En el sepelio de Juliano Mer-Jamis
Nacido en Israel, hijo de madre judía y padre palestino, había elegido el teatro como forma de expresión de su lucha por la paz y el entendimiento entre los pueblos. El fundamentalismo islámico de Hamás lo asesinó en Cisjordania. (Shlomo Slutzky)
"SERÍA MUY TRISTE MORIR DE UNA BALA PALESTINA"
(Frase premonitoria de Juliano Mer-Jamis)
Palestinos e israelíes conmocionados tras la muerte de Juliano Mer-Khamis, el director teatral y activista tiroteado en el campo de refugiados de Yenín. (Todas las fotografías, AFP)
El pequeño cementerio del kibutz Ramot Menashé no asistió nunca a un espectáculo como éste: cientos de personas paradas alrededor de una tumba cubierta de ramos de flores, aplaudiendo.
El espectáculo concluye; cae el telón. El protagonista principal de la obra no puede agradecer al público de pie: se queda al paño dentro de una de las fosas.
Esta vez, fuera de lo acostumbrado por él, Juliano Mer-Jamís no respondió a los aplausos cerrados al momento culminante de la larga ceremonia de despedida, que se condujo en hebreo, árabe e inglés.
Alrededor de la tumba estuvieron los miembros de la familia del lado de su padre, árabes cristianos de edad madura y de rostros apesadumbrados; primos judíos de parte de su madre, artistas israelíes de primera línea, junto a adolescentes y jóvenes palestinos -varones y mujeres- del campo de refugiados de Yenín. Algunas decenas de miembros del kibutz que no lo conocieron, al lado de sus amigos del alma, palestinos y judíos de Haifa y de Galilea.
Y aún después de los aplausos y de que la ceremonia fuera declarada terminada, la misma continuó: [la cantante palestino-israelí] Amal Murkus cantó sobre la tumba una larga elegía con su voz cristalina. Algunos miembros del partido comunista –del pasado y del presente- se acercaron y cantaron una canción de su
viejo repertorio. Un viejo judío con gorra sacó una armónica de su bolsillo y comenzó a soplar la melodía de “quién, quién es el hombre aquel que anhela vida”i, y algunos de los niños del Teatro de la Libertadii que se designaron para despedirse de su reverenciado maestro cantaron a garganta ronca una canción que no tiene principio ni fin. Su hija de once años –Milai, quien recibió su nombre por aquella aldea vietnamita cuyos habitantes fueron masacrados, tomó nuevamente el micrófono y le juró a su padre que lo amará por siempre. Los acompañantes continuaron agrupándose entre los árboles y lápidas del cementerio; sentándose sobre los bancos de madera, admirando la belleza de las flores de primavera, sin querer retirarse.
Juliano Mer-Jamís fue un gran actor sobre el escenario de la infinita tragedia mediterránea, y era parte de ese mismo escenario. Su muerte fue provocada por balas asesinas palestinas en momentos en que sostenía en sus brazos a su hijo bebé, como si hubiera estado escrita por el autor de una antigua tragedia griega.
Quien se definía a sí mismo como cien por ciento judío y cien por ciento árabe, vivió todos sus días entre y dentro de esos dos mundos en conflicto, y luchó contra ambos. Transitó asombrosamente entre las dos culturas y los dos lenguajes y vivió su vida en el trayecto Tel Aviv-Haifa-Yenín. Qué simbólico que al final sea sepultado a mitad de ese camino, en Ramot Menashé, al lado de su madre. Sobre la tumba de Arna hay depositada una piedra solitaria, y en la lápida su nombre de pila está grabado en hebreo y en árabe. Una gran planta de nopal se extiende sobre ellaiii.
Una de las personas que pronunció uno de los homenajes comparó a Juliano con el Che Guevara: “ambos partieron de la vida desde dentro de la lucha por la libertad y la liberación del hombre”. Otra dijo que Juliano era “la sal de la tierraiv por ambos lados (padre y madre); hombre verdaderamente libre”. El maestro de ceremonias del sepelio señaló que de hecho nosotros festejábamos acá su rica y completa vida; una vida que ojalá todos nosotros pudiéramos vivenciar, siquiera en parte. [el activista y actor palestino] Zakariyah Zubeidi, a través de la ayuda de un teléfono celular, contó a los presentes cuánto amó a Juliano y a su madre Arna, y le pidió a Juliano transmitir un mensaje de paz a los niños del campamento de refugiados de Yenín que se encuentran “allá arriba”. “¿porqué me dejaste solo?”, preguntó. Y le prometió que ellos seguirían su camino.
Ninguno de los presentes mencionó el asesinato ni se preguntó quiénes son los asesinos. Todos esquivaron con cuidado el tema y ninguno pidió venganza. Recordaron los valores que Juliano sostenía y promulgaba: liberación, libertad de pensamiento y acción, resistencia a través del arte, y el desesperado intento de crear un horizonte y un futuro a las personas que viven en el lugar más sórdido, pobre y desamparado: el campo de refugiados palestinos.
Confluencia inusual y única de acompañantes y portavoces, de lágrimas y aplausos, de música y flores y teatro; de banderas palestinas enarboladas dentro de los campos de crisantemos de un kibutz israelí, de representantes del liberalismo artístico de Tel Aviv y ciudadanos árabes del norte de Israel, de jóvenes palestinos y palestinas de Yenín, de una mujer de Finlandia que carga en su vientre los mellizos de Juliano.
Esta confluencia silenciosa y asombrada fue posible, al parecer, solamente gracias a la personalidad especial y única del difunto.
Este fin de semana los diarios se llenaron de detalles de la vida imposible de quien -en otro lugar y en otro tiempo- hubiera señalado precisamente la verdadera y única posibilidad de “fraternidad de los pueblos” y “coexistencia” entre rivales: matrimonios que cruzan fronteras y que engendran niños desprovistos de ellas.
Pero el lugar no está maduro y el tiempo nunca es el adecuado. La muerte parece ser la solución banal de esta obra de teatro absurda en la que vivimos.
Sara Osatski-Lazer
http://www.kibbutz.org.il/
Kibutz Ramot Menashé
Israel
Traducción del hebreo: el negro Gómez
(Rebelión.org)