Una leyenda cuenta una trágica historia de amor ocurrida en la fortaleza
Castillo de Pedraza de la Sierra, símbolo de un pueblo de ensueño. :: M. RICO
Todos los sentidos se llenan al pasear por las calles de Pedraza. Sabor, vista y tacto medievales mantienen a la localidad como uno de los principales pueblos turísticos de la provincia, aunque su historia es más antigua, ya que, según los expertos, en su origen fue lugar de asentamientos romanos y visigodos y posteriormente fue ocupada por musulmanes, quienes se encargaron de fortificarla. Incluso cuentan que allí nació el que después fue Emperador Trajano.
La llegada al municipio ya sorprende. Rodeada por las murallas, la localidad cuenta con un único acceso, la denominada Puerta de la Villa, que, según cuentan, cerraba todas las noches. Mediante el toque de una campana se avisaba a los aldeanos de que el momento estaba próximo, para que nadie quedara fuera de la villa.
Tras pasar por esta única puerta se encuentra la antigua cárcel, del siglo XIII y hoy rehabilitada y convertida en museo, en el que se puede conocer la vida en las prisiones en la Edad Media.
Las empedradas calles dirigen a los turistas en una u otra dirección, hacia el castillo o la plaza Mayor, típica castellana, con sus soportales y viviendas con grandes balconadas, donde también se sitúa el Ayuntamiento. A lo largo de este recorrido, grandes edificios, viviendas blasonadas con escudos en sus fachadas que nos recuerdan el linaje y la nobleza que un día habitó sus paredes y que recorrió las mismas calles que hoy, cada fin de semana, se llenan de turistas. La mayoría de sus pasos se dirigen al castillo, un edificio construido entre los siglos XII y XV y lleno de historia, cuentos y leyendas. La historia nos dice que allí vivieron como prisioneros los hijos del rey de Francia Francisco I o que en el lugar instaló su estudio el pintor Ignacio de Zuloaga, gracias a cuyo trabajo se recuperó parte del inmueble.
La leyenda nos traslada al siglo XIII y cuenta la historia de amor de Elvira y Roberto, dos jóvenes de la localidad. De ella se enamoró el conde señor del castillo y la hizo su esposa, por lo que el joven decidió ingresar en un monasterio. La casualidad quiso que al fallecer el capellán del castillo, el conde quiso que el puesto lo ocupara el mejor de los monjes del convento, que no fue otro que el ya el menos joven Roberto, que se encontró con su amada Elvira. Las chispas del amor volvieron a surgir y más cuando el conde tuvo que abandonar el castillo para acudir a la guerra.
Trágico regreso
Asu vuelta conoció que su esposa le había sido infiel con su capellán, por lo que planeó una venganza pública. Decidió celebrar una gran fiesta y ante la atenta mirada de los nobles de toda la zona obsequió al monje con una corona. Ésta era de acero, con grandes púas en su parte baja, aún enrojecidas por el fuego y le causó la muerte. El propio conde se encargó de clavar la corona en la cabeza de Roberto, mientras Elvira huía despavorida y fue encontrada, pocos minutos después, en sus aposentos con una daga clavada en el pecho. Después, según algunas versiones de la tradición oral, el propio conde quemó el castillo. Aunque la leyenda concluye aquí, son muchas las personas que afirman que durante algunas noches del año, por el castillo se puede ver paseando a dos figuras con aureolas de fuego sobre sus cabezas, fantasmas que algunos atribuyen a los malogrados amantes.
El nombre
Por la raíz semántica del nombre de Pedraza, los historiadores piensan que su toponimia está relacionada con el sustantivo piedra, incluso unido al término Aza, lugar de Burgos, de donde pudieron llegar parte de sus repobladores. La primera vez que aparece el nombre de Pedraza es en el voto de San Millán, en el año 904.
@MÓNICA RICO (PEDRAZA)/NORTECASTILLA.ES