El interior de las Atarazanas es un espacio muy atrayente pero incompleto. Los arcos se clavan en la tierra sin asomo de los pilares que lo soportan, produciendo una imagen distorsionada por la ausencia de las verdaderas proporciones de estos astilleros del siglo XIII
La excavación arqueológica de la nave 7 permitió ver la magnitud del pilar desenterrado y los dos niveles del suelo
En los últimos años ha resurgido el interés por las Reales Atarazanas y se ha hablado y escrito mucho sobre la conveniencia de su restauración y uso, pero sólo en muy contadas ocasiones ha salido a la luz alguna opinión sobre la posibilidad, que ahora se abre, de rescatar este excepcional monumento en toda su grandeza hasta su nivel original, lo que implica desenterrar los pilares, cuya base está a unos 5 metros y medio de profundidad. Esta idea, fundamental para la percepción completa del edificio, no es nueva e incluso se ha llevado muy parcialmente a la práctica en los años noventa. Los arqueólogos Fernando Amores y Cruz Agustina Quirós excavaron entonces la séptima nave para dejar al descubierto uno de los pilares hasta los cimientos. La cata sirvió, sobre todo, para comprender la verdadera magnitud de las Atarazanas, acostumbrados a unas arcadas sin pies, por estar ocultos en la tierra. Estos trabajos arqueológicos eran el complemento de un proyecto realizado por los arquitectos AntonioBarrionuevo y Julia Molino. Con la intervención, el edificio quedó libre de añadidos posteriores -tabiques y compartimentos- que dividían el espacio e impedían admirar lo que desde entonces vemos: la extraordinaria sucesión de naves y la transparencia que producen sus arcos apuntados. Es la cuarta dimensión de la que habla Bruno Zevi: la experiencia estética que cada uno percibe al moverse en el interior de un edificio, en una catedral, por ejemplo. Ahora puede apreciarse el espacio de las Atarazanas realzado por la autenticidad del aparejo de ladrillo, sin revestimiento, que labraron los alarifes mudéjares en el siglo XIII. Sabido es que era costumbre enfoscar y enlucir los muros, pero ahora nadie se atrevería a hacerlo con la Giralda.
El interior de las Atarazanas es un espacio muy atrayente, pero incompleto. Podría ser más impactante, pero está enterrado, achaparrado. Los arcos se clavan en la tierra sin asomo de los pilares que lo soportan, produciendo una visión distorsionada por el cambio de escala y la ausencia de las verdaderas proporciones. El edificio pide a voces su rescate del lodo portuario. Es como un gran buque medio hundido o como si a un templo le hacen una entreplanta a la altura del coro alto y sólo vemos la parte de arriba.
Hace tiempo que creíamos que éste era un debate malogrado, aún sabiéndose que la idea está en la calle, en la Universidad, y son muchos los historiadores, arquitectos, arqueólogos, asociaciones de patrimonio como Adepa o Velázquez por Sevilla, páginas web como el blog Cultura Sevilla, y sevillanos que están a favor de desenterrar esta joya de la arquitectura industrial del medioevo hispalense. Hay opiniones e iniciativas que no trascienden; se quedan en el ámbito reservado de las tertulias de salón. Pero, de pronto, la Fundación Museo Atarazanas, que no ha dejado de trabajar por el monumento, expone a través de su presidente Manuel del Valle Arévalo, y su director José Manuel Núñez de la Fuente, una propuesta inesperada: la recuperación de este arsenal regio hasta su cota primitiva, subrayando su importante vinculación histórica con el río, la navegación y los barcos. El edificio y su significado, la arquitectura como obra de arte y como continente o museo vivo de elementos relacionados con su función primigenia. Lo que debiera ser un planteamiento normal en materia de conservación y difusión del patrimonio se convierte, en estos momentos de saturación de falsa arquitectura-espectáculo, en algo insólito y gratificante a la vez, porque la esencia del proyecto nace del interés y el respeto que se le profesa al propio monumento para revertir en su favor. No hay mayor espectáculo en las Atarazanas que el propio edificio en sí una vez restituidas sus auténticas dimensiones. Eso es lo que propone la Fundación Museo Atarazanas con su proyecto «Galea Magna», elaborado por la Fundación de Investigación de la Universidad de Sevilla (FIUS), del que son responsables Juan Carlos Gómez de Cózar e Iñigo Ariza López.
Cuando Guillermo Vázquez Consuegra presentó su maqueta de Caixaforum, en el fondo le estaba dando la razón a la Fundación Museo Atarazanas. El arquitecto definió el edificio como «el espacio interior más fascinante y espectacular de la arquitectura civil sevillana, tan sólo comparable a una catedral». Y tiene razón. Valora especialmente el espacio que es la característica que diferencia a la arquitectura de las otras artes. Y ese espacio llevado a su máxima expresión —lo que ahora vemos más lo que está bajo tierra— es la idea principal en la que se basa el proyecto de la Fundación Museo Atarazanas. Pero Vázquez Consuegra profundiza aún más en ese concepto hasta llegar a la cota que su intuición de arquitecto experimentado le dicta, cuando dice: «…tan solo comparable a una catedral» o aquello de que las Atarazanas es una «catedral laica», refiriéndose siempre al espacio, que es también la verticalidad de la catedral y, por extensión —podemos añadir— aquella verticalidad que el edificio de las Atarazanas ha perdido por estar semienterrado.
Rescatemos las Atarazadas del lodo. Técnicamente es posible, y así lo comparten algunos de los proyectos que se presentaron al concurso Caixaforum. Entre ellos, el que firman conjuntamente Eduardo Gascón Climent, Jordi Roig Navarro, Antonio Barrionuevo Ferrer y Julia Molino Barrero, con el respaldo del ingeniero José Luis Justo Alpañés. La idea coincide básicamente con la de la Fundación Atarazanas, al llevar al nivel original tres naves, aunque la Fundación Atarazanas va más allá y propone su utilización como museo en el que se explique cómo era la fabricación de barcos y se muestre una réplica de una galera medieval.
Las Atarazanas las fundó Alfonso X el Sabio en 1252, como reza la lápida que se conserva en el Hospital de la Caridad. Con sus 17 naves no había otra mayor en España. Se extendía a lo largo de toda la calle Temprado, desde el Postigo del Aceite hasta el Postigo del Carbón. Del edificio primitivo queda libre algo menos de mitad: las siete primeras naves, además de las que fueron aprovechadas parcialmente para la construcción de la Caridad. El resto fue destruido en 1945 para levantar en su lugar la Delegación de Hacienda. Fue una doble pérdida, las cinco últimas naves de las Atarazanas y la fachada en piedra de la antigua Aduana, añadida al edificio en 1795, que hoy permanece desmontada en los almacenes municipales.
La Caixa añade a su extenso mecenazgo la fábrica de navíos del rey Sabio con idea de recuperarla mediante una restauración integral. No es mal momento para plantearse la restitución de las dimensiones que vieron los sevillanos en el siglo XIII y con modelos de barcos que propagaron el nombre de la ciudad por los mares del mundo, aunque el aporte económico de este proyecto complementario venga de lugares diferentes. Si se logra será el mayor espectáculo cultural que se haya visto en mucho tiempo. Tan cierto como aquella frase que atribuyen a Miguel Ángel delante de un bloque de mármol de Carrara: «la escultura esta ahí dentro, sólo hay que quitarle lo que le sobra».
@PABLO FERRAND, (Sevilla)/ABC