Desde Fratertempli pensamos que el mejor día para recordar y subir el artículo publicado el 12 de julio de 2006 por la revista digital Atrium y escrito por Narciso Lúe, es hoy, 6 de enero, cuando en muchos hogares el griterío y la alegría de muchos niños en su bendita inocencia celebran la visita, en la pasada noche, a sus hogares de los Reyes Magos de Oriente.
Hoy es un buen día para reflexionar sobre esos magos magos y el triste destino final de su ¿historia, leyenda, profecía tal vez? que no acaba con la entrega del oro, incienso y mirra que entregaron a Jesús ¿recien nacido?, sino con la terrible orden de matar a todos los infantes menores de dos años por parte de Herodes, engañado por los magos de Oriente.
Un cordial saludo, Fratertempli.
Hoy es un buen día para reflexionar sobre esos magos magos y el triste destino final de su ¿historia, leyenda, profecía tal vez? que no acaba con la entrega del oro, incienso y mirra que entregaron a Jesús ¿recien nacido?, sino con la terrible orden de matar a todos los infantes menores de dos años por parte de Herodes, engañado por los magos de Oriente.
Un cordial saludo, Fratertempli.
NARCISO LUÉ
"LOS MAGOS DE ORIENTE"
12-07-2006
No deja de ser curioso que el relato del viaje y aparición en Jerusalén de unos magos provenientes del lejano Oriente sólo se trate en uno solo de los cuatro Evangelios canónicos. Y no es menos extraño que hayan llevado a cabo tan largo y penoso viaje para traer presentes de escaso valor y rendir honores a Jesús. Comenzaremos por transcribir las palabras del evangelista.
“Habiendo, pues, nacido Jesús en Belén de Judá, reinando Herodes, he aquí que unos magos vinieron de Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Porque vimos en Oriente su estrella, y hemos venido con el fin de adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y con él, toda Jerusalén”.
“Y convocando a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntaba en dónde debía nacer el Cristo. A lo cual ellos respondieron: En Belén de Judá. Que así está escrito por el profeta: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti es de donde ha de salir el caudillo que rija mi pueblo de Israel.”
“Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, averiguó cuidadosamente de ellos el tiempo en que la estrella se les apareció, y encaminándolos a Belén, les dijo: Id e informaos puntualmente de lo que hay de ese Niño, y habiéndolo hallado, dadme aviso, para ir yo también a adorarle. Luego que oyeron esto al rey, partieron; y he aquí, que la estrella que habían visto en Oriente, iba delante de ellos hasta que, llegando sobre el sitio que estaba el Niño, se paró. A la vista de la estrella se regocijaron en extremo. Y entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su madre, y postrándose le adoraron, y abiertos sus cofres, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños aviso para que no volviesen a Herodes, regresaron a su país por otro camino” (Mateo 2, 1-12).
Dejaremos para más adelante la conclusión de esta historia bíblica. De momento descifraremos los símbolos de estos episodios, a veces contradictorios, a veces como injertados en la realidad histórica de Jesús y también, con errores históricos, como suponer que era Herodes El Grande quien gobernaba Judea, si tenemos en cuenta que fue el primero de los dos únicos de su dinastía que ostentó la dignidad de rey y nadie más que él, salvo el último Herodes que lo fue por poco tiempo. Si fue Herodes el Grande, Jesús nació al menos seis años antes ya que no podía ser ninguno de sus hijos en razón de la edad. A su muerte, Roma dividió a Palestina en cuatro tetrarquías, tres para otros tantos hijos de Herodes y una cuarta para un patricio romano. Que se trataba de Herodes El Grande parece no caber duda si se tiene en cuenta que treinta años después, su hijo el tetrarca de Judá o Judea, quien manda degollar a Juan el Bautista, es Herodes Antipas, harto de las acusaciones de adulterio con las que lo increpaba el Bautista por haber seducido a Herodías, la mujer legítima de su hermano Herodes Filipo, llevándola para Jerusalén con su hija Salomé. Para no extraviarnos en tantos detalles históricos y otros que podrían asimismo poner de relieve algunas contradicciones, debemos dejar claro desde un principio algo que venimos repitiendo a lo largo de los capítulos anteriores: no es la historia la que nos llama a esta tarea, sino la interpretación de los símbolos de la doctrina sagrada del cristianismo. El mayor o menor acierto histórico no nos conturba, porque la historia sólo nos sirve como apoyatura para intentar un ascenso hacia estados superiores para conocer la cosmogonía cristiana hasta donde sea posible, mediante una inteligencias intuitiva que supere los límites impuestos por la metafísica ontológica. Ya decía Fulcanelli que se fiaba más de la información que podía obtener de los monumentos que de los libros de historia y los documentos, siempre rebatibles por otros documentos.
