PorJohn Berger ESCRITOR
Trampa de intolerancia y mal gusto
El 22 de abril fue Viernes Santo, el día en que los cristianos conmemoran la agonía y la muerte de Cristo en la cruz. Hace seis días, el obispo de Aviñón, con el respaldo de movimientos católicos fundamentalistas y del Frente Nacional (que acaba de obtener el 27% de los votos en las elecciones cantonales de Aviñón), exigió la clausura de la exposición del Museo de Arte Contemporáneo Yvon Lambert en la que se presentaba una fotografía del artista neoyorquino Andrés Serrano titulada “Piss Christ”. El trabajo, realizado hace más de veinte años, representa un crucifijo sumergido en sangre y orina.
Al día siguiente, un pequeño grupo irrumpió en el museo con la intención de destruir la obra. El ministro de Cultura manifestó de inmediato su indignación ante un atentado al principio fundamental de la libertad de expresión y de creación.
Los medios relataron el incidente como si se tratara de un acto de vandalismo cualquiera.
Estoy perplejo.
Me parece que lo que está en juego es en este caso más doloroso, más complejo, y sintomático de una tendencia mucho más general que consiste en nombrar mal las cosas.
En efecto, Serrano dijo que realizó ese trabajo y otros similares durante la primera epidemia de Sida. Las extracciones de sangre generaban inquietud, y muchas grandes empresas obligaban a sus empleados a someterse a análisis de orina.
Aquí Cristo está sumergido en esos dos líquidos.
La imagen se concibió también como una crítica a la Iglesia católica, cuyas doctrina y persecuciones, así como la Inquisición, con frecuencia contradijeron la virtud de la caridad de la que Cristo da testimonio. Ante la calamidad del Sida, ¿Cristo no habría tomado partido por las víctimas? El error que se le puede reprochar a Serrano se relaciona con el título de su trabajo (su valor estético es una cuestión diferente). Si lo hubiera titulado “Orina, sangre y Cristo” o “Cristo sumergido en sangre y orina”, el mensaje habría pasado. Pero optó por titularlo Piss Christ.
Ese título indigno constituye una agresión, una provocación que genera escándalo e insta a un contraataque. Es también una blasfemia, dado que insulta lo sagrado.
El hecho de que el obispo de Aviñón haya calificado la fotografía de blasfema no debería impedirnos retomar el término por nuestra cuenta.
No se puede dejar a la Iglesia el monopolio de determinadas palabras. (Todo fanatismo comienza por una apropiación semántica.) Un personaje como el Padre Régis de Cacqueray (superior del distrito de Francia de la fraternidad San Pío X, a la cabeza de los protestantes) me recuerda a los popes que con tanta irritación describió Tolstoi en su último libro, Resurrección, que le valió la excomunión de la iglesia ortodoxa.
Los millones de personas que viven fuera del ministerio de la Iglesia tienen una percepción de Cristo como guía, como revelador de un mundo posible.
Es portador de esperanza y de piedad.
Es esa fe, y no los símbolos ni los edictos eclesiásticos, lo que merece considerarse sagrado y, por lo tanto, no ser blanco de insultos gratuitos . Son las palabras “Piss Christ” (y no la imagen) las que equivalen a un insulto.
¿Por qué volver sobre esa anécdota, cuya importancia ya exageraron ampliamente los medios? Porque ilustra el hecho de que la manipulación de las palabras puede ocultar una ignorancia colosal de las realidades. La elección de ese título sarcástico demuestra que Serrano olvidó el alcance y la complejidad de la fe a la cual me refiero.
¿La olvidó o la ignoró? En medio del diluvio mediático al que asistimos, el ingenio y la afectación escamotean la experiencia de los demás. De ahí ese fenómeno paradójico por el cual la ignorancia acompaña tan a menudo a la información.
Un periodista le preguntó en televisión a un economista neoliberal cuál era el sentido de la palabra “inversión”. Éste respondió: “Invertir es esperar, esperar una ganancia.” Era Viernes Santo. Era casi medianoche.
Menos del título del post, Copyright The New York Times Syndicate y Clarín, 2011. Traducción: Joaquín Ibarburu.