Según el Instituto Nacional de Estadística del 25 de abril de 2013, 6.207.700 personas se encontraban en paro en España. Entre los jóvenes menores de 25 años la falta de empleo afecta al 57%, casi un millón. Para el Ejecutivo, hasta el año 2016 el desempleo de la población activa no bajará del 25%.
Entre 2008 y 2012 se han destruido en España 3,17 millones de empleos, a razón de 615.000 puestos de trabajo por año. Casi dos millones de hogares tienen todos sus miembros en paro. El 49,8% de la población asalariada percibe ingresos mensuales inferiores a 962 € y el 49,6% de la población desempleada, (cfr. Diagonal (2/5/13-15/5/13) no recibe ninguna prestación, ni contributiva ni asistencial. La brecha social, como constata el Barómetro Social de España, se está agrandando escandalosamente: el 1% de los hogares con mayores ingresos ha crecido en un 21,5% en los últimos 30 años, mientras que el 99% restante ha decrecido en un 1,8%.
Venciendo la pasividad y el miedo, el pueblo indignado ha comenzado a reivindicar masivamente sus derechos sociales y laborales. Frente a la troika –Comisión Europea, BCE y FMI– que sigue insistiendo en la desregulación del mercado de trabajo (bajos salarios y mayor facilidad de despido) crece cada día con más fuerza el rechazo de las políticas de austeridad y la exigencia de alternativas que estimulen la economía y la generación de empleo. Pero las instancias políticas siguen cerrando los oídos a estas justas reclamaciones.
¿Qué hacer en esta situación? Es paradigmática, a este respecto, La enternecedora historia que cuenta el filósofo Santiago Alba sobre el Joven Elefante del Zoo de Túnez. A esta inquieta criatura le separaba de la libertad un pequeño foso. Durante diez años creció haciendo el mismo gesto: unos pasos atrás, otros adelante; pero, al llegar al foso, levantaba una pata delantera y reculaba para reemprender siempre el mismo gesto. Lo que le bullía en la cabeza no conseguía movilizar sus músculos. Y es que, entre el cerebro y la acción hay una distancia irreductible, ontológica, casi metafísica. Y el problema está en cómo rellenar el foso para que el salto sea un éxito.
¿Qué tiene que ocurrir para que el pueblo indignado pierda el miedo y se decida a cruzar el foso entre lo que no quiere (“no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”) y lo que quiere: recuperar su dignidad y soberanía (“sin dioses, ni reyes, ni tribunos”)?
A nuestro juicio, el salto sobre el foso implica, al menos, dos impulsos complementarios. Uno “destituyente”, es decir, capacidad para desprenderse de instituciones que ya han agotado su ciclo y cuya deriva actual está siendo foco de autoritarismo, ineficacia y corrupción: partidos políticos que no hacen política, sindicatos que no son sindicales con los sin-trabajo, empresas dedicadas a la corrupción especulativa. Frente a la imposición de estas mediaciones no cabe otra actitud que la desobediencia ciudadana. Porque ya no se puede confundir legalidad con justicia, ni legitimidad con mayoría parlamentaria.
Y en segundo lugar, siguiendo el magnífico ejemplo que está dando la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, capacidad para constituir una masa social o sujeto colectivo convencido de que “si se puede” reinvertir la inhumanidad dominante. Porque, en la historia de las sociedades, ninguna situación ha sido irreversible por más que se la haya querido blindar con espléndidos códigos de leyes. Ni si quiera la propiedad privada, tan injustamente sacralizada, puede ser definitiva cuando está en juego la vida, la dignidad, el trabajo y la paz de las sociedades.