La fiebre medieval nos rodea. Series, videojuegos y novelas históricas han desempolvado la época medieval. Pero, ¿existió esta edad media que tenemos en nuestras retinas o es una mezcla de ficción y realidad?
Europa fue una vez una tierra de inmensos bosques vírgenes, portentosos castillos en cumbres escarpadas o catedrales de afilados pináculos que desafiaban al cielo, pero también de guerras y enfrentamientos crueles, de una fe ciega y oscura y de abusos por parte de unos poderosos egocéntricos y desalmados. Y lo sabemos muy bien porque lo vemos en películas o exitosas series de televisión, la novela histórica medieval es la más vendida, existen series de videojuegos con legiones de seguidores y, además, participamos en recreaciones, mercadillos medievales o visitas guiadas por los restos de una época que está más cerca que nunca.
Desde la ficción medieval y grosera de Juego de tronos a la adaptación televisiva de Los pilares de la Tierra –que sigue siendo líder en las librerías–, pasando por el videojuego Assassin’s creed... la edad media está de moda. ¿Por qué nos gusta tanto? “Para los europeos, la edad media es su western, y por tanto el espacio temporal donde remitimos nuestras leyendas y obsesiones, como el cine de Hollywood las proyectó en el Salvaje Oeste”, explica José Enrique Ruiz-Domènec, catedrático de Historia Medieval en la Universitat Autònoma de Barcelona y colaborador de varias publicaciones especializadas. No sólo eso, sino que “seguimos viviendo en la edad media”, como dice cada vez que tiene ocasión Jacques Le Goff, uno de los más brillantes expertos en el medievo. La ciudad, la universidad, nuestro concepto de búsqueda del conocimiento, nuestra vida cotidiana: todo esto nació en la edad media.
Y sin embargo, la edad media que tenemos en la mente nunca existió. Tendemos a creer, por influencia del cine y la literatura, que el medievo sólo fue una época oscura de barbarie, ignorancia y superstición, mazmorras, enfermedades y suciedad. Si sumamos intrigas palaciegas y adulterio, obtenemos el cóctel perfecto para ambientar cualquier historia de ficción. La edad media tuvo, por supuesto, todas esas características, pero no sólo. El romanticismo del siglo XIX convirtió el pasado medieval en un éxito social, porque sus protagonistas y sus doncellas huidizas quedaban mejor entre sombríos castillos cubiertos de maleza. Pero la historiografía moderna ha puesto muchos esfuerzos en desmitificar la pretendida noche de mil años opuesta al Renacimiento, edad brillante y humanista.
Emplazamientos más o menos fantásticos como Kingsbridge, Camelot o el bosque de Sherwood forman parte de nuestra memoria cultural. También la Tierra Media: J. R. R. Tolkien situó sus historias en un ambiente que debe mucho a la mitología nórdica y anglosajona del temprano medievo. Tanto El señor de los anillos como próximamente El hobbit (2012) han recuperado para el cine el universo fantástico-medieval tolkieniano.