Los magos no eran reyes como ahora se los conoce, sino sabios, conocedores de la ciencia tradicional que transmigra de cultura en cultura y de civilización en civilización a través de los tiempos. La magia, por aquel entonces, estaba tan emparentada con la sabiduría que eran prácticamente la misma cosa. En medio de pueblos ignorantes casi por completo, la sabiduría no era moneda de cambio en aquellas sociedades y por ello mismo, los sabios eran los únicos capaces de practicar la magia tradicional radicada en las extremidades de Oriente. En griego, magoV (mago), admite también la acepción jarmaceiaV, en tanto que aplicación de medicamentos, empleo de encantamientos, hechizos, magia y arte mágica; de donde resulta que la farmacopea fue una de las primeras ciencias humanas, la del tratamiento de las enfermedades, como no podía ser de otra manera, y sus aciertos causaban en la población un impacto espiritual entre lo sagrado y lo mágico; la curación de las enfermedades fue en los pueblos primitivos la primera manifestación de la magia trasmitida por los dioses a sus practicantes. De ahí que los cánticos religiosos y las oraciones iban unidos a la aplicación de ungüentos y brebajes. Si como sabemos las fórmulas químicas son la base de las fórmulas magistrales de los boticarios, tanto la sabiduría tradicional como la alquimia son ciencias derivadas de una sabiduría muy antigua y, de todo ello resulta, como lo anticipábamos en líneas recientes, que la magia y la sabiduría estaban tan ligadas en la antigüedad, que eran prácticamente lo mismo.
La cuestión es que estos magos-sabios emprendieron la aventura de atravesar todo Asia en busca de un pueblecito de la Palestina cercano al Mediterráneo, porque sabían que había nacido un rey, el de los judíos, pues vieron su estrella. De hecho, eran magos-sabios, pero no adivinos. Está claro que vieron una estrella (una luz, en realidad), que los puso en marcha. Pero, antes, debieron recibir alguna noticia de esa luz ya que, como quedó dicho, no eran adivinos pues, si lo hubieran sido, para nada precisaban ser conducidos por esa luz hasta Jerusalén primeramente, y luego a Belén.
Como ocurre en toda hierofanía cristiana, es el Arcángel Gabriel el encargado de las comunicaciones. Es él quien da la noticia a los magos y les conduce con su luz a lo largo de toda la travesía que, seguramente se hacía de día, ya que por las noches era preciso cubrirse de los salteadores de caminos y toda clase de malhechores que asaltaban las caravanas. Los que aspiran a conocer lo íntimo del cristianismo aferrados a los relatos históricos, suelen echar sombras acerca de este largo viaje al sostener que resulta inexplicable que la estrella se viera de día cuando es sabido que las estrellas sólo son visibles en el firmamento nocturno. Como dijimos, no era propiamente una estrella sino una luz y esa luz era la representación visible del Arcángel Gabriel, el Gran Comunicador de la doctrina cristiana y quien, con el nombre de Jabril, dictó a Mahoma El Corán.
El Arcángel les notificó del nacimiento y de las cualidades del recién nacido; por ello, cuando los magos-sabios llegaron a Jerusalén, capital de Judea, preguntaron ¿Dónde está el nacido rey de los judíos?, dando por cierto que todos los habitantes de Judea debían necesariamente saberlo. Pero, no lo sabían y se conturbaron, desde el rey Herodes hasta el último de sus habitantes (y con él, toda Jerusalén). Habría que preguntar ¿por qué razón los recibió el rey Herodes? Si, al fin de cuentas se trataba de tres extraños, aunque hasta hoy se discute acerca del número de personas que integraban esa caravana, pero sea de un modo u otro, eran extraños que preguntaban por el rey de los judíos; no del rey actual que era Herodes, sino de otro, de un rey virtual, puesto que hablaban de un recién nacido. Esta circunstancia puso en alerta a Herodes porque sintió peligrar su trono, aunque no de inmediato, en un futuro, no sabía si cercano o lejano. Y se puso manos a la obra.
