Al príncipe Guillermo y a la duquesa Catalina les informaron ayer de que si tienen primero una niña, ésta se convertirá algún día en reina. Es más, no tendrá que renunciar al trono si en el futuro se enamora de un católico y no de un anglicano. La noticia les llegó desde Perth, la ciudad australiana donde los 16 países que forman la Commonwealth se reunieron para poner fin a una discriminación que durante tres siglos ha regido el destino de la monarquía británica.
El acuerdo unánime modifica la llamada Ley de Instauración, de 1701, que establecía que los hombres tenían preferencia sobre las mujeres en la línea de sucesión y que la primogénita de un monarca no podía heredar si tenía un hermano más joven.
En los últimos años ha habido al menos once intentos para cambiar la legislación medieval. No ha sido tarea fácil, pero cuando el hijo mayor del príncipe Carlos y la desaparecida Diana se comprometió con una plebeya, algo también impensable hace siglos, el debate se volvió a poner encima de la mesa. Y esta vez, los 16 países miembros que tienen a la reina Isabel II como jefa de Estado, llegaron al fin a un entendimiento.
Con la modificación de la ley de 1701 se suprime la prohibición de los miembros de la realeza a desposarse con católicos si pretendían mantener sus derechos dinásticos. Durante el reinado de Isabel II, el príncipe Miguel de Kent y el conde de Saint Andrews, tuvieron que renunciar a sus derechos sucesorios tras contraer nupcias con mujeres devotas a la Iglesia de Roma. La norma no establecía prohibiciones similares con miembros de otras religiones, como el islam y el judaísmo, o personas agnósticas o ateas.
La cuestión planeó en todos los gobiernos hasta que, en marzo de 2009, el laborista Gordon Brown confirmó que negociaba el asunto con Buckingham Palace.
Eso sí, aunque el rey o reina puedan ya elegir a su cónyuge sin condiciones, lo que permanece inamovible es la religión que él o ella deben seguir –la protestante– ya que cualquier cambio en este sentido alteraría el estatus de religión oficial de la Iglesia Anglicana, de la que el monarca es también gobernador supremo.
Para entender el porqué de esta situación hay que remontarse a los tiempos de Guillermo III (1650-1702). Como no tenía hijos y temía que Jacobo II (1633-1701, monarca católico depuesto en 1688) pudiera volver al trono, quiso impedir que ascendiera a la Corona inglesa un papista.
Los cambios en la monarquía británica vuelven a poner en el centro de atención a la situación española. Cuando nació la hija mayor de los Príncipes de Asturias, la infanta Leonor, en 2005, el PSOE y el PP señalaron que estaban de acuerdo en que había que reformar la Constitución para que ésta pudiera ser algún día reina. Con el actual texto, si los príncipes tuvieran un hijo varón, él sería el heredero. Pese al acuerdo, no se ha tocado ni una coma al respecto.
El príncipe Carlos podrá reinar
Los cambios no afectarán al príncipe de Gales, el eterno heredero. A pesar de que él es el primogénito de Isabel II, su hermana, Ana, por el hecho de ser mujer, ha quedado relegada detrás de sus dos hermanos menores (los príncipes Andrés y Eduardo) en la línea de sucesión a la Corona. La supresión de la discriminación por género se ha hecho esperar a pesar de la historia de la monarquía. Han sido tres reinas las que figuran en la historia de Inglaterra como las más influyentes: Isabel I (1533-1603), Victoria (1819-1901) e Isabel II, nacida en 1926.
@Menos de la fotografía, Celia Maza/La Razón.es