Independencia entre avances y retrocesos
Organización Editorial Mexicana
19 de septiembre de 2010
Judith García / El Sol de México
Ciudad de México.- La dependencia económica respecto a Estados Unidos y la limitación de garantías constitucionales como el derecho al trabajo, educación equitativa y una justicia pronta y expedita, cuestionan una independencia en México en esta conmemoración del Bicentenario, afirman especialistas en materia política y derechos humanos de la Universidad Iberoamericana.
A este panorama se suma la pérdida de libertades provocada por la violencia asociada a drogas y armas, violencia que está estrechamente ligada con mercados que operan más allá de nuestras fronteras y que limita la eficacia de nuestras propias instituciones, aseguró Antonio López Ugalde, experto en derechos humanos.
El especialista explicó que en la situación actual, se ven amenazados los márgenes de libertad de los que goza nuestro país, lo que sucede no sólo por la acción desenfrenada de formas de criminalidad, sino porque desde el poder político se postula un falso dilema entre seguridad y libertad.
"Se nos hace creer que para aspirar a un país seguro deben sacrificarse algunos derechos, cuando en realidad no hay seguridad posible sin respeto pleno a los derechos", aseveró.
López Ugalde sostuvo que los vicios del sistema de procuración de justicia, y del sistema de justicia en general, tienen un efecto perverso que provoca que muchas personas que deberían estar en prisión, se encuentren libres, mientras que muchas personas que se encuentran en encierro, no deberían estarlo.
"Si nuestro derecho elemental a una justicia verdadera no está garantizado, el resto de nuestros derechos y libertades está en entredicho", señaló López Ugalde
* Derechos en jaque
Agregó que en algunas regiones del país, el ejercicio de los derechos está "en jaque", y la libertad de expresión, la libertad personal y la libertad de tránsito, entre otras, están amenazadas no sólo por la acción directa de los criminales, sino por la respuesta de la autoridad que dista de ser efectiva y tener controles.
Afirmó que la defensa a ultranza de la guerra contra el narco ha resultado en formas de control y manipulación de la opinión pública, con el consecuente deterioro de la libertad de expresión y opinión.
"Las libertades, o son para todos, o se convierten en una forma de privilegio de unos y exclusión de otros. Muchos gozan de libertades plenas, pero mientras el disfrute de dichas libertades no sea universal, estamos frente a un panorama de discriminación y marginación de grupos de la población", declaró.
Consideró que el margen de libertad y soberanía del país se ha reducido también en términos económicos, pues es evidente que en México dependemos cada vez más de decisiones que se toman en el exterior.
* Entre los avances y retrocesos
Por su parte, al opinar sobre el gasto erogado por el Gobierno federal para celebrar las fiestas del Bicentenario, que según la Secretaría de Educación Pública ascendió a 580 millones de pesos, el politólogo Carlos Lugo lo calificó como "un derroche excesivo".
"Es una celebración en donde se debió mostrar los avances de este país a través del tiempo. En estos últimos 200 años se debió evaluar la trayectoria en lo político y, sin embargo, se quedó en una celebración más bien de mostrar el músculo militar, demostrar la fuerza y no el carácter", señaló.
Al respecto, sostuvo que dadas las circunstancias que se viven en el país y que incluyen altos índices de pobreza, desempleo e incertidumbre de rumbo, lo que debe haber es celebración y no festejo.
* Festejos exagerados
Agregó que los festejos exagerados constituyen una de las características de los presidentes panistas, pues así lo hizo en su momento el presidente Vicente Fox, y Felipe Calderón no quiso quedarse atrás.
Al hacer un balance sobre lo obtenido en 200 años de historia, el especialista afirmó que lejos de hacerse más firmes, en muchos de los avances que hace tiempo se lograron, hoy en día se tienen retrocesos.
"Habría que ver desde qué espejo se habla de las libertades, porque si hablamos de las libertades que están en la Constitución y que tienen todos los mexicanos, pues en cierta manera las libertades se han acotado", señaló.
Como ejemplo mencionó la pérdida de empleo que afecta a miles de mexicanos y la pérdida de libertad de expresión que "está quebrada", y prueba de ello son los periodistas asesinados, "levantados" y la censura que ha padecido la prensa en México en la cobertura de información.
