Las dos costaron 1.500 reales y nacieron el mismo año de las manos de Ramón Álvarez, pero La Soledad le ha ganado la batalla a La Tarasca
Corría el año 1885. El cabildo de la Catedral había renunciado ya a prorrogar la tradición de dos elementos profanos muy queridos por la sociedad: los Gigantes y Gigantillas y La Tarasca. El Ayuntamiento pretendía enmendar la situación y le encarga al maestro Ramón Álvarez una nueva recreación de la lucha de Santa Marta con el malvado dragón de la localidad francesa de Tarascón.
Son los últimos años de vida del artista de Balborraz, pero su creatividad y buen hacer no han mermado. Ese mismo año, talla para la cofradía de Jesús Nazareno una de las imágenes más veneradas por los zamoranos: la Soledad. El año siguiente, 1886, entregará su versión de La Tarasca al Ayuntamiento. Hermanas de un mismo padre, la Virgen y la Santa costarán idéntico montante: 1.500 reales. «En el acta municipal se recoge el malestar del Ayuntamiento por el coste que supone la obra, ya que pensaban que la Soledad era una imagen de mucho mayor valor», apunta Francisco Iglesias Escudero, responsable de la Agrupación Belenista La Morana, que se ha empeñado y ha conseguido devolver el brillo a La Tarasca.
Aquella apreciación de un tiempo lejano en una Zamora del siglo XIX fue todo un vaticinio. Hoy, la Soledad es santo y seña de la Pasión zamorana. Mientras, La Morana ha tenido que poner todo su empeño para rescatar a Santa Marta y su dragón manso, que llegó a estar «en un descampado en Corrales, en la azotea del Ayuntamiento...», recuerda Iglesias Escudero.
El interés por reintegrar la curiosa imagen en la celebración del Corpus regresó en los noventa, con la colocación de La Tarasca en los soportales del Consistorio, aunque del interior de ese dragón no salía ya humo y su particular vaivén se quedaba en la mera contemplación de la escena.
Así, en 1999, con el apoyo económico del Ayuntamiento, La Morana se puso manos a la obra para devolver el brillo a una «Tarasca» compuesta por múltiples elementos, reparada sin mesura y con diversas policromías en la superficie. «Hemos llevado a cabo una restauración integral: policromías, estructuras, sistema de tracción, ruedas nuevas o el vestuario», apuntan desde la agrupación belenista, que este viernes ha presentado la guinda del proyecto. Se trata de la bandera de Santa Marta, cuya última versión fue incorporada hace 25 años. Ahora, el motivo principal, el escudo de la ciudad, luce sus remozados bordados sobre una seda traída de Valencia que respeta la estética de la anterior. Una veterana socia de la agrupación, Amelia Gutiérrez, echó mano de su ingenio para devolver a la bandera que la santa empuña en la mano derecha su esplendor original. «Quien la restaure la próxima vez, tendrá que emplear tantas horas como las que he dedicado yo», advertía con ironía la artesana.
Pero, ¿cuál era la idea del Ayuntamiento al encargar al imaginero zamorano por excelencia este proyecto? «Yo creo que la idea era de continuidad. Existía una Tarasca anterior, que pertenecía al Cabildo, igual que los Gigantes, pero se desentiende de su conservación. Como son elementos que tienen una gran aceptación popular, el Ayuntamiento decide hacer unos nuevos para mantener la tradición», interpreta Iglesias Escudero.
Claro que habría que preguntarse si los zamoranos, además de perpetuar son su apoyo una tradición de largo recorrido, saben qué significa la escena triunfal del Corpus. «Es una alegoría de la lucha del bien contra el mal, que reproduce una leyenda medieval. Santa Marta, la amiga de Jesús, acude a Tarascón, una localidad del sur de la Provenza francesa. Hay un dragón en el bosque que amenaza a la población, y la santa, con ayuda de la fe, rezando y con agua bendita y la custodia en la mano, logra doblegar al monstruo, lo apacigua y regresa con él al pueblo ya triunfante», explica el responsable de La Morana.
Sin embargo y ante la tentación de cualquier zamorano de presumir de la recreación medieval, es preciso dar un dato que puede aguarle la fiesta. La tradición es muy popular en toda Europa y son muchas las ciudades -las españolas por supuesto- que cuentan con su particular «Tarasca» en la fiesta del Corpus. La primera de ellas, la propia localidad francesa de Tarascón, aunque su estética no es demasiado afortunada. «Era una forma muy usual de decir que, con la ayuda de la fe y de la oración, se puede llegar al triunfo», añade Iglesias Escudero.
Así, con La Tarasca triunfante ya por las calles de Zamora, la agrupación belenista se dedica ahora a impulsar la restauración de los dos únicos elementos desaparecidos de la festividad del Corpus. «Son Blas y Menga, dos figuras muy populares, y que estuvieron al mismo nivel que Peromato y la Gobierna», señalan. Uno de ellos, Menga, aún vive en el monasterio del Corpus Christi y pronto regresará al patrimonio del folclore urbano de la ciudad.
@J.M.S./ La opinon de Zamora.es