Lean, no tiene desperdicio.
El exorcista hace las Américas
Por José Manuel Vidal
RD
Domingo, 30 de noviembre 2008
Alta, guapa y con ángel televisivo, Nubia Víquez es la cara más cotizada de la televisión costarricense. Una mujer con carisma y con olfato periodístico. Quizás por eso, hace unas semanas quiso cerrar su telediario del Canal 6, el de máxima audiencia en Costa Rica, entrevistando al padre José Antonio Fortea. Y quedó impresionada por la figura del cura español. Alto, con su larga sotana blanca a lo monje y sus sandalias todoterreno, el sacerdote impone. Además, da bien en cámara y responde sin inmutarse. Tiene tablas. La periodista está segura de haber alcanzado máximos de audiencia con su entrevista. Pero, amén del éxito profesional, siente algo más.
Y sin saber muy bien por qué, terminada la entrevista, allí mismo en el plató, delante de las cámaras, Nubia pide al exorcista que la bendiga. Solícito, el padre Fortea le impone las manos y la periodista queda arrobada. Como en éxtasis. Sólo sus ojos se humedecen, como si una fuente de llanto pacífico tratase de brotar desde lo más hondo de su corazón. Todos sus compañeros se apuntan a la bendición. Desde los cámaras a los técnicos y también los periodistas. Hasta la propia dueña de la empresa y su junta directiva. Todos quieren tocar al sacerdote y recibir su bendición. Unos lloran, otros dicen que sienten «un calor especial», al contacto con sus manos. Todos quedan reconfortados y con caras de haber visto a un ángel.
La escena del Canal 6 se repite por donde quiera que pasa el padre Fortea. La gente le para por la calle o en los restaurantes. Hasta los policías se acercan y le piden su bendición. Incluso en la aduana, antes de facturar el equipaje. Algo parecido había pasado unos días antes en México D.F. Y es que José Antonio Fortea es un auténtico fenómeno social, mediático y religioso por estos pagos. Crónica le ha acompañado en un viaje de ocho días a México y a Costa Rica y ha asistido, en vivo y en directo, a su consagración como gran predicador, sanador y exorcista.
La gira americana del padre Fortea comenzó en México D.F. Aquí, el exorcista español es un reconocido predicador, amén de una estrella literaria consagrada. Sus libros se venden como rosquillas. De hecho, la portada de alguno de ellos luce en las furgonetas de reparto de las librerías religiosas de los Legionarios de Cristo, que son precisamente los que organizaron su estancia mexicana. Con muchas conferencias en iglesias, teatros y universidades, siempre abarrotados. En la parroquia de Nuestra Señora de Chestochowa de los agustinos recoletos, por ejemplo, el lleno es total. Unas 700 personas y muchos jóvenes. Dos horas de conferencia con preguntas. Fortea habla con su calma habitual. De Dios, sobre todo, y algo del diablo. Y como dice el padre Daniel Gagnon, uno de los sacerdotes asistentes, «sin buscar el morbo ni hacer publicidad al diablo».
A la salida, una madre y su hija lo abordan. Con sólo mirar a la chica se da cuenta de que algo le pasa. Se retiran a un despacho y se escuchan unos alaridos tremendos. Estaba poseída y en dos sesiones la libera. Pero no siempre es tan fácil. En todas las conferencias le preguntan por el caso de Marta -el de una chica poseída cuyo exorcismo presenció y relató en exclusiva Crónica el 22 de septiembre de 2002-. «No ha terminado todavía».¿La razón? «Este tipo de posesión no se cura. Incluso va a peor.Es una participación en la pasión de Cristo y en el misterio de la cruz»..
«SUMMA DEMONIACA»
Entre conferencia y conferencia, Fortea se interesa por la marcha de sus libros. Su Summa Demoniaca ha vendido más ejemplares que El Código Da Vinci. Incluso sus novelas, como Memorias del último Gran Maestre Templario, se venden muy bien. Cuando los directivos de la editorial se lo comentan, sonríe agradecido y se alegra como un niño. No en vano, su gran ilusión sería convertirse «en el Umberto Eco de la literatura católica». Y sigue escribiendo.En España, acaba de publicar Memorias de un exorcista (Martínez Roca).
Tras calentar motores en México, viajamos a Costa Rica. Nada más aterrizar, nos reciben los organizadores de los eventos costarricenses: Adriano, Ronnie y Javier. Y nos enseñan los periódicos del día.Con titulares llamativos a cuatro columnas: «Llega el azote del diablo» o «Nos visita el famoso exorcista español padre Fortea».
