Lo he dicho varias veces, el Papa cada día me convence más, y sus palabras me producen una esperanza y una ilusión que nunca antes otro Papa me había producido. La miseria, la injusticia, el hambre, el empleo, los abusos, la discriminación, las dictaduras, la lejanía de la Iglesia, la pederastia, etc. son los objetivos a combatir de este Papa que parece llamado a revolucionar la rancia y anclada en el pasado Iglesia.
Que mártires como Monseñor Romero, luchadores a favor del oprimido, compañeros de los más míseros entre los míseros, contendientes ante los explotadores y fascistas dictadores, vencedores aún después de ser asesinados por esos fanáticos verdugos de los escuadrones de la muerte pagados por esos oligarcas que nunca quisieron renunciar ni a un ápice de sus prebendas para que el pueblo pudiera al menos comer, tiene ahora el apoyo directo de la cabeza de la Iglesia, del Papa Francisco, que en mi opinión lleva camino de convertirse en el Papa Francisco, El Justo.
Es un Papa valiente, cercano al pueblo, que crea quebraderos de cabeza a los servicios de seguridad precisamente por su falta de miedo, producto de su cercanía y su cariño al pueblo más falto de todo. Es un Papa ante el que hay que descubrirse, al que hay que apoyar en esa lucha que ya empezaron hace años los mártires de la Teología de la Liberación, los mártires que en Latinoamérica se enfrentaron a los poderes fácticos establecidos en las cuotas d epoder más altas, en muchas ocasiones apoyados por sumisos obispos y cardenales que ahora tiemblan ante las justas palabras de Su Santidad.
Que Nuestro Señor le conceda la fuerza suficiente para lograr esos cambios que se ven que av anzan dentro de la Iglesia Católica y que nos devuelven la ilusión, la esperanza y el orgullo de por fin poder ayudar a un Papa que piensa en la mayoría silenciosa, en la que hasta ahora no contaba para nada, en la que sufre la lacra de la droga, del desempleo, de la miseria, de la mordaza, de la represión salvaje estatal.
Dios le ayude en esta difícil tarea. Oremos por él.
FTAT, NND, +Anselmo de Crespi
El Papa acelera la beatificación de monseñor Romero, asesinado en 1980
Francisco habla a los jóvenes en la playa de Copacabana, el jueves en Río de Janeiro. / stefano rellandini (afp)
El papa Francisco sigue tirando a dar. Delante de cientos de miles de jóvenes reunidos en la playa de Copacabana para la celebración del Vía Crucis, Jorge Mario Bergoglio ha dicho que Jesús entiende a aquellos que, hartos de la corrupción de los gobernantes y del caminar errático de la Iglesia, han perdido la confianza en la política y hasta la fe en Dios. Tanto los discursos del papa argentino como su participación en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) –al mediodía se reunió con un grupo de muchachos presos— siguen teniendo un marcado carácter social, que concuerda con la noticia conocida hoy: desde que se sentó en la silla de Pedro, Bergoglio está haciendo todo lo posible por acelerar la canonización de “la voz de los sin voz”, el arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 en San Salvador mientras oficiaba misa en la capilla del hospital oncológico de la Divina Providencia.
“Con la cruz”, ha explicado el Papa a los jóvenes, “Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la pérdida de sus hijos, o que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio”.
La otra noticia llega de Roma, pero encuentra su razón de ser aquí, escuchando al papa Francisco pedir justicia social para los jóvenes y los viejos, para los detenidos y las víctimas de la droga, para los desheredados de las favelas de Río de Janeiro. Jorge Mario Bergoglio está decidido a beatificar lo antes posible a monseñor Romero. Las últimas palabras del arzobispo salvadoreño –san Romero de América para quienes han mantenido encendidas las brasas de su memoria— todavía ponen los pelos de punta en el pequeño país centroamericano: “Los militares están matando a sus mismos hermanos campesinos. Ningún soldado tiene que obedecer la orden de matar. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno que cese la represión”. Un certero disparo –atribuido a los escuadrones de la muerte que dirigía el mayor Roberto D’Aubuisson- le destrozó el corazón justo en el momento de alzar el cáliz.
Ya existían indicios bien fundados de que, nada más llegar a la silla de Pedro, el papa Francisco se había interesado por acelerar la causa de beatificación de monseñor Romero, presentada en 1990 por la Iglesia salvadoreña y aceptada por la Congregación para la Causa de los Santos en 1997. Pero ahora ha sido nada más y nada menos que el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe –la antigua Santa Inquisición-, quien ha anunciado que “el proceso va mucho más rápido” por el impulso de Jorge Mario Bergoglio. En una entrevista con el diario italiano La Stampa, el arzobispo Müller dice que “el semáforo verde” para la beatificación de monseñor Romero se encendió durante el papado de Benedicto XVI, pero que ha sido el papa Francisco quien ha dado un gran espaldarazo a la causa: “Considero a Óscar Arnulfo Romero un gran testigo de la fe y de la sed de justicia social. Su testimonio se expresaba en las homilías en las que hablaba de las trágicas condiciones de vida que entonces sufría su pueblo”.
Tras una de aquellas homilías, su voz fue silenciada de un disparo. Todo lo que él temía y denunciaba se cumplió sobradamente. Tras su muerte, llegaron los largos años de la sangrienta guerra civil (1980-1992) y más tarde los gobiernos hegemónicos del derechista partido Arena -fundado precisamente por el mayor D’Aubuisson-. Hasta 2009, ya con la izquierda del presidente Mauricio Funes en el poder, el Gobierno salvadoreño no empezó a honrar su memoria. La misma noche de la victoria, Funes levantó en volandas el recuerdo de quien fue llamado “la voz de los sin voz” diciendo: “Él dijo que la Iglesia tenía una opción preferencial para los pobres”. Unas semanas después, el Gobierno salvadoreño reconoció oficialmente la responsabilidad del Estado en el asesinato del arzobispo, nacido en 1917, y se comprometió ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a iniciar una investigación completa para “identificar, juzgar y sancionar” a los autores.
Nada más ser elegido Papa, Jorge Mario Bergoglio dijo: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. Hace más de tres décadas, monseñor Romero ya decía: “La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres”. Su decisión no hace más que darle coherencia a su papado y esperanza a quienes todavía siguen luchando por la justicia social en América Latina.