Los canteiros reconquistan Compostela
Los artesanos compiten por esculpir el mejor baldosín.
Los mismos que hicieron de Galicia un lugar mágico durante siglos, por sus construcciones en piedra cargadas de simbología, participaron ayer en rehabilitar el enlosado de Compostela, y lo hicieron en forma de concurso. A las nueve de la mañana 21 canteiros tomaban la Plaza del Obradoiro. Tenían seis horas para esculpir un sillar en piedra. Para algunos, el tiempo era demasiado escaso y vislumbraban su derrota de antemano, pues concursaban contra mestres canteiros con años de oficio. Daba igual, la ilusión era la misma.
El concurso reunió a 16 canteiros gallegos y cinco portugueses
Son herederos de uno de los oficios más mágicos y simbólicos de toda la historia. Los masones fueron, en realidad, maestros canteros que se comunicaban entre sí dejando mensajes tallados en las piedras de los puentes, en los pasos y en los adoquines. Su organización era mucho más compleja que la de los propios gobiernos de la época Medieval. En algunos países, como Francia, los artesanos de la piedra se siguen reuniendo. En Galicia, en cambio, la tradición es menor. Hay ferias donde se encuentran y charlan de técnicas y de sus obras, pero no es común. La de ayer fue una de las ocasiones más especiales para ver reunidos a esos 16 canteiros de Galicia (y cinco de Portugal) que competían por hacer el adoquín más perfecto en el menor tiempo posible.
David Soengas tiene 32 años y desde los 20 tiene su propio taller artesanal. Conoce el trabajo que realiza el Consorcio santiagués en la rehabilitación del pavimento histórico y se emociona hablando del concurso. El de Compostela, dice, es un suelo con muchísima personalidad. "Un acabado pulido por siglos de tránsito que no podremos imitar con nuestro adoquín, pero lo intentaremos". Son orfebres que se han formado, en su mayoría, en escuelas de oficios. Ser artesano es algo que pocos pueden permitirse. "¿Quién puede vivir del arte?", se pregunta Juan Carlos López Feijóo, de 33 años, y que ya lleva algunos sin dedicarse exclusivamente a la piedra. Ninguno renuncia, sin embargo, a compatibilizar, al menos alguna vez, el carácter más práctico de su habilidad con el poner su imaginación al servicio de la escultura.
Muchos pasaron por la Escola de Poio y la mayoría ya han alcanzado el título de mestre canteiro. Tres o cinco años de estudios que no tienen, sin embargo, homologación alguna. "Supongo que es como a los zapateros", intenta explica José Rocha, de 30 años, "nadie les pregunta si tienen algún título". En la escuela, se forman en cantería, escultura, modelado, dibujo técnico y artístico, historia del arte y construcción. Su profesión, sin embargo, es en ocasiones infravalorada por arquitectos o arqueólogos cuando se enfrentan a una obra. "Se hace poco caso al canteiro en las obras", explica José Rocha.
Llevan a gala ser oriundos de la tierra que mejores canteiros ha dado. Y no quieren moverse de ella, a pesar de que alguno estuvo tentado de ponerse bajo las órdenes del jefe de canteiros de la Sagrada Familia de Barcelona, también gallego, y ya fallecido. "La mayoría de trabajadores son gallegos", explica con orgullo David Soengas. Reconocen que se trabaja mejor fuera, que está mejor pagado y que el canteiro gallego está técnicamente muy bien valorado. Quedarse, en cambio, significa para ellos participar en la recuperación de la memoria de Galicia en piedra.
Se lamentan de que los gallegos no valoren su propio patrimonio y viertan cal sobre sus casas de piedra. En suma, "que menosprecien el tesoro que tienen la suerte de tener". Rocha, por ejemplo, acaba de conseguir el título de mestre hace pocos meses y trabaja en la restauración de casas en piedra. Soengas ha rehabilitado también pazos y reconoce su "pasión" por la construcción. Le alegra que, en las últimas décadas, Patrimonio haya "intentado hacer algo más" por restaurar obras de la historia de esta tierra. "No valoramos lo nuestro y me parte el alma", continúa José Rocha. "El feísmo aquí es aterrador", añade Soengas, hablando con envidia de otros pueblos celtas como Escocia.
La ciudad de Santiago volvió a revivir ayer sus orígenes cuando las manos de los maestros empezaron a trabajar la piedra. Son los ganadores de una carrera de fondo en la que muchos quedaron en el camino. "Cuando yo entré, nuestro maestro nos advirtió de que no todos íbamos a ser canteros. Dijo: 'quien decide quién es canteiro es la piedra", cuenta Rocha. Y ayer fueron los mágicos adoquines de Compostela -y el jurado- los que tomaron la decisión.
