En la billetera de su padre, en el bolso de su madre, en la mente de sus hermanos, en la mesa de noche de una novia y en el corazón de muchísimos amigos, compañeros de escuela y de diversiones, está retratado, con dolor y pena, el rostro de un muchacho de cara aún infantil, grandes ojos tristes y amplia sonrisa.
Pocos saben que cuando este joven tenía once años de edad, escribió un cuento con la ternura e ingenuidad que sólo la límpida mente de un niño puede concebir. El cuento trata sobre un pequeño pez que se encontró en el mar con un tiburón a quien invitó a jugar a los escondidos. Jugaron hasta que el sol cayó, sin incidentes para el pequeño pez y, por supuesto, para el tiburón. Narra el cuento que cuando ambos peces describieron su experiencia a sus respectivas madres, éstas les transmitieron sus criterios.
La madre del tiburón dijo: ``No juegues más con él, los pequeños peces son para que nos los comamos''.
Por su parte, la madre del pequeño pez, horrorizada, le relató las horribles historias de los familiares devorados por los tiburones, de modo tal que, desde entonces, basados en lo inculcado por sus madres, ambos, el tiburón y el pequeño pez, evitaron encontrarse.
Así transcurrió un año, al cabo del cual se produjo el inevitable encuentro. El tiburón le dijo al pequeño pez: ``Tú eres mi enemigo, pero podemos hacer la paz''.
La historia escrita por el niño relata que los peces jugaron secretamente por días, semanas y meses, hasta que un día decidieron ir juntos a contárselo sus madres. Desde entonces el tiburón y el pequeño pez vivieron en paz.
No deja de ser un cuento infantil; pero es un sueño maravilloso si pudiera hacerse realidad en tantos conflictos que la humanidad en general sufre, entre enemigos por definición y hábito.
Este muchacho, casi un niño hace solamente cuatro años, es hoy víctima de una práctica medieval devenida en moda a manos de los piratas de finales del siglo XX y, lamentablemente, del XXI: el secuestro.
El secuestro es una de las maneras más degradantes en que un humano puede someter a otro, pues la victima pierde, inmediatamente, su valor como el ser persona y se convierte en ``cosa intercambiable'' por un valor material o por otras personas legal o ilegalmente cautivas.
La prensa nos informa constantemente de casos de secuestro en todo el orbe, desde las selvas latinoamericanas hasta el Golfo Pérsico, con toda una serie de variantes y paisajes que compiten en su crueldad y vileza. Nada que ver con la historia del tiburón y el pez.
A los dos años de su cautiverio, le permitieron a este joven escribir una carta a sus padres donde les contaba cuánto les extrañaba, cuánto sufría física, mental y emocionalmente y en la que les pedía que siguieran haciendo todo lo posible para que se negociara su liberación y hacer realidad su sueño perenne de reencontrarse en libertad y abrazarles.
Sólo sus verdugos saben en realidad a qué suplicios le han sometido, sólo ellos conocen de su estado físico y mental. Las experiencias vividas por otros en dichas circunstancias nos hacen presumir lo peor. Este muchacho antes de ser capturado se distinguía mucho más por su entendimiento y sensibilidad que por sus atributos físicos; aunque su carácter y coraje le conseguían sobreponerse y realizar labores físicas superiores a sus limitaciones. Ojalá que aún sea así.
Quienes le quieren no lo ven desde que tenía 19 años en junio del 2006, cuando fue secuestrado mientras hacía posta en la frontera, por terroristas de Hamas, quienes le mantienen, como él mismo ha descrito en una de las pocas comunicaciones que sus verdugos le han permitido, ``en una inhumana e intolerable pesadilla''.
Lamentablemente, el papel de la Cruz Roja y de Amnistía Internacional ha sido nulo ya que Hamas no ha permitido su acceso, ni dichas organizaciones han puesto el máximo ahínco para conseguirlo.
El gobierno de Israel ha realizado esfuerzos importantes para lograr su liberación, incluso como en casos anteriores, a cambio de prisioneros palestinos condenados bajo las leyes de un Estado democrático, con todas las garantías procesales y la transparencia que ello requiere. Nada ha sido suficiente para sus captores y este joven sigue siendo martirizado.
Su nombre es Gilad Shalit y ya es hora que vuelva a casa. Que Diós así lo quiera
@Roland J Behar/elnuevoherald.com