Se impone el debate lo quieran o no los políticos temerosos de las reacciones que pueda provocar. El problema no es estético y no debemos dejar para mañana lo que hoy podemos solucionar Me puse un burka en Kabul hace ya unos años cuando tuve la ocasión de visitar el país tras la guerra que sucedió a los ataques del 11S. Lo hice, reconozco, con un poco de guasa y en medio del jolgorio de unos periodistas que en el único hotel potable de la capital afgana, nos tomábamos unas cervezas observando cómo los americanos literalmente barrían a los talibanes. La historia más tarde nos diría cuán equivocados estábamos todos.
Conseguí permanecer encerrada en la prenda dos segundos. Enseguida la sensación de asfixia y opresión pudo conmigo. La burda tela azul te araña la piel, y las rendijas a través de las que puedes observar el mundo lo único que hacen es precipitarte en la oscuridad. Es imposible vivir bajo un burka digan lo que digan.
Primero, Lleida
El alcalde de Lleida, Àngel Ros, sabe llevar el bastón de mando de su ciudad con mucha gallardía (nada que ver con Gallardón si se me permite). Su contundencia y argumentación en el caso de la prohibición del burka en los espacios municipales de la capital del Segrià es otra prueba más de su coherencia política. Ya tarda el PSC en pleno en hacerle caso y callar las voces pusilánimes que reclaman una supuesta tolerancia con los usos y costumbres. No hace mucho una persona próxima a los socialistas me comparaba el burka al mono de mecánico. Evidentemente los hay que por la tolerancia se dejarían el córtex cerebral en el armario. Dios habló de hermanos, pero no mencionó a los primos, y en este tema mucho me temo que podemos hacer el primo si no espabilamos.
No se trata de una cuestión religiosa. El Islam como religión merece todo los respetos. Se trata de su interpretación. De la misma manera que el cristianismo nos merece todos los respetos posibles pero a nadie se le ocurriría respetar el Tribunal de la Santa Inquisición. Repito, el burka o el niqab no tienen nada que ver con la tolerancia religiosa. Tienen que ver con el derecho de las mujeres a ser consideradas personas. Es más tienen que ver con el derecho de cualquier ciudadano de este país a ser reconocido por sus semejantes. Del mismo modo que alguien que pretendiese entrar en un supermercado vestido de caballero medieval con armadura completa sería interceptado por los servicios de seguridad, una mujer encerrada bajo un velo es un ataque frontal a todo aquello que consideramos esencial.
Cuando nos encontramos por la calle y saludamos a nuestros conocidos nos estrechamos la mano. Este gesto tiene una simbología importante: significaba que no íbamos a sacar el arma (espada, machete o puñal) de nuestra cintura. Significaba que no íbamos a matar al que se cruzaba por nuestro camino. Estrechar la mano es un gesto de paz. No poder hacerlo debe ser perseguido con rotundidad por las leyes de un Estado democrático. Que yo sepa ir por la calle encerrada en una cabina telefónica no permite ningún tipo de gesto, ninguna comunicación, te encierra en el silencio más insultante. Cualquier justificación es inaceptable.
El próximo día 14 se debatirá en el pleno municipal la posibilidad de prohibir la vestimenta citada en los edificios de titularidad municipal. Como no podía ser de otro modo unos y otros presentarán sus propuestas. De entrada es positivo que presenten propuestas. Pero es desconcertante que un tema tan importante quede relevado a lo circunstancial. No es lo mismo comparar el burka al casco de una moto o al pasamontañas. Personalmente creo que la base del discurso del PSC que he escuchado en boca de la señora Begoña Floría es más que correcto: impedir toda aquella vestimenta que impida la identificación. Pero no podemos escudarnos detrás de lo políticamente correcto. Se pierde una oportunidad histórica por parte del socialismo catalán de liderar una cuestión trascendental: la defensa de la igualdad de géneros. Una lucha en la que el socialismo ha sido y debe ser claro y rotundo.
Periodo electoral
No es necesario entrar en el tactismo político. Estamos en época de elecciones y todo vale. Pero la defensa de la integridad de la las mujeres que viven en nuestro Estado y por tanto bajo la aplicación directa del artículo 14 de la Constitución que claramente especifica la igualdad de todos los ciudadanos de este país, practiquen la religión que practiquen, no puede ser objeto de la cacofonía electoral. Deberían ser nuestros políticos quiénes pusieran el grito en el cielo ante la realidad de unas personas a las que se les sustrae el derecho fundamental de poder mirar el mundo que les rodea sin que nadie tenga que esconderse por ello. Dirán que no son muchas. Lo cierto es que son demasiadas.
Sencillamente me importa un pimiento lo que consideren los salafistas, los muftis y hasta el mismo Mahoma. En nuestro país una mujer tiene los mismos derechos, repito, los mismos derechos que un hombre a ser la persona que ella quiera ser. Son muchos años de lucha, son muchas mujeres sometidas como para que ahora nos digan que es lo mismo un pasamontañas que un burka. Es el Estado quién tiene que defender la integridad de sus ciudadanos, incluso cuando estos reniegan de ella. No es ahora el momento de esconderse. No hay que tenerle miedo al miedo.
@(Menos de la fotografía), Natàlia Rodríguez/ Diari de Tarragona