Durante el pontificado de Silvestre se llevó a cabo el Concilio de Nicea, el que más poder ha otorgado a la Iglesia. Fue donde se reafirmó la deidad de Jesús de Nazaret. Dos hechos llaman la atención (1) el Papa no fue al concilio, y (2) ¿por qué en Nicea?
El papa Silvestre se hizo famoso porque gobernó la Iglesia Católica en tiempos del emperador Constantino, quien decidió adoptar el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y quien le dio un tremendo apoyo a la iglesia primigenia.
En efecto, el Edicto de Milán (313) estableció la libertad religiosa en el Imperio Romano y puso fin a la persecusión de los cristianos. Este edicto marcó la llamada “Paz de la Iglesia”, y le permitió al cristianismo llegar a la cumbre de los poderes como religión universal.
De hecho, no hay la menor duda de que Constantino hizo por la Iglesia mucho más que el propio Papa.
El Emperador le regaló a Silvestre el palacio de Letrán, en Roma, que se usaría como la primera residencia oficial de los Pontífices.
Pero Silvestre tuvo la suerte de contar con la ayuda del Emperador no sólo para para habitar y reconstruir Letrán sino para levantar la Basílica de San Pedro.
Durante el Pontificado de Silvestre se reunió el Concilio de Nicea (año 325), en el cual los obispos de todo el mundo declararon que “Jesucristo es Dios”, y “quien no lo crea no puede pertenecer al cristianismo”. Fue también en ese concilio donde se definió, palabra por palabra, el Credo que rezan los católicos.
El pontificado de Silvestre duró casi 22 años y transcurrió en medio de una total libertad para practicar el cristianismo, y en absoluta tranquilidad para la Iglesia.
No obstante la duración de su pontificado, y la importancia del periodo en el cual sirvió, Silvestre parece haber hecho poco, o por lo menos no tuvo un impacto destacado en la Iglesia ni en el papado. Ciertamente, lo que él no hizo como Papa es más significativo que lo que hizo. Veamos.
El verdadero orquestador
El emperador Constantino tuvo tanta ingerencia en los asuntos de la Iglesia que ocasionalmente asumió el título de “obispo de asuntos externos”. De hecho, fue el primero en llamar a un “concilio especial”, en el que logró reunir a 130 obispos (en Arles, en el mes de agosto del año 314), para escuchar una apelación de los donatistas, quienes habían impugnado la consagración de Cecilio como obispo de Cartago.
Los donatistas eran rigurosos oponentes a readmitir en la Iglesia a aquellos que habían comprometido su fe durante la persecusión Diocleciana.
Llama significativamente la atención el hecho de que el Emperador no convocó al concilio en Roma, ni tampoco llamó al Obispo de Roma, es decir al papa Silvestre, para presidir la reunión, sino que delegó la responsabilidad a Marino, el obispo de Arles, y encomendó la conducción general del concilio a Chrestus, obispo de Siracusa.
Silvestre envió a dos presbíteros y a dos diáconos para representarlo, y cuando terminó el concilio los organizadores le trasmitieron al Papa los resultados, pidéndole que hiciera circular las decisiones en todas las iglesias.
Por qué Nicea
Más allá de la reunión de obispos en Arles, Nicea fue en realidad el “primer concilio ecuménico” del papado, efectuado en el lugar del mismo nombre, en el noroeste de Turquía.
Llama la atención el hecho de que en Nicea estaba la residencia de verano del emperador Constantino, y de que la reunión se realizara precisamente en el verano (en el mes de julio del año 325). Lo que supone una importante ingerencia del Emperador en dicha reunión, a la cual asistieron 250 obispos.
Fue éste el concilio que definió por primera vez la divinidad de Jesucristo (dejó en claro que Jesús era Dios, “de la misma sustancia que el Padre” (contra el punto de vista de los arrianos que sostenían que Jesucristo era la más grande de las criaturas, pero no igual a Dios).
De nueva cuenta, el papa Silvestre no tomó parte en los procedimientos de este concilio. Tampoco lo convocó (quien lo hizo fue el emperador Constantino) ni lo presidió (lo encabezó el obispo de Córdoba, Ossius u Hosius).
Como un obispo cualquiera, Silvestre había sido invitado a asistir al concilio, pero declinó hacerlo, argumentando su avanzada edad.
