El poeta Juan Carlos Mestre, que ofrece hoy un recital junto al cantante, ilumina los versos de este libro-disco con sus delicados dibujos como si fuera un libro de horas
Hacía tiempo que Amancio Prada buscaba una aproximación, aunque sólo fuera fugaz, a las Coplas a la muerte de su padre , de Jorge Manrique; incluso hace unos años llegó a caer en la dulce tentación de ofrecer una selección de ellas en el pueblo natal de Manrique, Paredes de Nava, para aplacar el gusanillo de la incertidumbre. Y fue tal el éxito de aquella velada que le otorgó nuevas fuerzas para poner música ahora a esas 40 coplas en octosílabos de pie quebrado, una elegía «que dice las cosas más graves con las palabras más claras», como señala el cantautor.
«Aunque la idea continuaba royendo en mi desván -”
continúa Prada-”, tuvo que suceder un hecho muy significativo para mí como fue la muerte de mi padre, hace ocho años, para que me pusiera a trabajar en serio en esta música. Fue entonces cuando musiqué alguna, pero ahora se trata de una obra de largo aliento, con la melodía pensada como un río que va recorriendo o reflejando diferentes paisajes, pensamientos y emociones. La obra arranca como el río cuando nace flaco y delgado, con mi voz y la guitarra. Después, el caudal va creciendo y se van uniendo los violonchelos, que recorren el primer trayecto del poema con un carácter reflexivo e intimista».
Con ilustraciones de Juan Carlos Mestre -”que confieren vida propia a los textos-”, ahítas de la belleza y delicadeza que siempre rezuman el pincel o el carboncillo del poeta villafranquino, el libro se enriquece con la hermosa caligrafía de Pablo González para convertirlo en un bello volumen editado por Casariego, en el que las coplas manriqueñas se transforman en una continua y doliente guirnalda de canciones con sabor a manuscrito de este siglo y olor medieval. Prada siempre ha cuidado al detalle sus ediciones tanto estética como técnicamente, y cualquiera de sus trabajos anteriores puede decirse que son un modelo de equilibrio sonoro, algo que ahora ha vuelto a hacerse más patente si cabe en este su último trabajo dedicado a uno de nuestros poetas esenciales.
«Prada -”dice Mestre-” ha sabido oír emocionalmente la naturaleza física de lo perecedero como una música emancipada de la muerte, una voz sin miedo al tiempo que hace de las palabras del pasado la poesía del futuro. He intentado seguir ese rastro, la vibración espiritual de ese gesto; reafirmación de la vida sobre la incógnita naturaleza de los sentidos de la muerte».
Distribución. El libro se divide en dos partes. En la primera se contraponen las acuarelas y grabados llenos de luz y color del premio nacional de Poesía con las caligrafías de González. Y en la segunda, la intensidad cambia con la transcripción de las coplas cantadas en una clara invitación a que el lector acompañe su lectura con la interpretación de Prada, al tiempo que las ilustraciones de Mestre son diferentes. El artista utiliza las técnicas del frottages o calcos realizados a lápiz sobre elementos de las lápidas hechas en el cementerio de Roma, donde se encuentran las tumbas de los poetas como Keats y Shelley.
Amancio va tejiendo y envolviendo en terciopelo la filosofía del verso, acompañado por la guitarra flamenca de Josete Ordóñez, el piano de Eduardo Laguillo, un dúo de violonchelos y un coro flamenco de voces mixtas y la colaboración de La Shica, hasta llegar a la coda final donde se trasluce un remanso de paz en la figura del padre, el maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique, cantando las virtudes del hombre.
«La conclusión es lo más emotivo e íntimo, con el diálogo entre la muerte y el maestro. Una muerte no tétrica, sino dulce. Es como una amiga que viene a tenderle la mano y a consolar al que va a morir con voluntad placentera, en ese tramo final la vida, que es como el río, llega a la mar», sentencia Prada.
@Miguel Á. Nepomuceno /(León) / Diario de León.es