Dos aficionados a la arqueología descubren un monasterio templario y una villa romana en Vilaza
Los investigadores José R. Feijóo y Bruno Rúa / NACHO GÓMEZ
La mitología que rodea la Orden del Temple comenzó a fraguarse cuando Clemente V mandó su disolución, salpicada previamente por acusaciones de sacrilegio, traición y todo tipo de delitos contra el honor cristiano. Incluso sodomía. Los caballeros pasaron a la clandestinidad y sus bienes fueron traspasados a las comuniones más afines al dogma vaticano. En Galicia, dejaron su huella en iglesias, monasterios y vestigios repartidos por lugares bastante recónditos. Unos restos olvidados y tan poco estudiados que, sorprendentemente, dos aficionados a la arqueología acaban de certificar la existencia de un monasterio templario en Vilaza (Monterrei). Su investigación llegó incluso a siglos anteriores y también han conseguido documentar restos de una villa romana.
La Orden del Temple ya tenía sus acólitos en este pueblo ourensano. La torre románica anexa a la iglesia de San Salvador carga desde hace décadas con el apodo de “torre de los templarios” entre los vecinos, que conocen de oídas la historia del viejo monasterio. Su origen está escrito en un documento del Tumbo de Celanova, un libro guardado en el Archivo Histórico Nacional que detalla pertenencias monacales. Allí se explica que el monasterio perdido fue impulsado por Piñota y Eloyna Goda, que incluso donaron sus joyas como tesoro monacal. El debate sobre la ubicación del edificio no es nuevo. Durante los últimos siglos, intelectuales e investigadores lo han situado en varias localizaciones del pueblo. Un monasterio convertido casi en leyenda porque apenas quedan restos y los que han sobrevivido están en propiedades privadas. Las primeras evidencias de su existencia se remontan al año 985, a través del documento que informa de su fundación. En el siglo XVII, sus bienes pasan a formar parte de la Compañía de Jesús, comenzando el declive que casi lo borró de la historia.
Ahora, los investigadores José R. Feijóo y Bruno Rúa, en colaboración con el profesor de la Universidad de Santiago, Antonio Rodríguez Colmenero, han certificado su existencia. Las indagaciones comenzaron cuando se toparon con una tumba romana en la estructura de Capilla de la Cruz, en el centro del pueblo. Estos expertos explican que “para llegar a la conclusión de situar el monasterio en la capilla, se cuenta con la fecha grabada en la estructura: 1214”. Además han descubierto una de sus ventanas tapiada y oculta tras el altar de la capilla, dos canecillos, un arco prerrománico aparecido en una vivienda reconstruida a unos diez metros y dos cruces templarias grabadas en la propia estructura de la ermita.
El hallazgo de esa estela romana también permitido documentar la existencia de la villa de la familia Altia, reconocida en el imperio romano. El profesor Colmenero descifró la tumba del siglo II que confirma la existencia de pobladores anteriores incluso a los romanos. En la tumba en honor a Junio, la segunda divinidad de la trinidad capitolina, descansaron Coreidaego y Artacio. “Lo importante es la fecha grabada en la piedra y que los nombres de los muertos no son romanos. Posiblemente son castrexos autóctonos romanizados, de los más antiguos que se conocen” explica Feijóo.
Entre los restos hallados en el pueblo destaca un ara (altar) y un capitel de columna romana, pruebas de la existencia de asentamiento rural rodeado de propiedades agrícolas que situaría a Vilaza en el mapa de Roma. Entre todos ellos también ha sido hallada una construcción completa de sillares y sillarejos con seis columnas incrustadas en lo alto que “con casi toda probabilidad son miliarios” según estos expertos. Vilaza está salpicado de restos arqueológicos. Unos perdidos y otros reutilizados, porque el pueblo está levantado con miles de restos originarios del mismísimo Imperio. Los investigadores han catalogado decenas de columnas, capiteles, canalizaciones, grabados, cientos de sillares y miles de sillarejos que los lugareños han reutilizado para sus construcciones.