De nuevo, él envió a dos presbíteros para representarlo, pero a esos representantes no se les dio un estatus especial, más que firmar las actas después de que lo hiciera el obispo que lo presidió y antes de que las firmaran los demás obispos.
La generosidad
El pontificado de Silvestre quedó opacado por la enorme generosidad de Constantino para con la Iglesia católica. Constantino incluyó en su mandato la construcción de grandes recintos religiosos, entre ellos la original Basílica de San Pedro en la Vía Ostiensis, y la Basílica Constantiniana con su bautisterio (posteriormente conocido como San Giovanni in Laterano, San Juan Laterán o San Juan de Letrán, que todavía en la actualidad constituye la iglesia oficial del Papa; es decir, la iglesia que corresponde al Obispo de Roma).
Quizás debido al pobre pontificado del papa Silvestre, que constrastó con el fortalecimiento de la Iglesia, un gran número de leyendas se desarrollaron en torno a él para tratar de realzar su figura. Por ejemplo, a mediados del siglo 5 le atribuyeron la conversión de Constantino al cristianismo.
También circularon reportes de que el Concilio de Nicea había sido convocado conjuntamente por el Papa y el Emperador, y que Ossius lo había presidido porque el Papa lo había designado para que lo hiciera.
Hay también una creencia creciente en la falsedad de la llamada “Donación de Constantino”, un documento fabricado en el siglo 8 ó 9, en el cual el Emperador supuestamente confería al papa Silvestre y a sus sucesores, la primacía sobre todos los grandes patriarcados en toda la ciudad de Roma, en toda Italia y en todas las provincias y estados de Occidente (la “Donación de Constantino” fue luego incluída en los llamados “Decretos Falsos”).
A mediados del siglo 15, la autenticidad del documento fue cuestionada por Aeneas Silvius Piccolomini (el papa Pío II), pero, mientras tanto, ese documento (la “Donación de Constantino”) ejerció enorme influencia en la época medieval.
Al morir Silvestre, su cuerpo fue sepultado
en el cementerio privado de Santa Priscilla en la Vía Salaria, pero sus restos (quizás solamente su cabeza) fueron retirados de allí por el papa Pío I, y llevados a la iglesia de San Silvestre, en Capity, dentro de las muros de la ciudad.
El Día de San Silvestre se celebra el 31 de diciembre.
Curiosamente, inició y terminó su pontificado un día 31 (del 31 de enero de 314 al 31 de diciembre de 335).
Vida de Constantino
Constantino fue Emperador de los romanos desde que así lo proclamaron las tropas de su padre, el 25 de julio de 306.
Gobernó un Imperio en constante crecimiento hasta su muerte.
Legalizador de la religión cristiana por el Edicto de Milán en 313, Constantino es conocido también por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola “Nueva Roma” o Constantinopla (Constantini-polis; la ciudad de Constantino).
Convocó el Concilio de Nicea en 325, que reafirmó la legitimidad legal del cristianismo como la religión del Imperio Romano.
Al principio del siglo 4 el Imperio Romano estaba gobernado por una tetrarquía, o sea por cuatro monarcas que compartían el poder: dos augustos, Diocleciano y Maximiano; y dos césares, Constancio Cloro y Galerio.
Al morir Constancio Cloro, su hijo Constantino fue proclamado “Augusto” (Emperador) por las tropas leales a su padre. Comenzó así un periodo de 20 años de conflictos que culminaría con el poder absoluto en manos de Constantino, que a partir de entonces fue llamado “El Grande”.
Constantino instauró la monarquía absoluta y hereditaria por derecho divino.
Poco después de la batalla del Puente Milvio, Constantino entregó al papa Silvestre un palacio romano que había pertenecido a Diocleciano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos, con el encargo de construir una basílica para el culto cristiano.
El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio, convirtiéndose en sede catedralicia, conocida más tarde como Basílica de San Juan de Letrán.
En 324 el emperador hizo construir otra basílica en Roma, en el lugar donde según la tradición cristiana martirizaron a Pedro: la colina del Vaticano, que actualmente acoge a la Basílica de San Pedro.
Constantino dio un gran poder a los cristianos y le ayudó a forjarse una excelente posición social y económica como organización religiosa; les concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos, incluso como sus colaboradores personales.
Al final de su vida pidió ser bautizado “para morir como cristiano”.