Convocó a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo para averiguarles dónde habría de nacer el Cristo, y le respondieron los príncipes de los sacerdotes judíos, que en Belén, conforme la profecía y que en su virtud no era la menor de la ciudades de Judea, habida cuenta que en ella nacería el caudillo que regiría al pueblo de Israel. Conociendo el lugar, sólo faltaba conocer la edad de ese Niño, y Herodes se lo preguntó a los magos, quienes se lo confesaron sin reparos pues no podían adivinar las intenciones aviesas del rey. Y se encaminaron a Belén siguiendo la estela de la luz, que se detuvo bajo la techumbre de la casa de Jesús. La Familia Sagrada continuaba viviendo en Belén mas, no en una gruta, donde se produjo el nacimiento, sino en una “casa”, según lo cuenta Mateo. No regresaron a Galilea, de donde habían partido a Belén para cumplir con la obligación de censarse.
Los magos entregaron sus ofrendas a Jesús, consistentes en oro, incienso y mirra, que portaban en sendos cofres. Cabe admitir esta información con cierta perplejidad. Poco valor para tan largo y fatigoso viaje. Sin embargo, cada presente tiene su significado. El oro está siempre presente en la tradición hebrea, para lo bueno y para lo malo. Porque el oro a más de metal precioso que sirve para glorificar al Señor, tienta al hombre por su analogía con todo lo que significa poder, riqueza y dominio de quienes lo poseen sobre quienes lo carecen. El oro representa asimismo, regio rango; reyes, emperadores y toda clase de gobernantes tocan el oro con sus manos; acarician su textura y embelesan los ojos con su color. Los gobernantes de toda laya son quienes recaudan y distribuyen el oro (o el dinero de hoy, que es su valor representativo) del modo en que lo estiman conveniente, sin participación alguna de los gobernados. De oro son las coronas de los reyes y emperadores y se engarzan en ellas las gemas más valiosas para orgullo de sus poseedores y envidia de quienes deben conformarse con admirarlas desde lejos. Con planchas de oro recubren los solios y no hay presunción mayor en la tierra que forjar en oro los utensilios de uso cotidiano...
“Cubrirás asimismo con planchas de oro los tablones y fundirás para ellos, argollas de oro; por las cuales, pasando los travesaños, afirmen la tablazón; estos travesaños los cubrirás también con láminas de oro. Así erigirás el Tabernáculo, conforme al modelo que se te ha mostrado en el Monte” (Éxodo/Shemot 26, 29).
Es el Tabernáculo como instrumento del culto judío, uno de los más apreciados y por ello, uno de los signos sagrados más caros de esa religión, y si bien en su construcción se utilizan diversos materiales para sus cortinas, velos y paredes de madera de clases variadas pero especialmente de setim, que es la acacia arábiga, durísima y a la vez muy liviana y casi incorruptible, las coberturas esenciales deben ser construidas con oro, así como las argollas dispuestas a los costados para su fácil traslado. También de oro debía ser el arca de la Alianza, así como el propiciatorio, la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de seis brazos, emblema sin par de la hierofanía judía.
“Formad un arca de madera de setim que tenga de longitud dos codos y medio, codo y medio de anchura, y de altura otro codo y medio. Y la cubriréis por dentro y por fuera con planchas de oro purísimo, y encima labrarás una cornisa de oro alrededor; y cuatro anillos de oro que pondrás en los cuatro ángulos del Arca, dos en un lado y dos en el otro. Harás también unas varas de maderas de setim y las cubrirás igualmente con láminas de oro, y las meterás por los anillos de oro que están en los lados del Arca, y servirán para llevarla; las cuales estarán siempre metidas en los anillos, y jamás se sacarán de ellos. Y pondrás en el Arca las Tablas de la Ley, que yo te daré” (Éxodo/Shemot 25, 10-16)
En cuanto al propiciatorio, que era la cubierta del Arca, otro tanto de lo mismo: debía ser construido de oro purísimo, con querubines de oro macizo labrados a martillo. Se llamaba de ese modo porque era desde allí que Dios escuchaba las plegarias de su pueblo y porque era rociado con la sangre de las víctimas el día de la expiación (Éxodo/Shemot 25, 17-22). La mesa de los panes debía también ser recubierta con láminas de oro finísimo y tenía asimismo, coronas y coronillas de oro finísimo (Éxodo/Shemot 25, 23-30). Y en cuanto al candelabro de seis brazos, debía ser, obviamente, de oro purísimo labrado a martillo (Éxodo/Shemot 25, 31-40).