Ildefonso Falcones, autor de La catedral del mar (traducida a quince idiomas y con dos millones de ejemplares vendidos), ambientada en la Barcelona del siglo XIV, explica que “escribir sobre épocas pasadas es muy complicado, pero el abanico de posibilidades de crear es inmenso”. La novela histórica encabeza la lista de preferencias de los españoles: un 33% asegura que el último libro comprado fue precisamente novela histórica (Encuesta sobre hábitos de lectura, 2010), quince puntos por encima de las novelas de acción y las de misterio. El rey de las librerías es Ken Follett: Los pilares de la Tierra lleva dos décadas encabezando la lista de los libros más leídos en España según el barómetro de la Federación de Editores. Con catorce millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, ha sido recientemente adaptada a una miniserie en la que el propio Follett aparecía como comerciante. La continuación de la historia, Un mundo sin fin, publicada en 2006, ya lleva vendidos seis millones de ejemplares, y cierra el top 5 de los libros más leídos por los españoles. “Al lector le gustan porque tienen la sensación de estar aprendiendo y descubriendo la época”, subraya Ana Liarás, responsable de las colecciones de novela histórica en Grijalbo. Otro título fundamental es El nombre de la rosa, la primera gran novela del semiólogo y ensayista Umberto Eco. La intriga monástica dio pie a una película, dirigida por Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery en la piel del astuto monje Guillermo de Baskerville. Treinta años después de su publicación, Eco acaba de publicar en Italia (5 octubre) una nueva versión aligerada de su novela con el fin de acercarla a los nuevos lectores, menos pacientes, en su opinión, con el denso lenguaje y las complejidades filosóficas que incluye la edición original. Falcones justifica así el gran éxito de estas novelas: “La gente se refugia en las novelas porque está hastiada de la realidad. Y cuando más te alejas en el tiempo, mejor. Lo trascendental de la edad media es la gran diferencia de clases y la impunidad de los privilegiados. Ahora también hay injusticias, pero intentamos remediarlas. Los medievales las asumían como algo natural… Por otra parte, es la época que más podemos vivir, porque tenemos los vestigios en la calle, podemos tocar las piedras y disfrutarlas”. Dense una vuelta por Barcelona y lo comprobarán, y no sólo en el barrio gótico: es una de las capitales europeas con más edificios neogóticos y neorrománicos.
Cine y televisión Hollywood tiene un poder inmenso para depositar imágenes en la imaginación colectiva. El primer Robin Hood que la fábrica de sueños puso en las retinas de los espectadores data de 1907. Desde entonces, en su piel se han metido Douglas Fairbanks, Errol Flynn, Sean Connery, Kevin Costner y, el último, Russell Crowe, el año pasado. El rey Arturo, pero también otros héroes reales como Juana de Arco, Ricardo Corazón de León o El Cid han acaparado también miles de fotogramas tanto en la pequeña como en la gran pantalla.
Las edades medias a las que estamos acostumbrados son una mezcla de muchas cosas. Ruiz-Domènec explica cómo la mayoría de las batallas de la ficción conllevan elementos espectaculares –como bolas de fuego o multitudes aplastantes de soldados– que nunca se dieron, e incluyen armas e indumentarias militares de los siglos XV y XVI, es decir, posmedievales. “Nos hemos pasado la vida pensando que en la época medieval sólo hubo guerras, pero la verdad es que en la Guerra de los Cien Años, por ejemplo, que en realidad duró 150, tan sólo hubo tres batallas, una cada medio siglo”. La razón de los anacronismos, apunta Ruiz-Domènec, es que tenemos un conocimiento muy exhaustivo de los vestidos y las costumbres a partir del siglo XV, pero no tanto de los siglos anteriores. “Sabemos perfectamente como iba alguien vestido en 1480, pero en el año 1100 es más complicado”. Los diseños usados en la producción de las películas se rentabilizan después a través del merchadising: sólo las espadas, joyas y otros elementos de El señor de los anillos han reportado más de mil millones de dólares.
Un ejemplo perfecto de la mezcla de realidad, fantasía y anacronismos es Juego de tronos, la gran revelación de la cadena estadounidense HBO, con grandes audiencias y excelentes críticas. Basada en la saga literaria de George R. R. Martin Canción de hielo y fuego, se concibió como “Los Soprano en la edad media”, en palabras del productor ejecutivo David Benioff. Pero es una fantasía muy sutil. “La fantasía es muy accidental, con un tono muy adulto. Olvidas que es una serie fantástica cuando la estás viendo, y eso es lo que nos gusta”, explican en HBO. El rodaje de la segunda temporada ha comenzado este mismo verano en Belfast (Irlanda del Norte), pero no se estrenará en Estados Unidos hasta abril de 2012 –en España habrá que esperar un poco más–. Los libros también son un fenómeno en toda regla: los cuatro volúmenes publicados hasta ahora han llegado ya a más de quince millones de lectores, y eso que Martin todavía está escribiendo dos más.