EL INFORMADOR.COM.MEX
◦CIRCUNSTANCIAS, POR JOSÉ MANUEL GÓMEZ VÁZQUEZ ALDANA
En una de las encuestas que realiza Pedro Ferriz de Con, particularmente refiriéndome a la del miércoles 15 del presente, preguntó si preferían sanar las heridas causadas o relatadas con el tiempo aceptando la verdad o seguir como estamos. El 97% contestó que habría que sanar las heridas conociendo la verdad, el 3% fue al contrario.
Esta encuesta refleja fielmente lo que el pueblo mexicano realmente quiere, que se acepte, se conozca, se pregone la verdad y se dejen de distorsionar los hechos, disfrazando de héroes o haciéndolos más a los que no fueron tanto y en cambio a quienes realizaron bien las cosas y México les debe mucho, pero se equivocaron en algunos aspectos, duplicaron sus errores exagerando e ignorando el bien que hicieron.
Un ejemplo es Hidalgo e Iturbide, la gloria y el olvido; hoy nos dicen que celebremos que desde hace 200 años somos mexicanos independientes, cosa que no es cierto, hace 200 años los mexicanos, impulsados por Hidalgo, empezamos a luchar por ser independientes, pero de ninguna manera éramos independientes. Toda la gloria de la independencia se la otorgan a Miguel Hidalgo, en cambio Agustín de Iturbide, que fue quien realizó y proclamó oficialmente la independencia después del abrazo de Acatempan con Vicente Guerrero, no sólo se le relegó al olvido, sino equivocadamente no se le reconocen los méritos que tuvo, porque él consumó la independencia de México el 27 de septiembre de 1821, hasta esa fecha oficialmente los mexicanos nos volvimos independientes, no en 1810.
Después Iturbide se equivocó, fue depuesto y condenado a muerte por proclamarse emperador, pero la independencia de la Nueva España, o sea México, estaba consumada.
Otra de las grandes circunstancias que no se reconoce es el valor que para México fue Porfirio Díaz, primero luchando por México y por Juárez, haciendo que México se conociera y lo respetara el mundo; después cuando Francisco Madero, iluso, buen hombre, buen mexicano, se levanta en armas en contra del Gobierno establecido de Porfirio Díaz en su última reelección. Porfirio Díaz, que pudo haber acabado con ese levantamiento fácilmente, con el poderío que tenía del Ejército federal y los gobernadores, pensó que los Estados Unidos, nuestros vecinos gandallas y convenencieros, iban a apoyar lo que era el posible inicio de una revolución para ver qué provecho sacaban.
Porfirio renunció, se fue del país para evitar derramamiento de sangre de los mexicanos, como lo declaró, lo que hubiera sido trágico y doloroso. Algún día se reconocerán los méritos que tuvo. A los gringos los tenía en su lugar por las relaciones comerciales y políticas que teníamos en ese tiempo con los europeos, y México era entonces uno de los países con mayor progreso en América Latina.
Otro caso a comentar es Maximiliano de Austria, que fue un inocente buen hombre manejado e iluso que tuvo que ser sacrificado junto con Miramón y Mejía, para sentar un precedente de que no hubiera algún otro intento de gobernante extranjero.
Juárez defendió la patria con todo valor, corazón, en su carroza negra recorriendo el país, pero hubo muestras que si no hubiera muerto hubiera intentado reelegirse eternamente.
Ojalá algún día se deje de distorsionar la verdad y aparezca un presidente con rectitud y pantalones y haga que se reconozca a todos, no nada más a algunos, lo que hicieron por nuestra patria.
La verdad del Bicentenario
Esta encuesta refleja fielmente lo que el pueblo mexicano realmente quiere, que se acepte, se conozca, se pregone la verdad y se dejen de distorsionar los hechos, disfrazando de héroes o haciéndolos más a los que no fueron tanto y en cambio a quienes realizaron bien las cosas y México les debe mucho, pero se equivocaron en algunos aspectos, duplicaron sus errores exagerando e ignorando el bien que hicieron.