El oro, sin embargo, también era fuente de bajas tentaciones. Moisés había subido al Monte Sinaí a recibir las Tablas de la Ley. Cuando bajó con ellas al campamento donde se encontraba esperándolo su pueblo, se dio con una realidad herética.
“Mas, viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar del Monte, levantándose contra Aarón, dijo: Ea, haznos dioses que nos guíen, ya que no sabemos qué se ha hecho de Moisés, de ese hombre que nos sacó de la tierra de Egipto. Les respondió Aarón: Tomad los pendientes de oro de las orejas de vuestras mujeres y de vuestros hijos e hijas, y traédmelos. E hizo el pueblo lo que había ordenado, trayendo los pendientes a Aarón, el cual habiéndolos recibido, los hizo fundir y vaciar en un molde, y formó de ellos un becerro de oro. Dijeron entonces los israelitas: Estos son tus dioses, ¡Oh, Israel! Que te han sacado de las tierras de Egipto. Lo que, visto por Aarón, edificó un altar delante del becerro, y mandó publicar a voz de pregonero, diciendo: Mañana es la gran fiesta del Señor. Y levantándose de mañana, sacrificaron holocaustos y hostias pacíficas; y el pueblo todo se sentó a comer y beber, y se levantaron después a divertirse en honor del becerro (Éxodo/Shemot 32 1, 6).
La ofrenda del oro que de los magos recibió Jesús llevaba el significado de su destino en la tierra, y no era otro que el de ser el caudillo de dirigiría la liberación del pueblo de Israel, sometido al yugo romano, tal como lo profetizaba el Antiguo Testamento/Tanaj. Con este presente, los magos reconocían en Jesús su dignidad de jefe de Israel, de rey, como ellos lo calificaron ante el Herodes. Los alquimistas superan la opacidad del plomo mediante la transmutación hacia el oro, que representa en la Obra la ascensión a estados superiores de espiritualidad. En fin, el oro, en su diversidad de significaciones ha sido ofrecido a Jesús por ser rey, espíritu sublime y transmutador de su carne y sangre en la Eucaristía.
También le ofrecieron mirra, que se obtiene de una planta gomo-resinosa, y que no tiene una ponderable significación en la ciencia tradicional. Si bien es cierto que puede ser utilizada como materia combustible para aprovechar su aroma, su uso estuvo más inclinado al aprovechamiento de sus propiedades medicinales, especialmente ungüentos. De esta planta se obtienen cristalinas y casi transparentes lágrimas de un rojo intenso que se asemejan a gotas de sangre. Las gotas de sangre están directamente vinculadas a la copa y a la lanza. Antes de entrar a desarrollar este tema, nos ocuparemos de un pasaje bíblico donde se menciona la mirra. Está referido al óleo de la unción:
“Habló todavía el Señor a Moisés, diciendo: Tomarás drogas aromáticas, a saber: el peso de quinientos siclos de mirra de la primera calidad y más excelente; y la mitad, esto es, doscientos cincuenta siclos de cinamomo; doscientos cincuenta igualmente de caña aromática; de casia o canela, quinientos siclos, el peso del Santuario, y de aceite de oliva la medida de un hin, con lo que formarás el óleo santo de la unción, ungüento compuesto según el arte de la perfumería y ungirás con él el Tabernáculo del Testimonio, y el Arca del Testamento, y la mesa con sus vasos, y el candelabro y sus utensilios, el altar de los perfumes, el de los holocaustos, y todos los muebles que pertenezcan a su servicio” (Éxodo/Shemot 30, 22-28).
