La huella de los cruzados continúa indeleble en la ciudad antigua de Jerusalén a pesar del corto espacio de tiempo que estuvieron en ella, poco más de cien años, y las sucesivas conquistas en los ocho siglos siguientes.
El edificio más emblemático de aquella época es el Santo Sepulcro, cuya reconstrucción en el siglo XI, después de haber sido devastado por orden del califa fatimí Huseín al-Hakim Bi-Amrillah en 1009, alentó la Primera Cruzada.
"La llegada de los cruzados relanzó la construcción cristiana y en su día fue una obra de muchísima envergadura", explica George Hintlian, experto en la historia de ciudad.
De poco más de cincuenta años y origen armenio, una de las comunidades más antiguas de Jerusalén, Hintlian es desde niño un apasionado de la ciudad y conoce al dedillo la historia de cada una de sus piedras.
En un tour por sus estrechas callejuelas, en el que muestra las inscripciones y señales más extraordinarias que dejaron cada uno de los pueblos que la conquistaron, cuenta que "para nuestra suerte, ni los cruzados destruyeron las mezquitas, ni, un siglo después, Saladino destruyó las iglesias".
Ello permite apreciar en la actualidad la profunda huella de los cruzados, que bajo bandera de la Iglesia controlaron la ciudad desde 1099 a 1187, y más adelante, de 1228 a 1244.
Hospicios, refugios, comedores, mercados y más de noventa iglesias son la imagen de marca de una ciudad medieval que llegó a contar en el siglo XII con 28.000 habitantes y que, salvo por su curiosa mezcla occidental-oriental, no dejaba de ser una "ciudad medieval típica", a decir del experto.
"Es difícil saber cómo era Jerusalén antes de los cruzados porque sólo tres viajeros nos dejaron sus crónicas, pero desde entonces se puede decir que poco ha cambiado y hasta sus tres mercados siguen aquí y aún con la misma funcionalidad", señala.
Incluso la división actual en barrios étnico-religiosos -hoy cristiano, armenio, musulmán y judío-, se origina en aquella época, y entre los restos se puede observar la identidad de sus ocupantes hace ocho siglos.
El barrio judío, por ejemplo, era el de los francos y en él quedan aún en pie los restos de un hospicio y frescos de por lo menos seis iglesias antiguas que engalanan oscuros subsuelos de modernos edificios.
La huella cruzada se halla varios metros por debajo de la superficie actual, pero emerge con claridad en excavaciones que han llegado hasta los estratos del período romano.
El cardo, epicentro de la actividad comercial desde tiempos romanos y bizantinos, alberga tres cavidades cuyos dinteles y pilares son de la época cruzada, prueba de que se siguieron empleando varios siglos.
"No es difícil imaginar lo que era Jerusalén en aquellos días, con la llegada incesante de miles de peregrinos cristianos que necesitaban alojamiento, comedores, lugar para sus oraciones y hasta hospitales", sugiere Hintlian sobre uno de los períodos más decisivos de la ciudad.
Bajo orden papal y la promesa de una "indulgencia divina", los caballeros cruzados salían de Europa a proteger los lugares santos cristianos ocupados por un Islam en constante expansión y que controlaba Tierra Santa desde hacía casi cuatro siglos.
"En aquella época -matiza Hintlian- Jerusalén era una ciudad en la que la vida y todas la actividad giraba en torno a la mezquita de Al-Aksa (tercera en la jerarquía islámica) y el Santo Sepulcro".
Los caballeros se organizaban en órdenes religiosas, como la de los Templarios o la de San Juan, y cada una tenía su sector para desarrollar su misión y recibir a los fieles.
"Era una ciudad bien planificada", subraya el especialista, mientras, cada decenas de metros, se detiene para señalar algún detalle casi imperceptible que revela la herencia de estas órdenes: una cruz medieval, un rosetón o una mera letra que alude a los antiguos ocupantes del lugar.
La mezcla de culturas y estilos arquitectónicos aflora en la decoración religiosa, con elementos cruzados que impregnan pórticos de mezquitas, bien por influencia artística o por la reincorporación de restos de épocas anteriores.
Es el caso de un rosetón de una de las entradas a la mezquita de Omar, o de las profundas cavidades que rodean el perímetro exterior del Santo Sepulcro, hoy usadas para el comercio.
Son todos ellos testigo mudo de las eternas y feroces luchas por una ciudad conquistada más de veinte veces a lo largo de sus tres mil años de historia, y que aún es motivo de discordia religiosa, como en las cruzadas.
@ Elías L. Benarroch, (Jerusalén)/EFE