“Juego de tronos es la serie más exquisitamente medieval de lo que se ha hecho hasta ahora tanto en diálogos como en ambientación y se ha convertido en un modelo para nosotros”, revela Javier Olivares, guionista y director argumental de una nueva serie que prepara TVE sobre Isabel I de Castilla. El éxito de audiencias de series de época como Águila roja (aunque ambientada más tarde, en el siglo XVII) ha propiciado que la cadena pública intente paliar el déficit de ficción histórica televisiva que ha habido hasta ahora en España. “Series de fuera como Los Tudor han tenido una acogida tremenda, pero nosotros tenemos un material que es tan digno o más: Isabel fue la única mujer de su época capaz de imponer su opinión y su autoridad”, señala Olivares. Para la serie, que se está rodando actualmente bajo las órdenes de Jordi Frades y que se emitirá a comienzos del año que viene, se han cuidado al máximo los detalles históricos –“el 90% de los hechos son verídicos y documentados”– aunque se han adaptado al lenguaje televisivo moderno, y se ha evitado el cartón-piedra. Antena 3 también prepara serie medieval para 2012: Toledo.
Fue precisamente Isabel I quien estableció una de las instituciones en las que pensamos más rápidamente al hablar del medievo: la Inquisición (fundada primero, por cierto, en la Corona de Aragón). “En toda la edad media no se quemaron más de treinta o cuarenta personas, la auténtica quema de brujas no comienza hasta el siglo XVII”, asegura José Enrique Ruiz-Domènec. El baile de fechas y anacronismos tiene que ver, en parte, con que ni el inicio ni el final de la edad media ponen de acuerdo a los historiadores. En los libros de texto se data el comienzo de la época medieval inmediatamente después de la caída de Roma (año 476) y se propone como fin la caída de Constantinopla en 1453 o el descubrimiento de América en 1492. Pero algunos lo retrasan hasta la Reforma protestante en 1517. Los Tudor, sobre la vida de Enrique VIII –un monarca, por cierto, también muy cinematográfico–, se puede incluir justo en este fin de época. Para los que se lo imaginaban como el fornido antipático de las pinturas de Hans Holbein el Joven, la elección de Jonathan Rhys-Meyers como protagonista pudo sorprender: “blandito” o “demasiado guapo” según la crítica. Los historiadores salieron al paso: Enrique fue apuesto, elegante, alto y lampiño, igual que Rhys-Meyers. Aunque tras caerse en un torneo, comenzó a comer en exceso, y sumado a sus enfermedades (gota, escorbuto, sífilis…), se convirtió en el hombre obeso y monstruoso que retrató Holbein.
De la tele al ordenador y la consola. Fue quizás Age of empires II: the age of kings, el primer videojuego de prestigio que permitió al usuario construir una ciudad amurallada y batallar en las Cruzadas o junto a Juana de Arco. Luego vinieron otros muchos títulos como Stronghold, Medieval total war… hasta incluso Los Sims medieval y el exitoso Asssasin’s creed, cuya cuarta entrega sale próximamente a la venta. Hasta Zynga, creadora de FarmVille, se apuntará próximamente al carro con su CastleVille.
Catedrales, guerras, quema de brujas… las imágenes de nuestra edad media mental no se acaban aquí. Los templarios y los cátaros reaparecen de manera recurrente. “El medievalismo puede muchas veces con la edad media”, concluye Ruiz-Domènec. Pero aunque la fiebre medieval nos nuble, también ha conducido a un mayor interés por ensayos y obras de divulgación rigurosas, como las de Jacques Le Goff, que ha dedicado miles de páginas a desmitificar el medievo y también a reivindicar la gran herencia que nos dejó. Porque seguimos siendo, en el fondo, medievales.
@Menos de la fotografía, Sergio Daniel Bote / La Vanguardia.com