Era de una importancia evidente la mezcla que contenía la mirra y se la debía usar en mayor proporción que las otras hierbas fragantes. Con todo, lo que se obtenía era un ungüento que se utilizaba como instrumento de culto. Y a tal punto era sagrado este producto aromático, que en los versículos siguientes se lee:
“Nadie se ungirá con él, ni haréis otro de semejante composición porque queda santificado, y por tal lo habréis de tener. Cualquier hombre que compusiere otro tal, y diera de él a persona extraña, será exterminado de su pueblo” (Éxodo/Shemot 30, 32-33).
Así, pues, la mirra ocupa un lugar destacado entre los productos tradicionales que se empleaban, mezclada con otros igualmente aromáticos, parea perfumar los utensilios y demás instrumentos y mobiliarios del cuto.
Volviendo a las lágrimas de sangre que la mirra evidencia por sus características exteriores, encierra el significado de confirmarle a Jesús el destino de su pasión y a la vez, el símbolo de la copa con la que sirvió vino en la Última Cena y de la que dio a beber a sus discípulos y demás invitados si, como algunos historiadores afirman, estuvieron presentes en este episodio evangélico muchas más personas que sus doce discípulos. Este símbolo será explicado con más detenimiento en el capítulo destinado, precisamente, a la Última Cena, de donde surge la leyenda del Santo Grial o copa o vaso con el que bebió Jesús en esa cena y en el que, además, José de Arimatea recogió la sangre y agua del crucificado, que vertía por la herida del lanzazo inferido por el centurión. Si la mirra aparece como producto necesario para la preparación de la santa unción de los hebreos, tiene también protagonismo en el momento de la sepultura de Jesús:
“Después de esto, José, natural de Arimatea, que era discípulo de Jesús, bien que oculto por miedo de los judíos, pidió licencia a Pilato para recoger el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Con esto vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. Vino también Nicodemo, aquel mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a Jesús, trayendo consigo una composición de mirra y óleo, cosa de cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y bañado en las especies aromáticas, le amortajaron con lienzos, según la costumbre de sepultar a los judíos. Había en el lugar donde fuera crucificado, un huerto; y en el huerto un sepulcro nuevo, donde hasta entonces nadie había sido sepultado. Como era la víspera del sábado de los judíos, y este sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (Juan 19, 38-42).
Así como el oro le confirmaba a Jesús su condición de caudillo del pueblo de Israel, la mirra le recordaba su destino: pasión y muerte. Gotas de sangre que tienen la misma forma que las lágrimas de la mirra resinosa, sangre en la copa de la que beben en la Última Cena y en la que José de Arimatea recogerá agua y sangre del crucificado. Asimismo, mirra que estará presente en su amortajamiento antes de ser sepultado a la usanza judía. El simbolismo de las gotas de sangre sobre la rosa, la flor más preciada en el simbolismo occidental, así como es el loto en la oriental, tiene un mayor desarrollo en el capítulo de la Última Cena.
El tercer presente de los magos fue un cofre con incienso. Al igual que la mirra, es una planta propia de Arabia y su uso está igualmente vinculado a ritos de carácter religioso. En la Biblia se encuentran algunas referencias a este producto vegetal. Una de ellas, la del altar del incienso, construido de madera de setim, para quemar perfumes.
“El altar lo colocarás enfrente del velo que pende delante del Arca del Testimonio, y del propiciatorio, con que se cubre el Arca del Testimonio, donde Yo te hablaré. Y Aarón quemará sobre él, cada mañana, incienso de suave fragancia. Lo quemará al tiempo de aderezar las lámparas; y al atizarlas al anochecer, quemará también el perfume delante del Señor, lo cual se observará entre vosotros perpetuamente, de generación en generación. Nunca ofreceréis sobre este altar perfume de otra composición, ni oblación alguna, ni víctima ni libaciones” (Éxodo/Shemot 30, 6-10).
Es de tal importancia la fragancia de este incienso que no debe ser sustituido por ningún otro y ese tan suave olor debe aromar prácticamente todo el día ya que debe ser encendido cada mañana y al anochecer cuando se atizan las lámparas. En esta ocasión el incienso sin mezclas ni aderezos de ninguna especie se basta a sí mismo para envolver con su perfume el sagrado ritual. Perfume sagrado es la mezcla que ordena YHVH consumar para hacerse presente a los ojos de Moisés cada vez que encienda el polvo sagrado en el Tabernáculo del Testimonio.
