Torreón donde se cree que estuvo encerrado Macías
Su leyenda, que transcurrió en Arjonilla, atraviesa la literatura española
Desde que San Fernando conquistara la mayor parte del reino de Jaén y el mismo pasara a convertirse en marca fronteriza con el reino de Granada, todavía y durante más de dos siglos en manos musulmanas, los pueblos, tierras y castillos de nuestra tierra debieron convertirse en un hervidero de aventuras al más típico estilo peliculero. Caballeros, damas, bufones, poetas, señores... desfilan por la historia oculta y legendaria de Jaén adornados de retos, venganzas, amores imposibles, batallas, luchas intestinas, gestas heroicas o juramentos eternos.
Ahí están para atestiguarlo el obispo muerto contra los moros en La Guardia de Jaén, ahí está la historia mitad leyenda mitad realidad de los Carvajales de Martos, ahí está la presencia de Jorge Manrique en las tierras de Segura, ahí están las ruinas imponentes del castillo de los templarios en La Iruela, ahí el personaje mítico de Pero Gil, ahí la casa del Ahorcado de Úbeda con su leyenda de amores y justicias, ahí los enfrentamientos nobiliarios en Úbeda y Baeza entre familias que pugnan para hacerse con el Alcázar de ambas ciudades, ahí las apariciones milagrosas de Vírgenes y santos, ahí las calamidades, ahí la difusa historia de tantos hechos perdidos en la desmemoria de la historia... Todo ello, habla de aquel tiempo de caballeros y guerreros, de damas recatadas. Y tal vez toda una época plena de aventuras en el Jaén de los siglos XIII a XV puede esquematizarse en los trazos borrosos que el tiempo nos ha dejado de Macías 'El Enamorado'.
Es difícil saber la fecha del nacimiento de este gallego que vino a morir en tierras de Jaén, pero debió ser allá por los años del último tercio del siglo XIV, posiblemente hacia 1370. Era natural de Padrón, y fue uno de los grandes trovadores de la época, autor de una veintena de cantigas plenas de lírica cortesana: en ellas -recogidas en el 'Cancionero de Baena'- se aprecian notablemente las virtudes de aquella poesía inspirada en los amores imposibles y en los hechos caballerescos. Francisco Olivares Barragán fecha su muerte en 1405, en el castillo de Arjonilla. Ese sería el mismo año en que fuese encarcelado en el castillo que hoy lleva su nombre.
¿Qué azares de la vida, qué oscuros caminos del destino hicieron que aquel joven gallego viniera a dar con sus huesos en un oscuro torreón de un castillo frontero de Jaén? Las versiones de la leyenda son muchas, como no puede ser de otra manera en el caso de quien ejemplificó durante siglos la fatalidad de los amores contrariados, que ya nos avisó García Márquez, tienen el olor de las almendras amargas.
En cualquier caso, la mayormente aceptada y transmitida da por bueno que Macías llegó para servir como paje y trovador, que era lo que correspondía a un joven poeta de la época, a la pequeña corte de Enrique de Villena. (Este Villena, que no fue marqués de Villena como algunas crónicas han vendido, es otro personaje de leyenda: nieto bastardo, por vía materna, de Enrique II de Castilla, y emparentado por vía paterna con los reyes de Aragón, su padre murió en la mítica batalla de Aljubarrota, que consagró la independencia portuguesa, y él se crió en la corte de su abuelo. Hombre de vastísima cultura y sin ningún título, se hizo acreedor, sin embargo, de un amplio currículum de honores y vivió una vida rocambolesca, que, por ejemplo, le llevó a casarse y luego a divorciarse para poder ascender a la más alta magistratura de las órdenes militares, que exigía la soltería.)
Allí, aunque algunas versiones del mito dicen que se enamoró de la propia esposa de Enrique, lo más probable parece ser que conoció a una joven sirvienta del mismo, llamada Elvira. Tal y como corresponde a las leyendas, la joven era hermosa y los amores entre los dos se vivieron con el apasionamiento y el ocultamiento que la ocasión requiere. Macías le dedicaba sus arrebatados y cortesanos versos, y ella le correspondía.
Arjonilla: la tragedia
Así, hasta que la guerra, siempre presente en un territorio de frontera como era el de Arjonilla y sus alrededores, llama a Macías, que marcha a la lucha contra los moros. Durante esta ausencia, Enrique de Villena entrega en matrimonio a Elvira a un hijodalgo de Porcuna llamado Hernán Pérez de Villena. Sobran, evidentemente, las referencias a la situación emocional en que debió quedar Elvira con su amado lejos y expuesto a los horrores de la batalla y con ella entregada a un hombre al que no quería.
Y sobra, también, explicar la consternación y la desesperación que debió sentir el trovador Macías -ese ejemplo de poeta y guerrero tan en boga durante la Edad Media- cuando al regresar a la corte de Enrique de Villena se encuentra con que su amada ha sido desposada con un hombre al que no quiere.
Debieron seguir viéndose a escondidas los amantes, y siguió Macías dedicando sus trovas a su amada. Pero aquel amor oculto e imposible se hizo cada vez más evidente, y los rumores debieron llegar hasta el propio Enrique, que poco deseoso de enfrentamientos con la pequeña nobleza de la zona -tan necesaria para el mantenimiento de la seguridad fronteriza- ordena que se encarcele a Macías para ver si así olvida sus amores.
Enterados los amantes de lo que se trama contra él, intentan huir. Son descubiertos, ella es entregada a su marido -es fácil imaginar el calvario por el que pasó en ese momento- y él recluido dentro de los muros del castillo de Arjonilla.
Hoy, el castillo está casi rodeado de casas y de él se conservan algunos lienzos de muralla y un torreón, en el que los arjonilleros siguen defendiendo fue encarcelado Macías. Los orígenes del castillo de Arjonilla son remotos y algunos defienden la teoría de que fue de los primeros levantados por los invasores árabes, allá por la primera mitad del siglo VIII. Poco debía importar todo esto a Macías en sus largos días de cautiverio, en los que no cesa de cantar a su amada. Las coplas del poeta llegan a oídos del pueblo a través de las ventanucas del torreón, y el marido de Elvira, consumido por los celos, entra en el torreón y atraviesa el pecho de Macías con un venablo.
Con todos los adornos que el tema merece hasta aquí llegan juntas la historia y la leyenda, y luego ya camina sola la leyenda, que dice que sobre la tumba del amado muerto se escribe un epitafio simple y demoledor: «Aquí yace Macías 'El Enamorado'» y que arrebatada la propia Elvira se suicidó y que en las noches de luna llena se ven cosas extrañas sobre las tumbas de los amantes.
Todo esto, claro, debió ir creciendo a medida que pasaban los años, hasta que la leyenda de Macías y la dimensión trágica de su entrega amorosa se convirtieran en una presencia permanente en la memoria colectiva española. Sólo así se explica que el legendario personaje de Macías inspirara las obras de Lope de Vega ('Porfiar hasta morir') o de Mariano José de Larra ('El doncel de don Enrique el Doliente'), consagrando así a Macías como el prototipo romántico del amante leal hasta la muerte.
Sea como sea, los versos del gran Lope resumen ese amor vivido hace seis siglos en Arjonilla: «Mandarme que no quiera es la violencia/ mayor que puedo hacer a mi sentido/ y en presencia del bien sufrir ausencia;/ que estando, como estoy, de amor perdido,/ aumentará el amor la resistencia;/ que para largo amor no hay breve olvido». Amén.
@MANUEL MADRID DELGADO / ideal.es