Francisco Calderón busca apoyos para su proyecto ecológico
Francisco lleva en las manos sendos trozos de lo que un día fue el árbol de la salud de Jaca. A. Ballesteros
Cuenta la guía Infocamino que, a la entrada de Jaca, «junto a un extinguido hospital que, según la tradición estaba al cuidado de la orden del Temple, se levantaba un antiguo olmo conocido como árbol de la salud». Y añade que «era práctica y tradición entre los peregrinos colocarse a la sombra de este ejemplar, ya que tenía fama de que así devolvía la salud y las desgastadas fuerzas a los esforzados que acababan de superar uno de los obstáculos más formidables de la ruta jacobea».
El caso es que al viejo árbol, a diferencia del olmo al que cantó Machado, ya nunca más le salieron hojas nuevas; tanta salud prestó que un buen día se secó para siempre. Y es ahí donde Francisco Calderón, vecino de la localidad aragonesa, se inspiró para echar a andar su proyecto de poner en valor aquellos árboles centenarios que, plantados en las márgenes del Camino de Santiago, acaban convertidos en leña con más pena que gloria, cumplida su misión de dar sombra y cobijo durante siglos a miles de peregrinos.
Francisco vino el año pasado a Compostela -ya lo había hecho en el 2002- y se trajo en su bici, como mascarón de proa, una talla labrada con la misma madera del árbol de la salud de Jaca, su tierra. Calderón tiene una habilidad especial para tallar la madera y, desde entonces, no ha dejado de trabajar en su proyecto de dignificación de los viejos árboles. Y no se cansa de retratar a los ejemplares centenarios que se va encontrando a lo largo de la ruta jacobea que se pudren sin más, como desechos de la Historia.
Esta vez ha vuelto trayendo en su mochila varios toros de aquel árbol de la salud legendario, pero pulidos con sus manos y resucitados con su corazón pertinaz y aragonés. Uno de los trozos se quedó en Jaca. Otro se lo entregó el pasado jueves al director del Museo de las Peregrinaciones. Y quiere dejar un tercero, para completar simbólicamente la ruta, donde el mundo se llama Fisterra.
Encofrador, gruista, camionero, tallista y envase con mil y un usos, Francisco Calderón ha encontrado en su proyecto personal de dignificación de los árboles centenarios del Camino un aliciente para levantarse por las mañanas. Con la propia madera, convertida en pequeñas lágrimas, en trabajadas formas, se costea los gastos del viaje como «peregrino de cuerpo y alma». Y, al tiempo que busca apoyos para su misión, lanza un mensaje para aquel que lo quiera escuchar: «Aprovechando la madera de un árbol muerto, dejaremos de matar uno vivo».