Un ejemplo es Hidalgo e Iturbide, la gloria y el olvido; hoy nos dicen que celebremos que desde hace 200 años somos mexicanos independientes, cosa que no es cierto, hace 200 años los mexicanos, impulsados por Hidalgo, empezamos a luchar por ser independientes, pero de ninguna manera éramos independientes. Toda la gloria de la independencia se la otorgan a Miguel Hidalgo, en cambio Agustín de Iturbide, que fue quien realizó y proclamó oficialmente la independencia después del abrazo de Acatempan con Vicente Guerrero, no sólo se le relegó al olvido, sino equivocadamente no se le reconocen los méritos que tuvo, porque él consumó la independencia de México el 27 de septiembre de 1821, hasta esa fecha oficialmente los mexicanos nos volvimos independientes, no en 1810.
Después Iturbide se equivocó, fue depuesto y condenado a muerte por proclamarse emperador, pero la independencia de la Nueva España, o sea México, estaba consumada.
Otra de las grandes circunstancias que no se reconoce es el valor que para México fue Porfirio Díaz, primero luchando por México y por Juárez, haciendo que México se conociera y lo respetara el mundo; después cuando Francisco Madero, iluso, buen hombre, buen mexicano, se levanta en armas en contra del Gobierno establecido de Porfirio Díaz en su última reelección. Porfirio Díaz, que pudo haber acabado con ese levantamiento fácilmente, con el poderío que tenía del Ejército federal y los gobernadores, pensó que los Estados Unidos, nuestros vecinos gandallas y convenencieros, iban a apoyar lo que era el posible inicio de una revolución para ver qué provecho sacaban.
Porfirio renunció, se fue del país para evitar derramamiento de sangre de los mexicanos, como lo declaró, lo que hubiera sido trágico y doloroso. Algún día se reconocerán los méritos que tuvo. A los gringos los tenía en su lugar por las relaciones comerciales y políticas que teníamos en ese tiempo con los europeos, y México era entonces uno de los países con mayor progreso en América Latina.
Otro caso a comentar es Maximiliano de Austria, que fue un inocente buen hombre manejado e iluso que tuvo que ser sacrificado junto con Miramón y Mejía, para sentar un precedente de que no hubiera algún otro intento de gobernante extranjero.
Juárez defendió la patria con todo valor, corazón, en su carroza negra recorriendo el país, pero hubo muestras que si no hubiera muerto hubiera intentado reelegirse eternamente.
Ojalá algún día se deje de distorsionar la verdad y aparezca un presidente con rectitud y pantalones y haga que se reconozca a todos, no nada más a algunos, lo que hicieron por nuestra patria.
LA CRÓNICA DE HOY
México puede ser definido el pueblo de la fiesta. En nuestro Ser —dicho en el más profundo sentido del término— conviven la alegría y el pesar, la algarabía y la angustia del día a día. Nada más parecido a la celebración, que no es otra cosa sino remembranza de tragedias y su catarsis vía el desfogue pletórico de música y baile.
Huraños siempre, exigimos a los demás que se definan; pero una vez que se ha generado la apertura del otro, el mexicano transita de la amistad a la hermandad vía la comida, primero, y la borrachera después; símbolo de confianza y entrega, abandono al éxtasis del olvido y la alegría; signos todos que buscan, de manera por demás extraña, alejar de la vida la violencia y la tristeza.
Estas manifestaciones tienen sus lados oscuros, hoy más que nunca expresados en la violencia sádica desatada por el crimen organizado; violencia fraticida que está acabando con miles de jóvenes y ante la cual no alcanzamos a vislumbrar la salida ni el antídoto para contrarrestar el veneno que ha inundado las venas de nuestra patria.
Poco de esto se encontró en las fiestas organizadas por un Gobierno mediocre que propuso en el “arte abstracto” y “alegorías” que casi nadie entendió, retratar lo que somos. Para lograrlo no había más que salir a la calle y poner atención, y darse cuenta de que México es un pueblo vivo, alegre, que busca desesperadamente reencontrarse en sus raíces para ser lo que debemos ser.
Penosamente, ante la vitalidad de una nación deseosa de festejar, el Gobierno de la derecha decidió gastar más de mil millones de pesos en un evento que parecía más la inauguración de un espectáculo deportivo, que una magna conmemoración, es decir, el encuentro con nuestra memoria pensada y vivida; y con ello la vivencia de los sueños que aún debemos construir y alcanzar.
