Sin palabras, solo convocar Cadena de Oración por las almas de los que marcharon, por sus familias y por los heridos para su sanación.
Dolor, Dolor, Dolor
NND, +Anselmo de Crespi
77 muertos al descarrilar un tren Alvia a casi 200 por hora en Santiago
Las primeras investigaciones achacan el accidente a un exceso de velocidad y se estima que la cifra de heridos ronde los 120
Miguel Muñiz
Primeras asistencias junto a los vagones siniestrados
El talud adyacente a la herrumbre y al humo va acumulando cuerpos. Llantos y mantas de cuadros, heridos leves caminando confusos tras su rescate, policías, bomberos, psicólogos, autoridades... Sangre y lágrimas en un escenario agobiado por sirenas y helicópteros. «Es horrible», acierta a decir la primera fuente cuyo teléfono no comunica.
De la boca siniestra del vagón número seis, todavía humeante llegaban una a una las peores noticias del mayor accidente de la historia de Galicia. Todos muertos. No era el único vagón con malas noticias.
Tan solo quedaban seis kilómetros para que el Alvia que cubre la distancia entre Madrid y Ferrol alcanzase el andén de la estación de Santiago de Compostela. El último de los tramos de curvas que separa las 6 horas de un trayecto en el que el tren, capaz de alcanzar los 350 kilómetros en las vías ya concluidas, tiene instrucciones de reducir hasta 80 kilómetros por hora su velocidad, iba a pasar a la historia negra de España.
El tren entraba a una velocidad cercana a los 200 kilómetros hora, según las primeras hipótesis. En el momento del siniestro, el tren llevaba cinco minutos de retraso. El vagón número seis no soportó la velocidad, perdió contacto con los raíles y saltó literalmente por los aires superando el talud de cinco metros de altura al borde de la vía. Un testigo apuraba las últimas briznas de luz a escasos metros del palco de música con el que impactó el vagón, los vecinos no tardaron en prestar su ayuda. El accidente, se vió pronto, era una tragedia sin precedentes. La violencia de la inercia se llevó consigo al resto de vagones, que quedaron desperdigados en un dantesco escenario de herrumbre y cristales. Máquina y dos vagones por un lado: el tres y el cuatro a diez metros. Los dos siguientes, lejos, uno de ellos todavía en llamas cuando comenzaron a llegar los equipos de emergencia.
Los primeros en llegar, los bomberos, Jaime Tizón, uno de los primeros efectivos en abordar la tragedia, lo describió como «un infierno», dijo agotado tras «excarcelar a vivos y muertos». «Vengo del infierno», contó a ABC «no sabría decirte si lo que ardía era la máquina trasera o un vagón o...».
Las sirenas que resonaban en cada piedra de la ciudad, los helicópteros sobrevolando Santiago, no eran lo único que parecía sembrar el caos en una ciudad que se disponía a celebrar sus fiestas patronales. El tráfico quedó colapsado. Como en otras tragedias de nefasto recuerdo, los hospitales también. Los ciudadanos corrieron a donar su sangre, a ayudar.
Los cuerpos que se iban acumulando junto a la herrumbre comenzaron a trasladarse al pabellón Multiusos del Sar, centro de operaciones donde se repetían las escenas de angustia y de dolor. Desmayos en la puerta, teléfonos móviles y llantos iban inundando la puerta principal. Las cifras oficiales comenzaron a trascender. Nadie quiso ser el primero en emitir un balance. Fuentes hospitalarias y policiales hablan de hasta 77 víctimas. «¡Dios mío!», exclamó el delegado del Gobierno acompañado por el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, y la ministra de Fomento, Ana Pastor.
Interior se apresuró a informar de que se descartaba el atentado como causa del siniestro. Entre los 247 pasajeros se contaron al menos 120 heridos. Nadie quiso confirmar las decenas de muertos. Y en medio de las cifras, todavía más confusión. Las autoridades no alcanzaron a dar una versión oficial, el delegado del Gobierno, Samuel Juárez, dijo compungido: «No se descarta ninguna hipótesis».
Los vecinos, guarecidos en sus casas la mayor parte y movilizados para dar ayuda la otra, agotaron las fuentes de información. Escasas, confusas, crecientes. No habrá ofrenda al Apóstol, no habrá celebración del Día de Galicia. La noche se hizo eterna en el pabellón Fontes do Sar.
«Un horror, ha sido un auténtico infierno», dijeron a ABC policía y bomberos
Galicia despierta en su día completamente vestida de luto.