“Dijo más el Señor a Moisés: Toma estos aromas, a saber: estacte y onique, y gálbano odorífico, e incienso, el más puro y transparente, de todo esto en igual porción, y formarás un perfume compuesto por arte de perfumería, muy bien mezclado, puro y dignísimo de ser ofrecido. Y después de haberlo reducido a menudísimo polvo, le pondrás delante del Tabernáculo del Testimonio, en cuyo lugar Yo te apareceré. Santísimo será para vosotros este perfume. Tal composición no la haréis para vuestros usos, por ser cosa consagrada al Señor. Cualquiera que hiciera otra igual para recrearse con su fragancia, perecerá en medio de sus gentes” (Éxodo/Shemot 30, 34-38).
Como en el caso de la mirra, la ofrenda del incienso lleva el primer propósito de proporcionar a Jesús uno de los productos más venerados por la tradición hebrea por tratarse de un derivado vegetal con el que se perfuma los lugares e instrumentos consagrados al culto. No es un perfume cualquiera, sino el más apreciado de todos ya que los demás actúan conjuntamente, incluyendo a la mirra; el incienso también, en ocasiones, pero en otras, solitariamente y con rango de aroma sagrado. El segundo propósito es esotérico y tiene que ver con el humo que despide la combustión del aromático incienso. Su trayectoria ascendente es el símbolo de la ascensión a los estados superiores de la Creación, allí donde no puede llegar el conocimiento directo de los humanos sino solamente de manera indirecta por medio de la intuición. Un conocimiento indirecto, personal e íntimo y por ello mismo, imposible de ser trasmitido a los demás. Las palabras del lenguaje cotidiano no alcanzan a abordar con plenitud la visión captada por el corazón, en tanto que receptáculo de la inteligencia que conduce a la intuición a estados no humanos o tras-humanos. Este conocimiento es en palabras de Platón, el que se logra mediante “los ojos del alma”.
Del mismo modo que lo que se ha dado en llamar “la salida de la cueva iniciática” como representación de la salida hacia el cosmos, lo es a través de una abertura en el cenit de la bóveda, tal salida debe hacerse con una ascensión que posibilita un eje, sea el tronco del árbol, el obelisco, la escala de Jacob, una soga tendida desde “arriba”, e incluso el humo, como representación de cualquiera de tales instrumentos cósmicos que, a la vez, se sustituyen sin menguas. Este fenómeno cósmico se ha de intentar cuando están abiertas las puertas solsticiales: la del solsticio de invierno conocida como “la puerta de los dioses” y se corresponde con la orientación norte-sur, y la del solsticio de verano conocida como “la puerta de los hombres”, cuya orientación es este-oeste. De paso recordamos que existe entre estas dos orientaciones una correspondencia: la norte-sur es propia de la región hiperbórea, mientras que la este-oeste, de la región atlante; es decir, los dos primeros ciclos de nuestra Manvántara.
De las concepciones más arcaicas proviene la distinción entre inteligencia, razón y sentimiento. Desde muy antiguo se localizaba en el corazón el centro del ser, pero no sólo como representación de la vida, si se tiene en cuenta que es el órgano que está constantemente en movimiento, trabajando para mantener esa vida tanto en vigilia como en sueños, sino que el corazón simbolizaba, y así debe serlo, la inteligencia. El corazón es el sitio donde la inteligencia radica, del mismo modo que el sol es el corazón del cielo. La usurpación que el romanticismo consumó, ha constituido la degradación del corazón, convertido en un receptáculo de sentimientos y emociones, incluyendo el amor, donde palpita con gozo o pesadumbre. Es obra del racionalismo el engendro de considerar al sentimiento “como lo más profundo y elevado que hay en el ser y afirmar su supremacía sobre la inteligencia” (1).