Así, el Lic. Felipe Calderón, de la mano de un gris secretario de Educación con aspiraciones presidenciales, tomó la ruta fácil de organizar un espectáculo aldeano, eso sí, magnificado y con alta tecnología, y se olvidó de lo importante: asumir que el Bicentenario debía ser una invocación, una fecha simbólica para propiciar la reconciliación de una nación atribulada por la violencia, la pobreza, las desigualdades y la vulnerabilidad ante la realidad inevitable del cambio climático.
Todas las generalizaciones son peligrosas, pero puede sostenerse que ningún gobierno en los estados y los municipios pudo ni supo estar a la altura de un pueblo que sigue cantándole a la libertad; que está orgulloso de sus instituciones; que se emociona ante nuestra hermosa Bandera y al que se le enchina la piel al escuchar nuestro Himno Nacional.
El Bicentenario y su conmemoración era momento de rescatar a Quetzalcóatl y a toda la cultura del Toltecáyotl, de la cual abrevaron los chichimecas, tezcocanos, los del Reino de Azcapotzalco, los tlaxcaltecas y por supuesto los aztecas.
Nos olvidamos de los cantos y las flores, del culto al pueblo del sol que fuimos y que en muchos sentidos no hemos dejado de ser; olvidamos darle nuevos referentes a una Colonia que fue capaz de generar un “siglo de oro”; del heroísmo de los forjadores de la Independencia y del talante de quienes les sucedieron: de Guadalupe Victoria y de José María Luis Mora, el gran presidente Juárez y toda la Generación del 57, por citar sólo algunos ejemplos.
Olvidamos que la traición también ha estado a la orden del día en apellidos como los de Iturbide, Santa Anna, Miramón y Mejía, Porfirio Díaz y Huerta a la cola de la lista, pero el primero en miseria humana. Nombres que hoy la derecha busca desesperada reivindicar para justificar la reescritura de una historia, siempre en el pasado, ante su incapacidad de vernos en nuestros dilemas de hoy y en nuestras posibilidades futuras.
Rememorar es ir en busca del tiempo perdido a fin de construir un tiempo recobrado; se trata de superar la mentalidad del “pelado”, como le llamaría don Samuel Ramos a lo peor de nuestra idiosincrasia; se trata de salir del Laberinto de la Soledad de Paz; de dejar atrás al páramo y el llano en llamas, territorio en el cual surgen las ventiscas que llegan y “nos alevantan”.
El pueblo que somos no merece a los políticos que dicen representarnos: llenos de mezquindad y mediocridad en visión y propósitos, no tienen ni pueden tener el arrojo de soñar, de anhelar de veras, un país de libertad por el cual vale la pena vivir y luchar cada día.
Cuando más deberíamos tener claro lo que ha de venir mañana, en nuestro Bicentenario enfrentamos un futuro incierto ante el cual los ciudadanos de a pie tenemos el reto de asumir con arrojo la construcción de nuevos liderazgos a la altura de gigantes que como Hidalgo, Allende, Morelos y Guerrero, estén dispuestos a soñar y a pelear por lo mejor que tenemos: la vitalidad y el privilegio de ser, a pesar de los historiadores de moda, un pueblo mítico, nada menos que el pueblo del sol.
Lección del Bicentenario: pueblo ejemplar, gobiernos mediocres
Saúl Arellano
Opinión Domingo 19 de Sep., 2010
Dedicado a nuestra hermosa Patria, en el Bicentenario
México puede ser definido el pueblo de la fiesta. En nuestro Ser —dicho en el más profundo sentido del término— conviven la alegría y el pesar, la algarabía y la angustia del día a día. Nada más parecido a la celebración, que no es otra cosa sino remembranza de tragedias y su catarsis vía el desfogue pletórico de música y baile.
Huraños siempre, exigimos a los demás que se definan; pero una vez que se ha generado la apertura del otro, el mexicano transita de la amistad a la hermandad vía la comida, primero, y la borrachera después; símbolo de confianza y entrega, abandono al éxtasis del olvido y la alegría; signos todos que buscan, de manera por demás extraña, alejar de la vida la violencia y la tristeza.
