Cuando se producen situaciones de sufrimiento, violencia y muerte, el silencio de las religiones resulta sospechoso. Porque, a poco que se piense en tales situaciones, enseguida se comprende que el silencio de los responsables religiosos (sobre todo los dirigentes de la religión) es, de facto, un silencio cómplice. Un silencio, quiero decir, que, al callarse ante lo que está pasando, se hace responsable de la violencia y sus causas, del sufrimiento de las víctimas y de la impunidad de los verdugos que producen las agresiones violentas. No olvidemos que todo el que se calla, cuando está informado de una agresión a terceros, se hace cómplice de esa agresión. Pero, además, es claro que la complicidad se hace más insoportable cuando el que se calla es una persona cualificada o una institución prestigiosa, por la autoridad moral que la sociedad le atribuye.
Digo estas cosas porque me siento mal ante el silencio de la Igleia Jerárquica ante las situaciones concretas de sufrimiento que está causando la crisis económica mundial. Es verdad que el papa ha lamentado esta situación más de una vez. Es cierto también que el papa y no pocos obispos han pedido que se le ponga remedio a este estado de cosas. Pero todo eso no pasa de ser retórica convencional sin efecto alguno para poner remedio a tanta barbarie como se ha desatado en el mundo financiero, por la codicia de los más poderosos a costa del hambre, el paro y la miseria de millones de ciudadanos inocentes e indefensos. Yo me pregunto por qué los obispos son tan elocuentes y tan rigurosos en sus exigencias cuando se trata de problemas relacionados con la moral privada (sexo, aborto, eutanasia...). Y por qué se quedan como mudos cuando se producen situaciones (a veces muy graves, como ocurre ahora) relacionada con la moral de los negocios y las finanzas, con las decisiones de los políticos y de los organismos internacionales (FMI, BM, OMC, ONU, OMS...). ¿Es que quienes se presentan, ante la opinión pública, como defensores del derecho y de la justicia, del amor y de la libertad, no tienen nada que decir cuando esos grandes valores se ven más violentados y pisoteados por Estados, instituciones y personas cuyos nombres son suficientemente conocidos?
En asuntos de tanta gravedad, la pretendidad "neutralidad" (el silencio) se convierte inevitablemente en "complicidad". ¿De qué o de quién son complices los dirigentes religiosos de Estados Unidos y de la Unión Europea en la situación que estamos viviendo y padeciendo? ¿Por qué ahora los obispos españoles están tan callados, sabiendo (como sabemos) lo elcocuentes y activos que han sido cuando se discutió la ley del divorcio o del aborto, las campañas sobre el preservativo, la legislación sobre los matrimonios homosexuales... etc?
Confieso que, al plantear estas preguntas, lo hago porque me duele el sufrimiento y la humillación de las familias que se han quedado sin trabajo y no saben cómo van a poder salir adelante con dignidad. Eso me duele y me angustia. Pero también me angustia el hecho de que un nuevo silencio, añadido al silencio de los obispos que han ocultado a curas pederastas, viene ahora a hundir más la poca credibilidad que le va quedando a esta Iglesia en la que nací y he vivido; y en la que espero morir. Porque es la Iglesia en la que he encontrado a Jesús y su Evangelio, la luz y la fuerza que da sentido a mi vida
@José María Castillo / Teología sin Censura