Varias son las instituciones que podrían aspirar a convertirse en el equivalente madrileño de la Biblioteca de Alejandría, evocada hoy en el filme Ágora, de Alejandro Amenábar. Ello se debe a la riqueza de recintos bibliográficos y archivísticos existentes en Madrid, así como a su enorme diversidad. Hasta 300 centros de diferente naturaleza, desde museos a reales academias, facultades universitarias, ministerios, conventos o bancos, atesoran archivos, documentos y libros de impar valía por su historicidad y sustancia. Sin embargo, los expertos coinciden en que lo más aproximado al gran mito -e hito- libresco alejandrino es, a escala madrileña, el fascinante Archivo de Villa, dependiente de la Concejalía de las Artes, que esconde la entraña más honda de la historia de la ciudad.
Ocupa 4.000 metros cuadrados en los subterráneos del cuartel del Conde Duque. Su ajuar consiste en 64.000 libros, 37.811 legajos y 850 planos, distribuidos en estanterías que, linealmente, miden casi 20 kilómetros, explica Carmen Cayetano, que lo regenta. "Este archivo sobrevivió a cuatro guerras", comenta. "Nuestro deber es mantenerlo con vida", subraya. "El primer documento, por su antigüedad, data de 1152: fijaba los límites del Concejo hasta El Berrueco; el último es de 2003", añade. Su principal tesoro es el Fuero de Madrid que, según ha escrito el experto Eduardo Huertas, consiste en una carta foral vigente a partir de 1202 que los madrileños se otorgaron a sí mismos como código de conducta. Resumía las prácticas y costumbres para facilitar la vida en común. Compone una joya preciosa del Derecho. Reguló hasta mediado el siglo XIV las relaciones interpersonales y públicas de los madrileños. Desde las libertades frente a la corona, nobleza y clero, hasta "lo que ha de pagarse a juglares provistos de caballo", el Fuero de Madrid, escrito en pergamino de tamaño algo mayor que el del cuarto, duerme su sueño de siglos en la cámara acorazada subterránea del Conde Duque.
No lejos del códice se encuentran todas las actas existentes del Concejo (hoy Ayuntamiento) de Madrid, desde la Edad Media casi hasta nuestros días. "Esta totalidad", explica el historiador e investigador Francisco Marín Perellón, "es plena y sólo muestra carencias en lo que se refiere a la Guerra de las Comunidades de Castilla en Madrid, en 1520, entre seguidores de Juan Bravo y Padilla -la ciudad fue primero comunera- e imperiales afectos a Carlos I, etapa de la que únicamente se conserva una sola acta". De condensar todos los ajuares en una única biblioteca alejandrina madrileña, sería preciso incluir las joyas que desde el año de 1504 se acopiaron en forma de documentos autorizados por escribanos públicos y en un número que frisa los 42.000 fondos en el Archivo de Protocolos, hoy situado a la espalda del Museo del Prado. En sus legajos cabe hallar desde la escritura de venta de una casa perteneciente a Félix Lope de Vega y Carpio hasta el certificado de limpieza de sangre del padre de Miguel de Cervantes.
Hacer justicia a los mejores archivos y bibliotecas de Madrid pasa por ponderar los de la Biblioteca Nacional, el Palacio Real y el Archivo Histórico Nacional, imprescindibles para conocer la historia escrita de la ciudad.
@RAFAEL FRAGUAS/El Pais
Ocupa 4.000 metros cuadrados en los subterráneos del cuartel del Conde Duque. Su ajuar consiste en 64.000 libros, 37.811 legajos y 850 planos, distribuidos en estanterías que, linealmente, miden casi 20 kilómetros, explica Carmen Cayetano, que lo regenta. "Este archivo sobrevivió a cuatro guerras", comenta. "Nuestro deber es mantenerlo con vida", subraya. "El primer documento, por su antigüedad, data de 1152: fijaba los límites del Concejo hasta El Berrueco; el último es de 2003", añade. Su principal tesoro es el Fuero de Madrid que, según ha escrito el experto Eduardo Huertas, consiste en una carta foral vigente a partir de 1202 que los madrileños se otorgaron a sí mismos como código de conducta. Resumía las prácticas y costumbres para facilitar la vida en común. Compone una joya preciosa del Derecho. Reguló hasta mediado el siglo XIV las relaciones interpersonales y públicas de los madrileños. Desde las libertades frente a la corona, nobleza y clero, hasta "lo que ha de pagarse a juglares provistos de caballo", el Fuero de Madrid, escrito en pergamino de tamaño algo mayor que el del cuarto, duerme su sueño de siglos en la cámara acorazada subterránea del Conde Duque.
No lejos del códice se encuentran todas las actas existentes del Concejo (hoy Ayuntamiento) de Madrid, desde la Edad Media casi hasta nuestros días. "Esta totalidad", explica el historiador e investigador Francisco Marín Perellón, "es plena y sólo muestra carencias en lo que se refiere a la Guerra de las Comunidades de Castilla en Madrid, en 1520, entre seguidores de Juan Bravo y Padilla -la ciudad fue primero comunera- e imperiales afectos a Carlos I, etapa de la que únicamente se conserva una sola acta". De condensar todos los ajuares en una única biblioteca alejandrina madrileña, sería preciso incluir las joyas que desde el año de 1504 se acopiaron en forma de documentos autorizados por escribanos públicos y en un número que frisa los 42.000 fondos en el Archivo de Protocolos, hoy situado a la espalda del Museo del Prado. En sus legajos cabe hallar desde la escritura de venta de una casa perteneciente a Félix Lope de Vega y Carpio hasta el certificado de limpieza de sangre del padre de Miguel de Cervantes.
Hacer justicia a los mejores archivos y bibliotecas de Madrid pasa por ponderar los de la Biblioteca Nacional, el Palacio Real y el Archivo Histórico Nacional, imprescindibles para conocer la historia escrita de la ciudad.
@RAFAEL FRAGUAS/El Pais