Años saliendo en Semana Santa portando el paso de Nuestro Señor, +Hermanos y +Hermans a una, sin diferencias, soportando sobre sus hombros los pesados pasos donde se muestran por la localidad la Pasión y el Sufrimiento de Nuestro Señor, nada comparable al nuestro, nuestro dolor en los hombros, en la espalda, ese dolor que recorre la columna y que en ocasiones te deja clavado, como si al transcurrir las horas de procesión el sufrimiento del Maestro se fuera multiplicando haciendo que el paso pese cada vez más.
Pero alegría de compartir con Él parte, una parte nsignificante y mínima de ese dolor mortal que el recibió para redimirnos. Un cansancio atroz, dolores y contracturas, pero alegría, salimos y entramos con Nuestro Señor, lo devolvimos a su casa y toda la ciudad pudo verlo. Al final caras sonrientes pese al sufrimiento, satisfechas.
Señores, SILENCIO, se acercan los Templarios llevando al Cristo por las calles oscuras de la ciudad. Señores, SILENCIO, ya viene el paso, se acerca Jesús, el Maestro, y bajo Él Mantos Blancos soportando el peso, sufriendo.
Señores, SILENCIO, penitentes Templarios ofreciendo su sacrificio a Aquel que dió su vida por nosotros. Señores, SILENCIO, el Temple está en la calle con su Señor. Respeto, silencio, sacrificio, pasión.
¿Quién es aquel Caballero
herido por tantas partes,
que está de expirar tan cerca,
y no le socorre nadie?
«Jesús Nazareno» dice
aquel rétulo notable.
¡Ay Dios, que tan dulce nombre
no promete muerte infame!
Después del nombre y la patria,
Rey dice más adelante,
pues si es rey, ¿cuándo de espinas
han usado coronarse?
Dos cetros tiene en las manos,
mas nunca he visto que claven
a los reyes en los cetros
los vasallos desleales.
Unos dicen que si es Rey,
de la cruz descienda y baje;
y otros, que salvando a muchos,
a sí no puede salvarse.
De luto se cubre el cielo,
y el sol de sangriento esmalte,
o padece Dios, o el mundo
se disuelve y se deshace.
Al pie de la cruz, María
está en dolor constante,
mirando al Sol que se pone
entre arreboles de sangre.
Con ella su amado primo
haciendo sus ojos mares,
Cristo los pone en los dos,
más tierno porque se parte.
¡Oh lo que sienten los tres!
Juan, como primo y amante,
como madre la de Dios,
y lo que Dios, Dios lo sabe.
Alma, mirad cómo Cristo,
para partirse a su Padre,
viendo que a su Madre deja,
le dice palabras tales:
Mujer, ves ahí a tu hijo
y a Juan: Ves ahí tu Madre.
Juan queda en lugar de Cristo,
¡ay Dios, qué favor tan grande!
Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
Sed tengo, dijo, que tiene
sed de que el hombre se salve.
Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
en una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.
¿En la boca de Jesús
pones hiel?, hombre, ¿qué haces?
Mira que por ese cielo
de Dios las palabras salen.
Advierte que en ella puso
con sus pechos virginales
una ave su blanca leche
a cuya dulzura sabe.
Alma, sus labios divinos,
cuando vamos a rogarle,
¿cómo con vinagre y hiel
darán respuesta süave?
Llegad a la Virgen bella,
y decirle con el ángel:
«Ave, quitad su amargura,
pues que de gracia sois Ave».
Sepa al vientre el fruto santo,
y a la dulce palma el dátil;
si tiene el alma a la puerta
no tengan hiel los umbrales.
Y si dais leche a Bernardo,
porque de madre os alabe,
mejor Jesús la merece,
pues Madre de Dios os hace.
Dulcísimo Cristo mío,
aunque esos labios se bañen
en hiel de mis graves culpas,
Dios sois, como Dios habladme.
Habladme, dulce Jesús,
antes que la lengua os falte,
no os desciendan de la cruz
sin hablarme y perdonarme.
(Felix Lope de Vega y Carpio)