El antiguo patriarca ortodoxo de Jerusalén acusa a su sucesor, Teófilo III, de quitarle el puesto y encerrarle luego en un piso
Emmanouil Skopelitis (Samos, Grecia, 1939) dice que lo tienen cautivo, que come gracias a la generosidad de un tendero musulmán y que ha sido víctima de una sorprendente y maquiavélica conjura religiosa. Emmanouil Skopelitis, con sus venerables barbas blancas y su túnica negra de monje medieval, vive en la ciudad vieja de Jerusalén, en una casa amurallada, y apenas puede comunicarse con el mundo: bendice a sus fieles a través de un teléfono móvil y en ocasiones se asoma al tejado de su vivienda para saludar a los viandantes y recibir los vítores de sus devotos.
Emmanouil Skopelitis, como habrán adivinado, no es un sacerdote cualquiera: en el año 2001, se convirtió en patriarca ortodoxo de Jerusalén (una dignidad vitalicia, como la del Papa romano) y adoptó el nombre de Ireneo I. Sin embargo, cuatro años después, en junio de 2005, fue ruidosamente destituido y degradado a la condición de simple monje, acusado de participar en turbios negocios inmobiliarios. Desde entonces, Ireneo pasa los días recluido en un piso de Jerusalén mientras clama contra su sucesor, Teófilo III, a quien tilda de «usurpador».
Negocios projudíos
La vida de Ireneo I comenzó a torcerse en marzo de 2005, cuando trece obispos de su circunscripción firmaron una carta en la que aseguraban que habían decidido «relevar a Ireneo de sus funciones como patriarca en Tierra Santa, dejar de trabajar con él y considerarlo persona non grata». Al parecer, Ireneo había aprobado la venta de una propiedad eclesiástica emplazada en la ciudad vieja de Jerusalén a un comprador desconocido, detrás del cual se agazapaba una asociación israelí que fomenta la ocupación judía de Palestina. La operación era legal, pero inadmisible para la Iglesia Greco Ortodoxa de Jerusalén, cuyos 200.000 miembros son, en su gran mayoría, palestinos.
Ireneo lo negó todo. Aseguró que él jamás estuvo de acuerdo con la venta y que todo era una maniobra para descabalgarle del patriarcado, pero no pudo parar la maquinaria burocrático/religiosa. Ni siquiera le sirvió un informe de la Autoridad Palestina, que concluía que Ireneo no había participado en aquel negocio projudío, que incluía la venta de un par de hoteles. El Santo Sínodo de Jerusalén, por mayoría de dos tercios, decidió destituir a Ireneo e incluso se convocó en Estambul una Conferencia Panortodoxa para ratificar la degradación del patriarca. En agostó de 2005, los obispos designaron a su sucesor, Ilias Giannopoulos (Messinia, Grecia, 1952), que aceptó el cargo y decidió tomar el nombre de Teófilo III. Dos años después, como prescribe la ley canónica ortodoxa, Palestina, Jordania e Israel aprobaron el nombramiento del nuevo patriarca de Jerusalén, una dignidad de especial relumbrón en el mundo ortodoxo por la carga simbólica de la ciudad.
Cautivo y sin comida
A estas alturas, nadie sabe muy bien si los obispos tenían o no razón en sus críticas a Ireneo I. Ya es lo de menos. Hace unos meses, unos reporteros de Associated Press quisieron entrevistar al antiguo patriarca. Fueron a su casa. Se toparon con una imponente puerta metálica. Llamaron. Un guardián se asomó por una rendija y les dijo que no podían entrar.
Los periodistas decidieron camuflar un micrófono inalámbrico en la bolsa en la que le suelen subir la comida a Ireneo: «No permiten que nadie salga y que nadie me visite -les dijo-. Temen a la gente porque la gente me ama y yo amo a la gente». Entre otras lindezas, les aseguró que Teófilo III había decidido encerrarlo hasta que lo reconozca como nuevo patriarca de Jerusalén: «Pido a Dios todo el día para que la verdad salga a la luz. Yo soy el patriarca». Ireneo va incluso más allá: asegura que solo come gracias a la generosidad del tendero de la esquina, el musulmán Abu Amar, que le ofrece verduras, pan y agua.
El diario 'The Jerusalem Post' recogía declaraciones anónimas de un «importante obispo» ortodoxo, en las que confirmaba que Teófilo mantiene a Ireneo encerrado porque teme que reclame su antigua posición. Una opinión que también comparte Marwan Tubasi, presidente del Consejo de Organizaciones Árabe Ortodoxas: «El nuevo patriarca está castigando a su antecesor, manteniéndole cautivo para asegurar su puesto».
Teófilo III, mientras tanto, no dice nada. Sus seguidores aseguran que Ireneo lleva vida de monje por propia voluntad, que rechaza la comida y que es un mentiroso compulsivo. «Él fue quien decidió encerrarse en su piso», denuncia Nadir Mughrabi, consejero del patriarcado de Jerusalén, en las páginas de 'The New York Times'. Por si faltaban pocos líos en Palestina, Ireneo y Teófilo han decidido aportar su pintoresca discusión bizantina.
La confesión ortodoxa se divide en quince iglesias autocéfalas, que no reconocen una autoridad superior a la de su patriarca, aunque el jerarca de Constantinopla (Estambul) sea considerado una especie de 'primus inter pares'. La Iglesia Greco Ortodoxa de Jerusalén es una de las menores en número (apenas 200.000 personas), pero está muy cargada de simbolismo. Se considera la iglesia cristiana más antigua, al arrancar con la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés. Los fieles palestinos critican que casi todos sus clérigos sean de origen griego.