Christian de Chergé, hombre de paz, si los hubo, sufrió la guerra a lo largo de toda su vida y la guerra le arrebató de este mundo.
Hijo y nieto de militares, nació en 1937 en Colmar, una ciudad de Alsacia. Entre 1942 y 1945 la familia vivió en Argelia, siguiendo el destino militar del padre. Una nueva guerra lo devolverá a Argelia en 1959, reclutado como oficial de enlace ante las autoridades locales. En ese contexto hizo amistad con Mohamed, un policía rural musulmán, padre de diez hijos. Un día, quizás para ahuyentar el miedo, se prometieron que uno tendría presente al otro en sus plegarias. "El problema es que ustedes los cristianos no saben orar" le dijo Mohamed. Entonces Christian recordó su infancia, como le intrigaba la forma de orar de los musulmanes, como su madre comenzó por decirle: "Rezan, así de simple" y luego le enseñó a respetar la religiosidad musulmana.
En medio de un tumulto callejero; Christian fue atacado, Mohamed intercedió: "Es un buen hombre", dijo con energía. Los agresores se fueron, pero, al día siguiente Mohamed apareció degollado. "Frente a la sangre de este amigo, supe que el llamado de Cristo, tarde o temprano me llevaría a vivir en aquel país, donde había recibido la mayor prueba de afecto."
De regreso a Francia entró al Seminario de Saint-Sulpice, fue ordenado en 1964, predicó durante algunos años en Montmartre, hasta que cumplió su promesa. En 1971, convertido en monje cisterciense, llegó a Tibhirine, el único monasterio situado en un lugar exclusivamente musulmán; una rareza, en todo sentido. Sin una mínima comunidad cristiana a quien servir y sin perspectivas de encontrar eventuales conversos, "la Orden no puede pagarse el lujo de un monasterio en mundo musulmán", les habían dicho. Pero los monjes supieron convencer a sus superiores y Tibhirine se mantuvo.
Christian de Chergé traía consigo una sólida formación teológica, nutrida por personalidades heterodoxas como el jesuita Teilhard de Chardin, los protestantes Karl Barth y Jürgen Moltmann o el judío Emmanuel Levitas. En Tibhirine estudia y escribe, trabaja con la Biblia y Corán, sin descuidar su responsabilidad al frente del apiario; la venta de miel es uno de los ingresos de aquel monasterio pobre. Entre 1972 y 1974 estudia en el "Instituto Pontificio de estudios árabes e islamología" de Roma. Madura y acrecienta su formación, valora los documentos del Concilio Vaticano II sobre la relación con las religiones no cristianas, pero confiesa: "Mi Iglesia no me explica lo que une a mi Cristo con el Islam. Estoy obligado a acercarme a los musulmanes sin saberlo."
Un día de 1975 un vecino musulmán le propone acompañarlo en sus plegarias. "El árabe y el francés se mezclan, se reúnen misteriosamente, se responden, se funden y se confunden, se complementan y se conjugan", escribirá Christian. Su nuevo amigo define esa comunión: "Es como hacer juntos un pozo para sacar agua". El monje, un poco en broma, un poco en serio le dice: "¿Y qué habremos de encontrar en el fondo del pozo: agua cristiana o agua musulmana?" La respuesta fue inmediata: "Tú sabes bien lo que hay en el fondo de ese pozo: el agua de Dios".
El pueblo no tiene mezquita. Los monjes le ceden una sala de la abadía, junto a la capilla. Christian escribe: "Campana y almuecín, cuyas llamadas a la oración se elevan desde el mismo lugar, se unen para invitarnos a la alabanza, más allá de lo que las palabras pueden decir. La oración ritual del musulmán es breve; moviliza el cuerpo; solicita toda la atención hacia el Único de toda vida. Se dice de memoria; […] A algunos de nosotros les gustaría que nuestro Oficio recuperase algo de esta sencillez despojada, aun sin perder nada de su vocación a ser oración de Iglesia". Los monjes de Tibhirine conviven con sus vecinos bajo dos condiciones fundamentales: dejar de lado el terreno minado de la controversia teológica, y "ser lo que somos en medio de la banal realidad cotidiana".
Ese modo de vivir no reniega de las diferencias, por el contrario. Suele citar un hadiths (expresiones atribuidas al profeta Mahoma) como el que dice que "la diferencia, (o la divergencia) es una misericordia de Alá". ¿Cómo progresar hacia el encuentro con el otro si no hay diferencias? -piensa. Si todo se resumiera en un igualitarismo grosero, nos deshumanizaríamos.
Sobre estos principios, participa en la creación del grupo de encuentro "Ribt al-salam" (Lazos por la paz) que se reúne dos veces al año en Tibhirine.
A principios de los 90 estalla la guerra civil. La vida se hace difícil en Tibhirine, colocado entre dos fuegos: los fundamentalistas islámicos y el ejército. Los monjes solo piensan en la gente común, rehén de los violentos, como siempre. Cuando una comunidad católica italiana toma la iniciativa de instalar una mesa de diálogo entre el gobierno y los insurrectos, Christian de Chergé les brinda discretamente su apoyo, sabiendo que acaba de dar un paso en falso, creando la impresión de inmiscuirse en temas políticos. Puede ser su sentencia de muerte y la de sus compañeros.
El 1 de enero de 1994, escribe un texto de 597 palabras que, entre otras cosas, dice: "Si me sucediera un día -y ese día podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. […] Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. […] Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo, al que yo amo, sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la "gracia del martirio". Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista".
Lo puso en un sobre, lo cerró, lo guardó y esperó "ese día", que llegaría dos años y cinco meses más tarde.