Estas manifestaciones tienen sus lados oscuros, hoy más que nunca expresados en la violencia sádica desatada por el crimen organizado; violencia fraticida que está acabando con miles de jóvenes y ante la cual no alcanzamos a vislumbrar la salida ni el antídoto para contrarrestar el veneno que ha inundado las venas de nuestra patria.
Poco de esto se encontró en las fiestas organizadas por un Gobierno mediocre que propuso en el “arte abstracto” y “alegorías” que casi nadie entendió, retratar lo que somos. Para lograrlo no había más que salir a la calle y poner atención, y darse cuenta de que México es un pueblo vivo, alegre, que busca desesperadamente reencontrarse en sus raíces para ser lo que debemos ser.
Penosamente, ante la vitalidad de una nación deseosa de festejar, el Gobierno de la derecha decidió gastar más de mil millones de pesos en un evento que parecía más la inauguración de un espectáculo deportivo, que una magna conmemoración, es decir, el encuentro con nuestra memoria pensada y vivida; y con ello la vivencia de los sueños que aún debemos construir y alcanzar.
Así, el Lic. Felipe Calderón, de la mano de un gris secretario de Educación con aspiraciones presidenciales, tomó la ruta fácil de organizar un espectáculo aldeano, eso sí, magnificado y con alta tecnología, y se olvidó de lo importante: asumir que el Bicentenario debía ser una invocación, una fecha simbólica para propiciar la reconciliación de una nación atribulada por la violencia, la pobreza, las desigualdades y la vulnerabilidad ante la realidad inevitable del cambio climático.
Todas las generalizaciones son peligrosas, pero puede sostenerse que ningún gobierno en los estados y los municipios pudo ni supo estar a la altura de un pueblo que sigue cantándole a la libertad; que está orgulloso de sus instituciones; que se emociona ante nuestra hermosa Bandera y al que se le enchina la piel al escuchar nuestro Himno Nacional.
El Bicentenario y su conmemoración era momento de rescatar a Quetzalcóatl y a toda la cultura del Toltecáyotl, de la cual abrevaron los chichimecas, tezcocanos, los del Reino de Azcapotzalco, los tlaxcaltecas y por supuesto los aztecas.
Nos olvidamos de los cantos y las flores, del culto al pueblo del sol que fuimos y que en muchos sentidos no hemos dejado de ser; olvidamos darle nuevos referentes a una Colonia que fue capaz de generar un “siglo de oro”; del heroísmo de los forjadores de la Independencia y del talante de quienes les sucedieron: de Guadalupe Victoria y de José María Luis Mora, el gran presidente Juárez y toda la Generación del 57, por citar sólo algunos ejemplos.
Olvidamos que la traición también ha estado a la orden del día en apellidos como los de Iturbide, Santa Anna, Miramón y Mejía, Porfirio Díaz y Huerta a la cola de la lista, pero el primero en miseria humana. Nombres que hoy la derecha busca desesperada reivindicar para justificar la reescritura de una historia, siempre en el pasado, ante su incapacidad de vernos en nuestros dilemas de hoy y en nuestras posibilidades futuras.
Rememorar es ir en busca del tiempo perdido a fin de construir un tiempo recobrado; se trata de superar la mentalidad del “pelado”, como le llamaría don Samuel Ramos a lo peor de nuestra idiosincrasia; se trata de salir del Laberinto de la Soledad de Paz; de dejar atrás al páramo y el llano en llamas, territorio en el cual surgen las ventiscas que llegan y “nos alevantan”.
El pueblo que somos no merece a los políticos que dicen representarnos: llenos de mezquindad y mediocridad en visión y propósitos, no tienen ni pueden tener el arrojo de soñar, de anhelar de veras, un país de libertad por el cual vale la pena vivir y luchar cada día.
Cuando más deberíamos tener claro lo que ha de venir mañana, en nuestro Bicentenario enfrentamos un futuro incierto ante el cual los ciudadanos de a pie tenemos el reto de asumir con arrojo la construcción de nuevos liderazgos a la altura de gigantes que como Hidalgo, Allende, Morelos y Guerrero, estén dispuestos a soñar y a pelear por lo mejor que tenemos: la vitalidad y el privilegio de ser, a pesar de los historiadores de moda, un pueblo mítico, nada menos que el pueblo del sol.