(Queremos dedicarle este artículo de Juan Castillo a nuestro +Hermano Raimundo de Moledo)
A la vuelta de un corto viaje a Galicia, me fui a nuestro Real Casino, a repasar la prensa de los días de ausencia. Me detuve en «Diario de Avisos», 18 de agosto, con un reportaje, de Nana García, anunciando la aparición, este septiembre, del libro «El enigma templario de Tenerife: la Virgen de Adeje». Su autor es el doctor en Ciencias Políticas José Carlos Gil, antiguo compañero mío en el santacrucero Edificio Múltiple II, al que profeso respeto y afecto. En contra de las tesis clásicas, el libro demuestra que la Virgen de Candelaria de la parroquia de Santa Úrsula, de Adeje, es la imagen original, al desvelar los resultados de la prueba del Carbono 14 y unas radiografías hechas en los años noventa. Mi sorpresa es mayor al dedicarle el rotativo parte de su primera página. Ya, en octubre de 1997, J.C.G. dio a la estampa, esta vez en «El Día», tres artículos sobre tema tan delicado, en los que se refería a «nuestra hipótesis alternativa acerca de la Virgen Negra de Adeje, o sea, de la Virgen de Candelaria».
Más atrás, el prestigioso periódico publica, a toda plana, a propósito de la inauguración de una capilla exclusiva para la imagen, este artículo: «El pueblo de Adeje está convencido de tener la talla original de la Virgen de Candelaria». Lo firma A. Villarreal (página 12 del 11 de febrero de 1992). En síntesis: «Los mayores del lugar sostienen la originalidad de la talla, pero al mismo tiempo realizan sus afirmaciones con “la boca pequeña” como si alguien, desde el pasado, les hubiera inculcado que no deben decirlo». Mi erudición se debe a la devoción que siento por la Patrona; y guardo, con mimo, cuanto se publica de Ella. Por supuesto, he dicho su pregón. La duda ofende.
J.C.G. se ha referido a otro tema medular candelariero: ¿Quiénes la trajeron? ¿Cuándo vino? Y ha escrito que sus conclusiones son la sexta hipótesis: fue dejada por la Orden portuguesa de los Caballeros de Cristo, muchos años antes de la fecha fijada por la leyenda de su aparición. Las anteriores hipótesis son: las tres de Rumeu de Armas —mallorquines o catalanes, los frailes del convento de Fuerteventura y la del fraile Bolaños— . Y las dos recientes de Rafael Alarcón Herrera —en un libro que leí hace años: «La última Virgen Negra... El enigma templario de Candelaria»—: la Orden del Temple en una huida desesperada o Jean de Betancourt, al iniciar la Conquista de Canarias, en 1402.
No se sabe con precisión la fecha del descubrimiento de la imagen por los dos pastores aborígenes. Entrelos años 1390-1392, la imagen era venerada por los guanches, que la vieron como proveniente de las insondables profundidades de la mar. Leyenda o historia. Y a caballo de ambas, el relato de un fraile dominico, Fray Alonso de Espinosa. Vino a la isla, desde Guatemala, atraído por el imán del icono de la Guayaxerax. Escribió, en 1594, dos siglos después de ocurrir los hechos, la «Historia de Nuestra Señora de Candelaria», primer libro publicado en Canarias.
El autor está de acuerdo en clasificar a la primitiva imagen como una Virgen Negra. Como las de Czestochowa (tan vinculada a Juan Pablo II), y tantas en España: El Pilar, La Santina, Montserrat, Guadalupe, Atocha... Y desgrana su tesis: por motivos de seguridad aquella aciaga noche del 6 de noviembre de 1826, en connivencia con los dominicos, el «potentado Pedro de Ponte, muy unido a la masonería», al que pertenecía la cueva de San Blas, se llevó la misteriosa talla a su fortín, la Casa Fuerte de Adeje. Los marqueses de la villa sureña eran los patrones del Santuario. A éstos se refiere, con pimienta quemona, Rumeu de Armas en su colosal obra «Canarias y el Atlántico». Por su parte, escribe María Jesús Riquelme: «... se ha venido considerando a la Virgen de Candelaria, de Adeje, como una réplica exacta —o en facsímil— de la primitiva. Incluso hay quienes se han aventurado a considerarla la auténtica, desplegando su fantasía con los más variados argumentos, todos ellos insostenibles». Para Hernández Perera la primitiva imagen es solo parecida a La Candelaria de Adeje. En síntesis, esta escultura tiene su importancia: es el prototipo más antiguo, eje de partida para estudios del icono primitivo. Nada más. En suma, el pueblo canario, con su fina sensibilidad, está convencido de que la venerada imagen desapareció en el temporal del siglo XIX. Todavía niño, mi madre me decía: «El mar la trajo; el mar se la llevó».
Acaso se tenga que admitir que José Carlos Gil Marín sea nuestro «Dan Brown» y preguntarnos, con el veterano diario, «¿Un código Da Vinci en Tenerife?». Confío en que la polvareda levantada sea benéfica para la difusión del libro. Desconcertante y atrevido, como su autor. En fin, es una forma, también, de honrar a la Isleña Divina.
@POR JUAN DEL CASTILLO EN EL DIARIO ABC
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