@Belén Kaýser/El Pais
Los artesanos compiten por esculpir el mejor baldosín.
Los mismos que hicieron de Galicia un lugar mágico durante siglos, por sus construcciones en piedra cargadas de simbología, participaron ayer en rehabilitar el enlosado de Compostela, y lo hicieron en forma de concurso. A las nueve de la mañana 21 canteiros tomaban la Plaza del Obradoiro. Tenían seis horas para esculpir un sillar en piedra. Para algunos, el tiempo era demasiado escaso y vislumbraban su derrota de antemano, pues concursaban contra mestres canteiros con años de oficio. Daba igual, la ilusión era la misma.
El concurso reunió a 16 canteiros gallegos y cinco portugueses
Son herederos de uno de los oficios más mágicos y simbólicos de toda la historia. Los masones fueron, en realidad, maestros canteros que se comunicaban entre sí dejando mensajes tallados en las piedras de los puentes, en los pasos y en los adoquines. Su organización era mucho más compleja que la de los propios gobiernos de la época Medieval. En algunos países, como Francia, los artesanos de la piedra se siguen reuniendo. En Galicia, en cambio, la tradición es menor. Hay ferias donde se encuentran y charlan de técnicas y de sus obras, pero no es común. La de ayer fue una de las ocasiones más especiales para ver reunidos a esos 16 canteiros de Galicia (y cinco de Portugal) que competían por hacer el adoquín más perfecto en el menor tiempo posible.
David Soengas tiene 32 años y desde los 20 tiene su propio taller artesanal. Conoce el trabajo que realiza el Consorcio santiagués en la rehabilitación del pavimento histórico y se emociona hablando del concurso. El de Compostela, dice, es un suelo con muchísima personalidad. "Un acabado pulido por siglos de tránsito que no podremos imitar con nuestro adoquín, pero lo intentaremos". Son orfebres que se han formado, en su mayoría, en escuelas de oficios. Ser artesano es algo que pocos pueden permitirse. "¿Quién puede vivir del arte?", se pregunta Juan Carlos López Feijóo, de 33 años, y que ya lleva algunos sin dedicarse exclusivamente a la piedra. Ninguno renuncia, sin embargo, a compatibilizar, al menos alguna vez, el carácter más práctico de su habilidad con el poner su imaginación al servicio de la escultura.
Muchos pasaron por la Escola de Poio y la mayoría ya han alcanzado el título de mestre canteiro. Tres o cinco años de estudios que no tienen, sin embargo, homologación alguna. "Supongo que es como a los zapateros", intenta explica José Rocha, de 30 años, "nadie les pregunta si tienen algún título". En la escuela, se forman en cantería, escultura, modelado, dibujo técnico y artístico, historia del arte y construcción. Su profesión, sin embargo, es en ocasiones infravalorada por arquitectos o arqueólogos cuando se enfrentan a una obra. "Se hace poco caso al canteiro en las obras", explica José Rocha.
Llevan a gala ser oriundos de la tierra que mejores canteiros ha dado. Y no quieren moverse de ella, a pesar de que alguno estuvo tentado de ponerse bajo las órdenes del jefe de canteiros de la Sagrada Familia de Barcelona, también gallego, y ya fallecido. "La mayoría de trabajadores son gallegos", explica con orgullo David Soengas. Reconocen que se trabaja mejor fuera, que está mejor pagado y que el canteiro gallego está técnicamente muy bien valorado. Quedarse, en cambio, significa para ellos participar en la recuperación de la memoria de Galicia en piedra.
Se lamentan de que los gallegos no valoren su propio patrimonio y viertan cal sobre sus casas de piedra. En suma, "que menosprecien el tesoro que tienen la suerte de tener". Rocha, por ejemplo, acaba de conseguir el título de mestre hace pocos meses y trabaja en la restauración de casas en piedra. Soengas ha rehabilitado también pazos y reconoce su "pasión" por la construcción. Le alegra que, en las últimas décadas, Patrimonio haya "intentado hacer algo más" por restaurar obras de la historia de esta tierra. "No valoramos lo nuestro y me parte el alma", continúa José Rocha. "El feísmo aquí es aterrador", añade Soengas, hablando con envidia de otros pueblos celtas como Escocia.
La ciudad de Santiago volvió a revivir ayer sus orígenes cuando las manos de los maestros empezaron a trabajar la piedra. Son los ganadores de una carrera de fondo en la que muchos quedaron en el camino. "Cuando yo entré, nuestro maestro nos advirtió de que no todos íbamos a ser canteros. Dijo: 'quien decide quién es canteiro es la piedra", cuenta Rocha. Y ayer fueron los mágicos adoquines de Compostela -y el jurado- los que tomaron la decisión.
@Belén Kaýser/El Pais