Hoy se cumplen seis años del criminal atentado de los trenes en Madrid. Atentado cruel y sin sentido, atentado contra el Pueblo, con mayúsculas, porque no fue solo el pueblo de Madrid quien sufrió la metralla asesina y yihadista; en Madrid se mezclan las culturas, los pueblos, las tradiciones y las religiones. Madrid es un abrazo de acogida, una adopción sin fisuras, y contra ese Pueblo de mil sangres trabajadoras fueron las bombas alentadas desde clandestinas mezquitas, no contra quien ordenó la guerra, sino contra quien la rechazaba, los madrugadores trabajadores, los aplicados estudiantes, la masa que debajo de la corteza del poder sufre siempre las consecuencias del panadero que aviva el horno sin sentido.
Que mejores palabras para plasmar la respuesta de los madrileños, de esos madrileños por cuyas venas corren las sangres de mil pueblos, de mil regiones, de mil paises, que las palabras de Miguel Hernández cuando dijo aquello de "Vientos del Pueblo me llevan..."
Las lágrimas madrileñas fortalecieron la cívica respuesta que sacó a millones de personas en toda España acompañando en el dolor y en el llanto a aquellos que viajaban en esos trenes de muerte y que ahora recordamos, con la cabeza alta, no olvidando, ni a quienes se marcharon en busca de "otros Madrid eternos" ni a quienes, asesinos, ordenaron la matanza.
Descansen en paz los primeros y no permita Nuestro Señor que los segundos la encuentren mientras no paguen la sangre derramada.
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.