El curioso caso de las momias de San Agustín
Conservaban incluso sus lenguas cuando fueron halladas, hace un siglo, sobre la Arrixaca
El soniquete metálico de la piqueta, hasta entonces chispeante porque hendía diminutas piedras vivas, sonó seco y áspero, blando. El albañil, reprimiendo una blasfemia, apartó unos cascotes y asestó otro golpe a la pared de la capilla. De nuevo, sintió que golpeaba algo parecido a una esponja. La Virgen de la Arrixaca, entretanto, le clavaba sus ojos de histórica admiración. Al tercer golpe, enmarañada en la hoja de hierro, el albañil extrajó de la pared una cabellera. Acababa de descubrir las célebres momias de San Agustín.
El descubrimiento de las momias se produjo el 19 de agosto de 1896, a las once en punto de la mañana, en la parroquia de San Andrés, antiguo templo del convento de San Agustín. La iglesia no era la que hoy preside la plaza. Se encontraba en un lateral del actual monasterio, justo detrás del altar mayor de la capilla, al otro lado de la calle. El traslado, previo decreto episcopal, se produjo el día 30 de noviembre de 1886. Así lo habían solicitado los feligreses del barrio que, hasta entonces, estaba bajo la jurisdicción de la parroquial de San Antolín.
Los obreros andaban restaurando el arco de entrada al oratorio de Santa María de la Arrixaca, fundado en 1630 por los primeros marqueses de Corvera, Pedro Molina y Francisca de Guevara. Sobre el arco, empotrados en un hueco, hallaron dos ataúdes sin tapadera. En el interior les aguardaba una sorpresa histórica: las momias.
El contratista de las obras, Juan Pérez, avisó al párroco, José Vivancos, de tan extraño hallazgo. Apenas unas horas más tarde, la ciudad, un tanto adormecida por la calorina del mes de agosto, encontraba un espléndido tema para animar sus tertulias y corrillos. Nadie imaginó entonces que el descubrimiento de aquellos restos causaría un revuelo sin precedentes.
El 25 de agosto, justo una semana después, 'El Diario de Murcia' se hizo eco de que «algunas gentes creen que el hallazgo de esos cadáveres tiene algo de extraordinario», añadiendo a renglón seguido que «el vulgo, que se decanta siempre por lo que no es lo vulgar, ha llegado a suponer mil patrañas».
Una de las teorías más secundadas mantenía que aquellos cuerpos casi incorruptos pertenecieron a santos. Otros, consideraban el descubrimiento como un mal augurio para la ciudad; y no faltó quien defendiera que se trataba de los restos de personas asesinadas vaya usted a saber en qué mágicos rituales.
Lo más probable es que el único secreto de su conservación estribara en el lugar en que fueron sepultados: alejados de la humedad del suelo y en una pared bien resguardada.
A golpe de refresco y chato de vino, entre platos de cascaruja, los rumores cundieron por tabernas y tertulias, sin que nadie pudiera ya, a ciencia cierta, saber con seguridad qué se ha había descubierto. Por eso intervino la autoridad eclesiástica.
Don Félix García, a la sazón secretario del señor obispo, encargó un informe urgente sobre las momias al erudito local Javier Fuentes y Ponte, quien lo entregaría firmado el día 26 de agosto.
El informe reconstruía la historia de todos los enterramientos del antiguo templo. Fuentes y Ponte recordó que tales restos fueron profanados durante la exclaustración de 1835, cuando la parroquia fue convertida en cuartel y la soldadesca destrozó los panteones, «profanando incluso los del venerable padre Casquete». Más tarde, las momias fueron sepultadas bajo el camerín de la Arrixaca, en un panteón que fue derribado medio siglo más tarde, cuando volvieron a trasladarse al lugar donde serían descubiertos.
Fuentes y Ponte descartó que se tratara de los marqueses de Corvera. Y apuntaló su teoría con hechos, en principio, irrebatibles. La momia masculina, por las dimensiones de su cráneo, no coincidía con el retrato que del marqués se conservaba. Y los zapatos que calzaba se podían datar un siglo largo después de la muerte del aristócrata, «pues entonces las suelas eran de diferente corte».
Respecto a la mujer, según el dictamen del erudito, vestía «una camisa de lienzo casero bastante ordinaria», más propia de «una familia acomodada del estado llano» que de una marquesa. Sin embargo, el informe de Fuentes y Ponte, contra todo pronóstico científico, eludió un dato trascendente y que pronto animaría los chismes sobre el descubrimiento: había más momias.
El día 3 de septiembre Murcia conoció, a través de las páginas de 'El Diario', que en San Andrés se había encontrado otra pareja de momias. Así lo manifestaba un nuevo informe médico, firmado por el cirujano Emilio Sánchez, quien aclaraba que una de las momias mostraba «una conservación admirable, aunque los párpados están destruidos».
El doctor quedó admirado de este cuerpo, conservado en su totalidad y donde era posible distinguir cómo «el pabellón de la oreja y el mentón conservan íntegras sus formas». La otra momia, «de una mujer abultada», incluso tenía en la boca «una lamina hojosa que se la puede imprimir movimiento sin que se desprenda». Era la lengua.
La gran sorpresa para los murcianos fue conocer, en el mismo informe, que el número de cuerpos hallados ascendía a, por lo menos, once personas. Porque el cirujano informó al Obispado de que había examinado «siete restos de momias incompletas de niños pequeños entre uno y cuatro años, tres varones y cuatro hembras».
El cirujano también incluyó en su informe que las momias habían sido profanadas. Los pequeños rasguños y desgarros que presentaba la piel de los cuerpos «hacen sospechar que no siempre obtuvieron el respeto y consideración que como restos humanos merecían».
Concluidas las investigaciones, el Obispado ordenó que los restos fueran sepultados como Dios manda. Aún reverberaron durante un tiempo los rumores sobre las causas de la espléndida conservación de aquellos cuerpos. Pero, como sucede a menudo, nuevos chismes cubrieron de olvido la historia.
@ANTONIO BOTÍAS /La Verdad.es