El investigador Jesús Herrero indaga en las representaciones sexuales en los templos románicos.
Para algunos especialistas, el fenómeno es producto de la relajada moral imperante en el mundo medieval y otros lo ven como una condena.
Pareja haciendo el amor a punto de ser devorada por un monstruo infernal. Cimacio del extremo izquierdo de la portada oeste de la iglesia parroquial de El Salvador en Cifuentes (Guadalajara).
Demonios lascivos y coitos adornan capiteles y canecillos de numerosas iglesias románicas de España. Resulta llamativo que en lugares sagrados haya tal abundancia de imágenes de contenido obsceno y procaz. Explicar esta aparente contradicción es lo que ha movido al investigador Jesús Herrero Marcos a escribir el libro 'La lujuria en la iconografía románica' (Cálamo), profusamente ilustrado con un centenar de fotografías.
Aún hoy, los expertos no se ponen de acuerdo en el motivo de que una iconografía tan irreverente aparezca en lugares destinados al culto. Para algunos especialistas, el fenómeno es producto de la relajada moral imperante en el mundo medieval. Para otros, tales representaciones eran fruto de las transgresiones jocosas de los maestros escultóricos. No faltan los que ven en estas figuras un reflejo de las herejías de la época, como las encarnadas por los valdenses, bogomilas y albigenses o cátaros. Estos grupos, sin embargo, más que una vida licenciosa, lo que predicaban y practicaban era justo lo contrario: una existencia ascética y virtuosa.
Todas estas teorías son de difícil aceptación para Jesús Herrero, quien considera que estas esculturas obscenas –mal llamadas, a su juicio, eróticas- tienen como fin "aleccionar al pueblo" sobre sus obligaciones morales y religiosas. La interpretación más asentada sobre este románico desvergonzado y atrevido es que precisamente se expuso en los templos como aviso contra los pecados de la carne, que acarreaban el consecuente castigo y penitencia. En apoyo de esta tesis se encuentran los que esgrimen el argumento de que en esta iconografía lujuriosa abundan los personajes que son arrastrados y atormentados en el infierno, ejemplo de lo que esperaba a los infractores de la ley divina.
Con unas necesidades demográficas acuciantes, una elevada mortalidad y una esperanza de vida bajísima, el clero se aprestó a que la reproducción se hiciera de acuerdo a las condiciones recogidas en la Biblia. Por ello, no es descabellado suponer que la Iglesia se preocupara de delimitar las prácticas destinadas a perpetuar la especie de las que se alejaran de este propósito. En estas circunstancias, no sería extraño que surgiese la necesidad de representar las penitencias que acarreaba la transgresión de la norma. Por añadidura, las imágenes debían ser lo suficientemente explícitas para que las comprendiera un pueblo analfabeto.
El aborto
Las madres desnudas que sostienen entre sus piernas niños muertos son en realidad una condena del aborto. Estas imágenes, junto al del hombre que se masturba, se pueden ver en la iglesia de San Martín, en Frómista (Palencia), y son muy similares a las existentes en templos del sureste francés.
La magia y la hechicería ilustran también el repertorio del románico más escabroso. El demonio aparece en la colegiata de San Isidoro, en León, o acompañado de dos machos cabríos en un aquelarre en la catedral vieja de Salamanca.
Si alguna iglesia puede ser considerada paradigma de la iconografía de la lujuria es la colegiata de San Pedro, en Cervatos (Cantabria). En el interior del templo, uno de los capitales está adornado con tres cabezas que representan a unas doncellas y unos anillos triples de dos grandes serpientes que succionan los pechos de una mujer que encarna el pecado de la lujuria. Se trata de algo excepcional, dado que en contadísimas ocasiones la lujuria aparece esculpida en el interior de un recinto sagrado.
Según el autor, la iconografía románica trata de demonizar cualquier asociación cultural con la Gran Diosa madre de las antiguas sociedades matriarcales de Europa.
El libro consta de un estudio introductorio sobre el empleo de los elementos sexuales en las culturas prehistóricas, de Egipto y la India, además de la Grecia y Roma antiguas, hasta llegar al cristianismo en la época medieval, en la que se inscribe esta investigación.