Alertado por la prensa, nos recibe, muy amable, el vicario general de la archidiócesis de San José, Guido Villalta. Tras la bendición eclesiástica, la inmersión mediática y socio-religiosa. Con dos eventos. Uno en San Ramón, a unos 50 kilómetros de la capital, en un polideportivo abarrotado con más de 3.000 personas.
El otro en el polideportivo de San José, con capacidad para más de 4.000. Aquí la religión es un valor que se mima y se exhibe.Hay sed de Dios. La gente comienza a llegar al polideportivo a las ocho de la mañana. Los predicadores teloneros calientan el ambiente. El escenario está adornado con banderas, colgantes y un póster gigante del padre Fortea. A las 11 horas, entra el exorcista y el pabellón se viene abajo. La conferencia con preguntas dura más de dos horas. Una pausa para comer y la misa por la tarde, larga y reposada. 3.000 BENDICIONES Y tras la misa, llega el momento que más esperan: la imposición de manos. Fortea nunca dice que no, a pesar de las más de 3.000 personas haciendo cola para ser bendecidas. El servicio de orden -que porta camisetas blancas con la foto del padre Fortea- se tiene que emplear a fondo. Muchos de los bendecidos se caen al suelo, desmayados. Cuatro miembros del servicio de orden, los más cachas, están ya colocados por detrás de la gente, para depositarla suavemente en el suelo. Allí quedan los bendecidos durante dos, cinco o incluso 10 minutos. Es lo que llaman «el descanso del Espíritu». De hecho, se levantan felices. Como si hubiesen visto al mismo Dios. Estallan los alaridos.
Una mujer joven se retuerce, chilla y patalea para acercarse al padre. El servicio de orden la coge y la lleva a la capilla instalada en una sala del auditorio.Parece poseída. Fortea reza por ella y lo corrobora: «Tienen que buscar a un sacerdote que siga exorcizándola». En cambio, sí consigue extirparle el espíritu de un difunto que lleva más de cinco años alojado en el cuerpo de esta joven madre mulata. Me acerco a ella, porque dicen que el difunto que la posee habla portugués, y le pregunto, medio en portugués medio en gallego, quién es. «Soy Isaac». ¿De dónde eres? «De Portugal». ¿Qué te pasó? «Me suicidé a los 17 años». Marcia, que así se llama la chica, no sabe una palabra de portugués, pero lo habla perfectamente.Llega el padre Fortea y reza por ella unos minutos. De pronto, Marcia se levanta, alegre y liberada. Y se abraza, llorando de alegría, a su marido y a su madre. «Efectivamente, era una influencia», me dice el padre. «Está claro que el padre Fortea tiene dones. El de la liberación de espíritus, por supuesto. Y el de la sanación, también», dice Ronnie Cruz, uno de los organizadores.
Una mujer joven se retuerce, chilla y patalea para acercarse al padre. El servicio de orden la coge y la lleva a la capilla instalada en una sala del auditorio.Parece poseída. Fortea reza por ella y lo corrobora: «Tienen que buscar a un sacerdote que siga exorcizándola». En cambio, sí consigue extirparle el espíritu de un difunto que lleva más de cinco años alojado en el cuerpo de esta joven madre mulata. Me acerco a ella, porque dicen que el difunto que la posee habla portugués, y le pregunto, medio en portugués medio en gallego, quién es. «Soy Isaac». ¿De dónde eres? «De Portugal». ¿Qué te pasó? «Me suicidé a los 17 años». Marcia, que así se llama la chica, no sabe una palabra de portugués, pero lo habla perfectamente.Llega el padre Fortea y reza por ella unos minutos. De pronto, Marcia se levanta, alegre y liberada. Y se abraza, llorando de alegría, a su marido y a su madre. «Efectivamente, era una influencia», me dice el padre. «Está claro que el padre Fortea tiene dones. El de la liberación de espíritus, por supuesto. Y el de la sanación, también», dice Ronnie Cruz, uno de los organizadores.
En Latinoamérica lo saben. Le llueven las peticiones. Es ya un fenómeno social. En España, en cambio, se le niegan el pan y la sal. Pero él no se inmuta.Y, cuando sus ocupaciones de párroco se lo permiten, se va a hacer las Américas. Su lema es «el honor de Dios». Y la «obediencia ciega» a sus superiores, el «mejor antídoto contra las acechanzas del Maligno».