La cruzada de los pobres
Tras el llamamiento del papa para recuperar Tierra Santa, miles de campesinos y gentes humildes partieron hacia Jerusalén con la esperanza de una nueva oportunidad.
El predicador Pedro 'el Ermitaño' dirigió una desorganizada hueste de 30.000 hombres que sembró el terror a su paso antes de ser masacrada por las tropas musulmanas
Pintura en la que Pedro el Ermitaño alienta a sus huestes en la cruzada de los pobres./ rc
“Dios lo quiere”. Con este grito el papa Urbano II convocó la primera cruzada el 27 de noviembre de 1095. Bajo ese lema los reyes y la nobleza europea unieron sus fuerzas para encabezar un ejército de miles de hombres dispuesto a recuperar Tierra Santa para la cristiandad. Sin embargo, antes de que la primera cruzada se pusiera en marcha, otra expedición tan numerosa como indisciplinada partió hacia Jerusalén. No estaba dirigida por monarcas, marqueses, condes u otras casas señoriales, sino por fanáticos religiosos y falsos profetas como Pedro 'el Ermitaño'. Sus tropas no eran soldados, ni caballeros con buenas armaduras, sino campesinos y gente humilde de los estratos sociales más bajos que vivían en la más absoluta miseria y que veían en la conquista de los Santos Lugares una nueva oportunidad para empezar y redimirse de sus pecados. Era "la cruzada de los pobres".
A finales del siglo XI los turcos selyúcidas dominaban todo Oriente Próximo, incluido Jerusalén, y hostigaban al debilitado imperio bizantino, que pidió ayuda a Occidente. Sin embargo, los reinos europeos estaban ocupados batallando en guerras internas, fratricidas y otras intrigas palaciegas. Ante tal panorama, el papa Urbano II convocó el concilio de Clermont. Allí hizo un llamamiento para que los distintos reinos unieran su fuerzas en defensa del cristianismo contra un enemigo común.
El mensaje caló no sólo en los nobles, que vieron una oportunidad para ampliar sus dominios y su fama, sino en la gente más pobre y desesperada por un nuevo comienzo. Con este caldo de cultivo, predicadores como Pedro 'el Ermitaño', aprovecharon esa fiebre religiosa para crear su propia cruzada. Este religioso francés, nacido en Amiens y que había transmitido con vehemencia 'la palabra de Dios' por el país galo y Alemania, reunió un contingente de hasta 40.000 personas para su alocada campaña.
El grueso de esta expedición atravesó Francia y Alemania entre numerosos altercados. Nada disciplinados, saqueaban las aldeas por las que pasaban para conseguir víveres y provisiones sembrando el terror, sobre todo, entre la comunidad hebrea. Sin embargo, los mayores estragos los cometieron a su paso por Hungría. A sus tradicionales trifulcas y robos de ganado para alimentarse durante el trayecto, se unieron las matanzas de judíos, a quienes acusaban de colaborar con los musulmanes. Los disturbios llegaron a tal extremo, que el rey de Hungría, Coloman, que en un principio aceptó proporcionarles una escolta, tuvo que combatirles hasta expulsarles de su territorio.
Desembarco y hecatombe.
Las rapiñas, los enfrentamientos con otros ejércitos, y todo tipo de excesos, menguaron las huestes de 'El Ermitaño' hasta perder 10.000 hombres por el camino antes de llegar a Constantinopla. Una vez en la capital bizantina, el emperador Alejo I sugirió a Pedro de Amiens esperar a los verdaderos ejércitos cruzados, mucho más dotados militarmente. Sin embargo, el líder religioso no estaba dispuesto a perder tiempo. Ellos debían ser los primeros. Dios estaba de su lado, 'Deus vult'. Alejo,viendo la resolución de esos fanáticos y para evitar que los incipientes problemas entre los recién llegados y su población fuesen a más, facilitó barcos para que 30.000 hombres atravesaran el Bósforo y desembarcaran en los dominios turcos.
Sin embargo, el entusiasmo y la fe de estos primeros cruzados pronto se vio insuficiente frente a la disciplina y entrenamiento militar de las tropas selyúcidas. En octubre de 1096, cerca de Nicea, las tropas de Pedro 'el Ermitaño' fueron derrotadas y masacradas por los musulmanes. Fallecieron la práctica totalidad de los expedicionarios. Entre los escasos supervivientes se encontraba El Ermitaño, que regresó a Constantinopla y, ahora sí, esperó la llegada de la cruzada de los príncipes, la denominada primera cruzada. Se enroló como capellán de estos ejércitos mejor preparados y dirigidos por la nobleza europea. Estas huestes lograron su objetivo de conquistar Jerusalén en 1099, además de otras plazas como Antioquía, Trípoli o Acre. Los nobles vencedores se repartieron su botín y constituyeron sus propios reinos. La primera cruzada había terminado. Aún quedarían otras siete, ninguna de las cuales sería favorable a los intereses cristianos.
@Menos del título del post, DAVID VALERA, (Madrid)/El Diario Montañés.es