La colección de cantorales del Seminario guarda dieciocho ejemplares ajados por el tiempo que han servido de guía musical y litúrgica durante siglos en el monasterio de Valdediós
Una capitular en letra gótica. miki lópez
A muchos de los cantorales que custodia el Seminario Metropolitano les faltan páginas. Suena casi blasfemo, pero esos pergaminos eran utilizados para enmarcar o simplemente como pantallas de lámparas.
La biblioteca del Seminario contiene dieciocho de estos cantorales que provienen del monasterio de Valdediós (Villaviciosa), libros partitura de dimensiones desproporcionadas que servían de guía -letra y música- para los cantos corales de los monjes.
No hablamos aquí, por tanto, de un título concreto, sino de una sensacional colección de libros realizados de forma artesanal desde el siglo XVI hasta el XIX y que está pidiendo a grito limpio una actuación urgente para salvarla de una ruina que se vislumbra.
Ya no sólo es el efecto de los depredadores cortapáginas, sino el paso del tiempo y algunas circunstancias especialmente negativas. Por ejemplo, las cíclicas inundaciones en el monasterio de Valdediós. El bibliotecario del Seminario, José Manuel Fernández Viña, muestra ejemplares tan deteriorados que invitan a pensar que en su día «nadaron» en alguna de las crecidas del río que circunda el complejo monástico donde se levantan la joya del «conventín» prerrománico y la prodigiosa iglesia románica de Santa María.
Los cantorales tienen proporciones inusuales. Los «pequeños» superan los sesenta centímetros de largo y se acercan al medio metro de ancho; para perfilar los grandes hay que sumar unos quince centímetros por cada lado. Todos están bien trabajados porque no eran libros para ver y no tocar. Al contrario. Colocados en el facistol, eran leídos por todos los monjes a la vez, mientras uno de ellos se encargaba de pasar páginas. Eran libros de eucaristía y liturgia de las horas. Libros de uso diario, y eso se nota.
Los hay de más de cien páginas, con un peso que supera los cien kilos. Son páginas de pergamino, proveniente de piel animal. Quienes lo fabricaban eran especialmente cuidadosos con la estética. La piel tiene dos caras, la del interior y la externa, en contacto con el pelo del animal. La primera da un pergamino mucho más claro, sin tantas rugosidades. Y así, para que no se notara tanto el cambio de calidades en la superficie de dicho pergamino, los cantorales tienen la misma textura en cada conjunto de página par e impar: dos claras, dos oscuras, y así sucesivamente.
Todos los cantorales del Seminario conservan una encuadernación que hay que dar por sentado que es la original. Tablas de madera, recubiertas de piel, con cerradura metálica y cuerda para armar el cuerpo del gigante.
Fernández Viña muestra alguna de las «trastiendas» de esa encuadernación. Las caras posteriores de la portada y la contraportada están en algunos casos empapeladas con retales de pergamino viejo. «Mire éste: esa encuadernación interior usa material del siglo XII». Proviene de algún libro medieval de liturgia, un salmo representado aún sin el sistema de pentagrama.
La historia de los cantorales del Seminario fue puesta en sociedad en el primer congreso de bibliografía asturiana. Los catalogó el catedrático de Musicología de la Universidad de Oviedo Ángel Medina, y de ellos publicó en su día un «estudio muy serio» la investigadora Ana Suárez González.
De los cantorales sabemos, pues, mucho. La colección formaba parte de la biblioteca del monasterio de Valdediós cuando en el otoño de 1835 se inició el proceso de desamortización eclesiástica promovido por el entonces presidente del Gobierno Juan Á. Mendizábal.
Los cantorales, al parecer, no cayeron entonces en manos privadas como pasó con muchos documentos monacales, sino que se hizo cargo de ellos la diócesis asturiana. Se sabe que están en el Seminario Metropolitano de Oviedo desde los años cincuenta, no mucho después de ser levantado el edificio, en el Prau Picón y de ponerse en marcha la actual biblioteca, que cuenta con unos 110.000 volúmenes catalogados.
«Son libros vivos», explica Fernández Viña. Libros que se iban completando a medida que surgían necesidades, y que como eran de uso diario necesitaban de vez en cuando reparaciones. Algunas de las páginas están zurcidas. Otros ejemplares tienen páginas literalmente reconstruidas tras los estragos del agua.
@Eduardo GARCÍA, (Oviedo)/La Nueva España