La gratitud de la Iglesia Católica nunca será suficiente para reconocer lo que este Emperador hizo por la cristiandad.
@Vanguardia.com.mex
El papa Silvestre se hizo famoso porque gobernó la Iglesia Católica en tiempos del emperador Constantino, quien decidió adoptar el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y quien le dio un tremendo apoyo a la iglesia primigenia.
En efecto, el Edicto de Milán (313) estableció la libertad religiosa en el Imperio Romano y puso fin a la persecusión de los cristianos. Este edicto marcó la llamada “Paz de la Iglesia”, y le permitió al cristianismo llegar a la cumbre de los poderes como religión universal.
De hecho, no hay la menor duda de que Constantino hizo por la Iglesia mucho más que el propio Papa.
El Emperador le regaló a Silvestre el palacio de Letrán, en Roma, que se usaría como la primera residencia oficial de los Pontífices.
Pero Silvestre tuvo la suerte de contar con la ayuda del Emperador no sólo para para habitar y reconstruir Letrán sino para levantar la Basílica de San Pedro.
Durante el Pontificado de Silvestre se reunió el Concilio de Nicea (año 325), en el cual los obispos de todo el mundo declararon que “Jesucristo es Dios”, y “quien no lo crea no puede pertenecer al cristianismo”. Fue también en ese concilio donde se definió, palabra por palabra, el Credo que rezan los católicos.
El pontificado de Silvestre duró casi 22 años y transcurrió en medio de una total libertad para practicar el cristianismo, y en absoluta tranquilidad para la Iglesia.
No obstante la duración de su pontificado, y la importancia del periodo en el cual sirvió, Silvestre parece haber hecho poco, o por lo menos no tuvo un impacto destacado en la Iglesia ni en el papado. Ciertamente, lo que él no hizo como Papa es más significativo que lo que hizo. Veamos.
El verdadero orquestador
El emperador Constantino tuvo tanta ingerencia en los asuntos de la Iglesia que ocasionalmente asumió el título de “obispo de asuntos externos”. De hecho, fue el primero en llamar a un “concilio especial”, en el que logró reunir a 130 obispos (en Arles, en el mes de agosto del año 314), para escuchar una apelación de los donatistas, quienes habían impugnado la consagración de Cecilio como obispo de Cartago.
Los donatistas eran rigurosos oponentes a readmitir en la Iglesia a aquellos que habían comprometido su fe durante la persecusión Diocleciana.
Llama significativamente la atención el hecho de que el Emperador no convocó al concilio en Roma, ni tampoco llamó al Obispo de Roma, es decir al papa Silvestre, para presidir la reunión, sino que delegó la responsabilidad a Marino, el obispo de Arles, y encomendó la conducción general del concilio a Chrestus, obispo de Siracusa.
Silvestre envió a dos presbíteros y a dos diáconos para representarlo, y cuando terminó el concilio los organizadores le trasmitieron al Papa los resultados, pidéndole que hiciera circular las decisiones en todas las iglesias.
Por qué Nicea
Más allá de la reunión de obispos en Arles, Nicea fue en realidad el “primer concilio ecuménico” del papado, efectuado en el lugar del mismo nombre, en el noroeste de Turquía.
Llama la atención el hecho de que en Nicea estaba la residencia de verano del emperador Constantino, y de que la reunión se realizara precisamente en el verano (en el mes de julio del año 325). Lo que supone una importante ingerencia del Emperador en dicha reunión, a la cual asistieron 250 obispos.
Fue éste el concilio que definió por primera vez la divinidad de Jesucristo (dejó en claro que Jesús era Dios, “de la misma sustancia que el Padre” (contra el punto de vista de los arrianos que sostenían que Jesucristo era la más grande de las criaturas, pero no igual a Dios).
De nueva cuenta, el papa Silvestre no tomó parte en los procedimientos de este concilio. Tampoco lo convocó (quien lo hizo fue el emperador Constantino) ni lo presidió (lo encabezó el obispo de Córdoba, Ossius u Hosius).
Como un obispo cualquiera, Silvestre había sido invitado a asistir al concilio, pero declinó hacerlo, argumentando su avanzada edad.
De nuevo, él envió a dos presbíteros para representarlo, pero a esos representantes no se les dio un estatus especial, más que firmar las actas después de que lo hiciera el obispo que lo presidió y antes de que las firmaran los demás obispos.