Para concluir con el tema de los regalos entregados a Jesús por los magos-sabios de Oriente, se debe decir que el incienso significa en sí mismo lo que es: un producto necesario para la práctica del culto en la tradición hebrea. Y además, representa la ascensión de Jesús a los estados superiores del ser, subiendo por el humo conductor desde la bóveda celeste del firmamento del mundo, de la que sale a través de una perforación en su cenit, y atravesando el firmamento penetra en el cosmos universal en dirección al sol, al que también atravesará por su centro para acceder a la Existencia Universal, allende el sol, donde la Eternidad es y por ende, Dios.
Consideramos apropiado dejar aquí un apunte acerca del tema de la luz que condujo a los magos desde el lejano Oriente hasta Palestina. Este símbolo está ya tratado en el capítulo El Icono de la Natividad, aunque más extensamente en La Resurrección; no obstante, insistiremos en otro aspecto siempre válido para una mejor comprensión del símbolo. La luz es fuente de vida, lo que es innegable desde un punto de vista de la naturaleza. De un punto de vista cósmico, la luz y el calor en tanto que atributos del sol, convienen a la idea de corazón del mundo, del mismo modo que el corazón humano es centro de luz y calor. Si el ojo del corazón simboliza la inteligencia intuitiva, el amor, si se lo quiere situar en el corazón, no ha de significar sentimentalismo romántico, que es siempre irracional porque es un calor sin luz; de ello resulta veraz lo que suele decirse del amor: que es ciego. La luz es la representación de Dios en la Creación manifestada, y se dice desde antiguo que lleva el hombre una “chispa” de esa luz divina que es por lo tanto, la chispa de eternidad que todo ente posee, y por ante ha de entenderse no sólo el ser humano sino también los animales, vegetales, minerales y metales. Los alquimistas suelen denominar a esta luz o chispa de eternidad como “espíritu alquímico”.
Habíamos dejado pendiente la parte final del episodio de los Magos de Oriente, que cierra la interpretación de la simbología de esta narración bíblica. Esto dicen las Escrituras:
“Después que ellos partieron (se refiere a los magos), un Ángel del señor apareció en sueños a José, diciéndole: Levántate, toma al Niño y a su madre, y huye a Egipto, y quédate allí hasta que Yo te avise. Porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle. Levantándose José, tomó al Niño y a su madre, de noche, y se retiró a Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes; de suerte que se cumplió lo que dijo el Señor por boca del profeta: Yo llamé de Egipto a mi Hijo” (Mateo 2, 13-15).
Nuevamente el Arcángel Gabriel hace su trabajo mientras los destinatarios del mensaje, duermen. Así lo hizo con José, anunciándole el embarazo de su mujer, pero no la Anunciación a María, porque ella puede conectar con lo sagrado en plena vigilia en razón de su naturaleza divina (2). Urgía que la Sagrada familia huyera de Belén para evitar que en Niño cayera en manos de Herodes. La protección a Jesús era imprescindible dada su corta edad. Era un niño indefenso, como todo niño y esto es así porque se manifestaba históricamente en la mayoría de los episodios, incluso cuando predicaba al pueblo, puesto que lo hacía dirigiendo por su boca los mensajes derivados de su alma de naturaleza divina. Este episodio da una idea de lo compleja que es la interpretación de la vida de Jesús, combinada siempre con sus dos naturalezas. La parte final de la historia es la siguiente:
“Entre tanto Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en toda su comarca, de dos años abajo, conforme al tiempo de la aparición de la estrella que había averiguado de los magos. Se vio cumplido entonces, lo que predijo el profeta Jeremías, diciendo: En Ramá se oyeron voces de muchos lloros y alaridos: es Raquel que llora a sus hijos, sin querer consolarse, porque ya no existen” (Mateo 2, 16-18).
