenía el espíritu de una “veinteañera”; Ramón, el comercial de Terrassa que se alegró de conocer a un tocayo menor de cuarenta años.
Precisamente por esos grandísimos instantes de los cuales pude gozar en esos seis intensos días, os recomiendo hagáis el Camino si todavía no lo habéis hecho, porque marcará vuestras vidas de manera agradable.
Ánimo y “Buen Camino”.
Fr.+Ramón