El Padre Maciel
En un entrevista publicada en el nº 2.648 de Vida Nueva, Severino-María Alonso, catedrático del Instituto Teológico de Vida Religiosa, de Madrid (UPSA), asegura que “por muy dolorosa que sea la experiencia de descubrir, en el propio fundador, fallos objetivamente graves y hasta escandalosos, no debería influir, de forma negativa, en el compromiso de seguir evangélicamente a Jesucristo, que es la regla suprema de la vida consagrada”. El profesor y especialista en Vida Religiosa incide en el hecho de que “el fundador, aunque posea una santidad ejemplar, no es nunca ‘término de viaje’ o ‘modelo definitivo’ para sus discípulos. Es compañero de camino y primer condiscípulo en la única escuela del único Maestro. Por eso, hablando con rigor, no se sigue nunca al fundador, sino que se sigue a Cristo con el fundador y, en alguna medida, como él. De ahí que ningún fundador haya tenido la osadía de presentarse a sí mismo como modelo cabal para sus hermanos. A lo más, con san Agustín y como san Agustín, se ha atrevido a decir: “Si alguien pretende imitarnos, que nos imite; pero sólo a condición de que nosotros seamos imitadores de Cristo. Y, si nosotros no imitamos a Cristo, ¡que imiten a Cristo!”.
Alonso concluye haciendo una invitación a los fieles para que esta situación acabe repercutiendo en un fortalecimiento de la propia fe: “El pecado de los discípulos y seguidores de Jesús es siempre -por lo menos- una grave incoherencia y hasta un verdadero escándalo. Pero nunca debería provocar en nadie una falta de fe en Jesús o un ‘desencanto’ de la Iglesia, ni una actitud de agresividad o de fariseísmo frente a los otros. Sino, más bien, suscitar una fe más purificada, una conversión personal más auténtica, y un ejercicio más vivo de Misericordia”.