Este final que evidencia tanta crueldad, es el corolario del simbolismo de los Magos de Oriente. Algunos pueden pensar que estos episodios son mitos que nada tienen que ver con la realidad histórica de entonces. Una de sus razones puede afincarse en el hecho de que salvo Mateo, ninguno de los evangelistas tienen escrita siquiera una breve mención de estos magos y del sacrificio de los inocentes. Hay que tener presente que semejante matanza de inocentes no hubiera pasado inadvertida a los historiadores, a lo que se debe añadir que por muchísimo menos, a muchos reyes y emperadores se les hizo rodar la cabeza por los suelos. Un historiador contemporáneo de estos hechos como lo es Flavio Josefo, quien por añadidura resulta a veces fatigoso seguirlo a causa de la pulcritud con la que trata los episodios que relata, tiene en cuanto a Jesús, un solo párrafo que dice:
“Por estas fechas vivió Jesús, un hombre sabio, si es que procede llamarlo hombre. Pues, fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gente que gustaban de alcanzar la verdad. Y fueron numerosos los judíos e igualmente numerosos los griegos que ganó para su causa. Éste era el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en la cruz por denuncia presentada por las autoridades de nuestro pueblo (Flavio Josefo era judío), la gente que lo había amado anteriormente tampoco dejaron de hacerlo después, pues se les apareció vivo de nuevo al tercer día, milagro éste, así como otros más en número infinito, que los divinos profetas habían predicho de él. Y hasta el día de hoy todavía no ha desaparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él” (3).
Se ha dicho y tal vez no sin rigor, que este párrafo, el único referido a Jesús en una obra tan extensa y tan detallada como la de este historiador, da que pensar que se trata de una interpolación de los traductores cristianos para justificar la presencia de Jesús en los hechos históricos de aquella Palestina convulsa. También es cierto que el estilo literario no condice con el resto de la obra y lo más destacable, que nada dice de la matanza de los niños judíos de Belén y todas sus comarcas vecinas, algo impensable en un historiador como Josefo, o como cualquiera otro. Esto, de ser cierta la refutación al evangelista Mateo, lejos de cercenar toda posibilidad de incluir tales episodios en la interpretación de la doctrina cristiana, no hace más que exigirla y reforzarla.
Si Mateo, iluminado por el Paráclito, introdujo estos hechos cruentos, así como el resto de acontecimientos relativos a los magos, es una prueba evidente, a nuestro entender, del más tradicional de los simbolismos de la sabiduría hermética. Demos por cierto que todo es pura fabulación. En este caso, ¿por qué razón Mateo introdujo entre los pasajes de su Evangelio estos episodios que se convertirían en leyenda? Creemos que con ellos está denunciando a todos los pueblos del mundo y no sólo a los que vivían en la Palestina de los tiempos de Jesús, el final de los tiempos, como un anticipo de lo que relata el Apocalipsis. Nuestra Manvántara está agotada y su último ciclo, el Kali-Yuga, en sus postrimerías, lo que Gastón Georgel denomina, precisamente, “Los Últimos Tiempos” (4), todo lo que coincide con la predicción del profeta Daniel cuando interpreta un sueño de Nabucodonosor.
El relato de los Magos de Oriente y su consecuencia más irritante, la de la matanza de niños judíos, no es otra cosa que una profecía del fin de los tiempos, pues nada puede demostrar más acabadamente la crueldad de los tiempos que vivimos, la aceptación del engaño y la prevaricación de los gobernantes, la maldad de los propios niños que a tan corta edad delinquen consumando actos sangrientos por el solo placer de ver sufrir a un semejante, que el símbolo de una matanza de niños, cualquiera sea su patria o religión. A la vez que predicción, este relato históricamente discutible es, y es lo que importa, un retrato fiel de un mundo cada vez más decadente y pervertido, amante de los placeres y la posesión de bienes terrenales, que difícilmente se hubiera podido representar con una descripción más dolorosa y veraz que la que se imputa a Herodes el Grande semejante crueldad. A nuestro entender, este es el mensaje o enigma que encierra el episodio de los Magos de Oriente y, a fuerza de ser sinceros, nosotros preferiríamos que se consolide la creencia de que no se ajusta a la realidad histórica, pues de ese modo se acrecienta vigorosamente su validez.
Un niño al que su madre lleva de la mano, ve a otro en la acera de enfrente cabalgando en un palo de escoba, y le dice a su madre: Mira el caballo que lleva ese niño. La madre, sin embargo, sólo ve a un niño que arrastra entre sus piernas un palo de escoba. El día en que los niños descubren la verdad acerca de los Magos de Oriente, se quiebra la confianza absoluta en sus padres y pierden para siempre su inocencia. Es el día en que los niños ya no volverán a ver un caballo, sino que verán para siempre y desde entonces, el palo de escoba como símbolo del caballo. En su inocencia, el niño ve el caballo; perdida la inocencia, lo que ve es el símbolo.