ORDEN DE LOS POBRES CABALLEROS DE CRISTO DEL TEMPLO DE JERUSALEM.
ORDEN DEL TEMPLE
El Frederickssund seguido de otros dos drakkar gemelos surcaron las aguas del Ulla, muy despacio, para tratar de invadir las Torres do Oeste, igual que a principios del siglo XI. Pero los catoirenses estaban dispuestos a repelerlos y esperaron al asalto en tierra. Sus gritos atronadores, sus espadas en alto, sus caras pintadas, no amilanaron a los vecinos que defendieron su territorio desde la fortaleza. Hubo "sangre" tinta del Ulla pero ningún herido de guerra. Este año ha sido especial pues se celebra el medio siglo de una fiesta declarada de interés turístico internacional.
Las Torres do Oeste, monumento nacional desde 1931, eran el objetivo más preclaro. Algunos intrépidos vikingos llegaron hasta lo más alto, pero el pueblo de Catoira logró frenarlos en su avanzadilla, y les obligaron a bajar.
Se trata de una de las invasiones más narradas desde que la fiesta empezó a celebrarse allá por 1960. Van cincuenta años de una romería que trasciende fronteras, no en vano está declarada de Interés Turístico Internacional.
El título le viene a medida. El enorme recinto natural, bañado por el Ulla, y que rodean las célebres torres romanas, primero fortaleza, también prisión y aduanas, se llenó de un gentío ansioso de diversión. Catoirenses primero, gallegos, de otras partes de España, portugueses, daneses, holandeses, ingleses. En definitiva una Babel de hombres, mujeres y niños con ganas de pasárselo a lo grande en el primer domingo de agosto, vacaciones para muchos.
El vino tinto del Ullán corrió por decalitros, por barriles, pero sobre todo llenó cascos vikingos para mitigar una sed aumentada por el potente griterío de los aguerridos guerreros normandos y respondidos por las gentes que les esperaban en las orillas.
A la una de la tarde, los tres drakkar, mandados por el Frederiksund, tomó tierra. La invasión de casi trescientos fornidos guerreros parecía imparable pero sobre todo feroz. Vociferaban, levantaban espadas, mazos, cuchillos y con sus cascos vikingos, de puntiagudos cuernos, trataban de asustar a quien se pusiera delante. Los drakkar iban llenos hasta la bandera, con vikingos subidos a lo más alto del mástil.
Llegaron a orilla con ánimos de vencer. Trataron de ganar las torres y avanzaron amenazantes hasta el recinto donde se desarrolló una corta batalla campal en la que, al final, todos han quedado como amigos, bebiendo a morro de la misma bota, bailando y sobre todo gritando, y llamando a Úrsula, una legendaria vecina que tras haber sido raptada se convirtió en la heroína de la gesta que ahora se revive con celo en Catoira.
Al final, el grito se convirtió en cordial saludo, aunque algunos acabaron con grave afonía. Pero la fiesta se prolongó hasta altas horas de la tarde en un día perfecto, con unas temperaturas muy agradables y un viento suave que, además de ayudar a la singladura de los drakkar, refrescaba los sudores de los cientos de personas que participaron en la simpar batalla librada en el entorno.
Tras el desembarco y la desigual lucha, llegó el ambiente de romería animado por los grupos "Troula Animación" y "Os de deus folk medieval" que se convirtieron en el eje de la fiesta.
Cientos de personas se arremolinaron a su alrededor para disfrutar de un espectáculo con zancudos, exhibiciones de malabares y lanzamiento de llamas, pero sobre todo aderezado con una tremenda música de percusión y ruido de cuernos que animaba al público a participar de la multitudinaria fiesta.
Y así, entre el mediodía y las tres de la tarde casi no cabía un alfiler en el recinto de las monumentales torres, por lo que muchos decidieron asomarse desde el puente interprovincial, improvisada atalaya desde la que se podía contemplar el ambiente desde un privilegiado plano.
Pero además del jolgorio, el recinto se completaba con el apartado más formal y oficial en el que no ha faltado un mercado vikingo y, sobre todo, muchas carpas para poder comer un buen pulpo o churrasco.
El olor a chorizo frito, a carne asada, a churros, a buen vino tinto, animaba un ambiente de romería que llevó a muchos a quedarse a comer para continuar de fiesta hasta el anochecer y quizás aún más tarde.
Y es que en el recinto de Catoira se podía adquirir de todo como en cualquier fiesta multitudinaria que se precie.
El mercadillo medieval tuvo un fuerte tirón sobre todo en la venta de cascos, cuernos y ropa de época, pero también camisetas y pañuelos conmemorativos.
El resto de puestos eran más de feria. Quesos, cerámicas, artesanía en cuero, ropas, juguetes para niños, pero sobre todo rosquillas y otras lambonadas que se ofrecían a los miles de asistentes.
Pese a todo, a eso de las dos y media de la tarde, la gente iba abandonando el escenario de la dramatización vikinga después de contemplar un espectáculo que lleva medio siglo de creciente celebración.
Por eso no es de extrañar que los organizadores de la fiesta hayan decidido cortar el paso de vehículos al pueblo y permitir aparcamientos disuasorios en fincas privadas que cobraban 3 euros por vehículo. Es verdad que estos propietarios hicieron el agosto en un día, pero fueron el termómetro del ambiente que se iba a respirar en el último día de la semana vikinga.
Todos ellos coinciden en que hubo "miles de coches" en el día grande, lo que permite aventurar que al menos se reunieron en el recinto de las torres unas 20.000 personas.
Y ello también se pudo constatar en la avalancha de gente que cruzó el camino empedrado desde la estación hasta la fortaleza romana.
La peregrinación de personas en cualquier momento de la mañana era tan grande que los "atascos" de peatones eran frecuentes, especialmente cuando se cruzaban familias, grupos de jóvenes o amigos que decidieron ver uno de los espectáculos más multitudinarios de Catoira.
Y así a muchos les dio tiempo incluso para hacer un balance de las fiestas y recordar la procesión de fachos y la cena vikinga que se desarrolló en la noche del sábado, pero también las dramatizaciones que los propios vecinos han llevado a cabo a lo largo de toda la semana.
El programa se completó con representaciones de teatro profesionales como "Europa, o la nave de los locos" o "Vikinsons".
El programa se completó con otras actividades como la concentración mototurística, el trofeo de fútbol o la regata de piragüísmo.
El pueblo de Catoira era consciente de que 50 años después de la primera edición de la fiesta, había que organizar actos por todo lo alto.
La última jornada de la Romaría Vikinga se abrió a las 10 de la mañana con el pasacalles de distintos grupos folclóricos y Vikingespil desde la plaza del Ayuntamiento hasta las Torres do Oeste Allí hubo una mejillonada y vino tinto del Ulla y se abrió el mercado medieval
A partir de las doce, cuando se produjo la mayor avalancha de público, continuó la espectacular actuación de "Troula Animación" y "Os de deus folk medieval", que repitieron su animación a partir de las 14 horas.
@FarodeVigo.es
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