Son las siete de la mañana y nos arrodillamos sobre el lodo negro de las congeladas orillas del río Támesis en Londres a la sombra de la catedral de San Pablo, iglesia que controla el casco antiguo de la ciudad desde el siglo VII.
Cuando la marea baja y deja ver la costa, Steve Brooker arroja con indiferencia dentro de su balde la ficha comercial del siglo XVII que ha encontrado en el barro.
"Recuerda que todo se trata de mejorar con la práctica", dice Brooker, que, equipado con poco más que una pala, unos guantes, las botas reglamentarias y un contagioso entusiasmo, ha rastreado la costa durante los últimos 20 años en busca de antigüedades.
Las fichas comerciales eran emitidas por mercaderes locales durante y después de la guerra civil inglesa (1642-1651), como una moneda de cambio en un momento en el que las monedas menores del reino estaban fuera de circulación.
Conservado por el barro libre de oxígeno, el cuarto de penique de cobre lleva el nombre de Thomas Lowe, de Three Nuns Alley.
La otra cara de la moneda lleva impresas las figuras de tres monjas, y posteriormente se descubrió que provenía de la casa de un comerciante sobre un callejón perdido hace mucho tiempo y que ahora se encuentra enterrado en algún lugar bajo la calle Threadneedle, donde se encuentra el Banco de Inglaterra.
"Se puede oler la historia aquí abajo, está por todos lados", dijo Brooker, de 49 años, cuando nos quedamos fuera del campo visual de una excursión guiada bajo los grandes y tenebrosos pilares del muelle del Mercado de Pescado de Old Billingsgate, un antiguo lugar asociado con el comercio de todo tipo de mercancías, incluyendo mariscos, desde tiempos medievales.
Brooker, un llamativo personaje de casi dos metros de altura, no es el típico buscador de objetos perdidos. Es uno de los 45 integrantes de la Sociedad de Rapiñadores del Támesis (Society of Thames Mudlarks), que tienen el permiso de la Autoridad Portuaria de Londres para hurgar en la costa norte entre Westminster - sede del Gobierno -, al oeste del casco antiguo, y la Torre de Londres, al este.
Cualquiera puede recorrer a pie la extensión de la costa de la capital que queda expuesta cuando baja la marea, pero sólo los rapiñadores, que rigurosamente rinden cuenta de sus hallazgos ante los museos, pueden excavar en la rica orilla norte.
El público también puede intentarlo, siempre que compre un permiso, pero sólo se le permite buscar a escasa profundidad en la costa sur y, al igual que los rapiñadores oficiales, tienen que informar sobre cualquier cosa que encuentren que tenga más de 300 años de antigüedad.
Los descubrimientos se devuelven a quienes los encontraron tras haberlos fotografiado y haber revelado el lugar del hallazgo.
Los alrededores del Támesis han estado poblados durante milenios y la gama de objetos que el río continúa devolviendo da fe de su rico pasado. Tribus prehistóricas y celtas, además de romanos, sajones, vikingos y normandos, han enriquecido sus resbaladizas orillas y dejado una marca indeleble.
OBJETOS COTIDIANOS
Brooker enfatiza que no está buscando un "tesoro" en el sentido convencional de la palabra. La mayoría de los hallazgos son objetos cotidianos de basura descartada hace siglos que pueden dar información sobre el pasado de la ciudad, afirma.
Botones Tudor, cubiertos del siglo XVII, fragmentos de cerámica romana y de baldosas medievales que habrían adornado un palacio o un edificio monástico y pipas de arcilla decorada, algunas con sus boquillas de 45 centímetros aún intactas, cada objeto tiene una historia que contar, dice Brooker.
Kate Sumnall, arqueóloga y Directora de Coordinación de Hallazgos del Museo de Londres que se ocupa de identificar los descubrimientos de los rapiñadores, dice que su trabajo es "extraordinariamente importante".
"Han realizado una enorme contribución al donarnos objetos, pero además por el conocimiento que aportan, con frecuencia aprendo de ellos", dijo la arqueóloga a Reuters.
"Los juguetes y las insignias de peregrinos medievales (que han hallado) son dos de las colecciones claves en las que sus contribuciones han ayudado realmente a cambiar la interpretación arqueológica del pasado", agregó.
Las insignias de peregrinos de estaño, recuerdos del siglo XIII obtenidos en santuarios religiosos desperdigados por el país por nuestros fervorosos ancestros, son uno de los objetos favoritos de los rapiñadores.
Con los años, Brooker ha descubierto miles de objetos en el barro, y junto a sus compañeros ha documentado muchos hallazgos históricamente importantes en el Museo de Londres y el Británico.
Su propia colección incluye dagas Tudor, ostentosas hebillas de zapato georgianas del siglo XVIII, ornamentados broches medievales y monedas de casi todos los reinos.
Incluso ha extraído pequeños pares de zapatos de cuero que pertenecieron a niños romanos y que se encuentran en perfectas condiciones de conservación gracias al barro.
Muchos hallazgos están expuestos en su página web: http://www.thamesandfield.co.uk/.
Algunos de estos objetos fueron extraviados por batallones de soldados que volvían de la guerra, dice Brooker. Otros los dejaron allí a modo de ofrenda, arrojados desde grandes barcos de vela cuando Londres era la capital comercial del mundo, o lanzados desde los ferris que bordeaban las costas.
"Puedes, si verdaderamente tienes suerte, hacer historia encontrando un objeto desconocido o una moneda", afirmó Brooker, que también es instalador de ventanas y anticuario autodidacta, y que además posee una extraordinaria habilidad para hallar elementos excepcionales.
Desde 2009, cuando halló un grillete de unos 300 años de antigüedad en perfectas condiciones, Brooker ha atraído un considerable interés por parte de los medios. Acaba de terminar de rodar una serie de ocho capítulos llamada "Mud Men" (Hombres de barro) para el canal de satélite History, anteriormente History Channel, y que ya ha comenzado a emitirse en Reino Unido.
@Reuters