La generosidad
El pontificado de Silvestre quedó opacado por la enorme generosidad de Constantino para con la Iglesia católica. Constantino incluyó en su mandato la construcción de grandes recintos religiosos, entre ellos la original Basílica de San Pedro en la Vía Ostiensis, y la Basílica Constantiniana con su bautisterio (posteriormente conocido como San Giovanni in Laterano, San Juan Laterán o San Juan de Letrán, que todavía en la actualidad constituye la iglesia oficial del Papa; es decir, la iglesia que corresponde al Obispo de Roma).
Quizás debido al pobre pontificado del papa Silvestre, que constrastó con el fortalecimiento de la Iglesia, un gran número de leyendas se desarrollaron en torno a él para tratar de realzar su figura. Por ejemplo, a mediados del siglo 5 le atribuyeron la conversión de Constantino al cristianismo.
También circularon reportes de que el Concilio de Nicea había sido convocado conjuntamente por el Papa y el Emperador, y que Ossius lo había presidido porque el Papa lo había designado para que lo hiciera.
Hay también una creencia creciente en la falsedad de la llamada “Donación de Constantino”, un documento fabricado en el siglo 8 ó 9, en el cual el Emperador supuestamente confería al papa Silvestre y a sus sucesores, la primacía sobre todos los grandes patriarcados en toda la ciudad de Roma, en toda Italia y en todas las provincias y estados de Occidente (la “Donación de Constantino” fue luego incluída en los llamados “Decretos Falsos”).
A mediados del siglo 15, la autenticidad del documento fue cuestionada por Aeneas Silvius Piccolomini (el papa Pío II), pero, mientras tanto, ese documento (la “Donación de Constantino”) ejerció enorme influencia en la época medieval.
Al morir Silvestre, su cuerpo fue sepultado
en el cementerio privado de Santa Priscilla en la Vía Salaria, pero sus restos (quizás solamente su cabeza) fueron retirados de allí por el papa Pío I, y llevados a la iglesia de San Silvestre, en Capity, dentro de las muros de la ciudad.
El Día de San Silvestre se celebra el 31 de diciembre.
Curiosamente, inició y terminó su pontificado un día 31 (del 31 de enero de 314 al 31 de diciembre de 335).
Vida de Constantino
Constantino fue Emperador de los romanos desde que así lo proclamaron las tropas de su padre, el 25 de julio de 306.
Gobernó un Imperio en constante crecimiento hasta su muerte.
Legalizador de la religión cristiana por el Edicto de Milán en 313, Constantino es conocido también por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola “Nueva Roma” o Constantinopla (Constantini-polis; la ciudad de Constantino).
Convocó el Concilio de Nicea en 325, que reafirmó la legitimidad legal del cristianismo como la religión del Imperio Romano.
Al principio del siglo 4 el Imperio Romano estaba gobernado por una tetrarquía, o sea por cuatro monarcas que compartían el poder: dos augustos, Diocleciano y Maximiano; y dos césares, Constancio Cloro y Galerio.
Al morir Constancio Cloro, su hijo Constantino fue proclamado “Augusto” (Emperador) por las tropas leales a su padre. Comenzó así un periodo de 20 años de conflictos que culminaría con el poder absoluto en manos de Constantino, que a partir de entonces fue llamado “El Grande”.
Constantino instauró la monarquía absoluta y hereditaria por derecho divino.
Poco después de la batalla del Puente Milvio, Constantino entregó al papa Silvestre un palacio romano que había pertenecido a Diocleciano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos, con el encargo de construir una basílica para el culto cristiano.
El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio, convirtiéndose en sede catedralicia, conocida más tarde como Basílica de San Juan de Letrán.
En 324 el emperador hizo construir otra basílica en Roma, en el lugar donde según la tradición cristiana martirizaron a Pedro: la colina del Vaticano, que actualmente acoge a la Basílica de San Pedro.
Constantino dio un gran poder a los cristianos y le ayudó a forjarse una excelente posición social y económica como organización religiosa; les concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos, incluso como sus colaboradores personales.
Al final de su vida pidió ser bautizado “para morir como cristiano”.
La gratitud de la Iglesia Católica nunca será suficiente para reconocer lo que este Emperador hizo por la cristiandad.
@Vanguardia.com.mex