Para disfrutar de una Semana Santa que sea santa conviene retirarse, mantenerse al margen de tentaciones urbanas. En ese caso es probable que no exista mejor opción que una ruta campestre por la Francia profunda, a dos pasos de la frontera y con la primavera a la vuelta de la esquina, empezando a dorar el paisaje.
Muros de 12 metros de alto y torres fortificadas que dominan la planicie del Larzac. Iglesias, ciudadelas medievales, artesanía... Y al final, una parada culinaria que incluye visita a las cavas del queso azul.
La ruta por los pueblos templarios, aunque fueran guerreros, tiene un punto tan beato que se corre el riesgo de acabar ingresando en un monasterio. Si lo que se pretende es desconectar, es el lugar ideal. El paisaje está atravesado por caminos sin cobertura. Temperamento rural, paisaje interior, un montón de senderos para pasear y opciones de perderse en la enormidad incondicional de la meseta del Larzac.
Un poco de historia.
Los templarios eran una orden religiosa militar que extendió sus dominios por distintos pueblos de Europa. Su paso por estas tierras fue sonado. Las estridencias de las cruzadas, no obstante, dejaron en herencia su patrimonio cultural. Lo primero que destaca es la buena conservación del mismo. Algo a lo que Francia nos tiene acostumbrados: la unificación arquitectónica con el total respeto a la piedra original y la perfecta simbiosis entre patrimonio y entorno, así como la posibilidad de ir de un pueblo a otro a pie.
Los templarios eran una orden religiosa militar que extendió sus dominios por distintos pueblos de Europa. Su paso por estas tierras fue sonado. Las estridencias de las cruzadas, no obstante, dejaron en herencia su patrimonio cultural. Lo primero que destaca es la buena conservación del mismo. Algo a lo que Francia nos tiene acostumbrados: la unificación arquitectónica con el total respeto a la piedra original y la perfecta simbiosis entre patrimonio y entorno, así como la posibilidad de ir de un pueblo a otro a pie.
En el corazón de los llamados Grans Causses (Grandes Mesetas), los templarios se adueñaron de estas tierras en el siglo XII. Lo consiguieron gracias a donaciones de tierra hechas a su orden. La gente las cedía de buena gana: unos a cambio del cielo eterno, otros para mantener relaciones cordiales. Así fueron recaudando parcelas, bienes, derechos y estos pueblos que reciben al viajero en silencio, con total displicencia.
Resulta que era tanta la habilidad de los templarios con las cuentas que se dice que fueron los fundadores de la banca actual. Los caballeros sabían cuidarse, velaban por la Tierra Santa. Pusieron en marcha un sistema socioeconómico sin precedentes en la historia, y unas edificaciones cuyos vestigios observamos hoy como reliquias medievales. Para asegurar su defensa crearon las commanderies, por las que transcurre el "circuito del Larzac templario y hospitalario". Tras la supresión de la orden de los templarios, promovida y ejecutada por el papa Clemente V en 1312, las tierras fueron heredadas por los hospitalarios, otros monjes con espadas bajo los hábitos, que las administraron durante cinco siglos.
Sainte Eulalie de Cernon.
Aquí formaron los templarios su centro de operaciones en 1159. Visitar Sainte Eulalie es volver a la cuna templaria; de hecho, la llaman la madre de estos enclaves. Dentro del recinto trapezoidal en el que se halla el pueblo, las murallas conservan su altura original de entre 10 y 12 metros. Una vez franqueada la puerta de entrada en la fortificación, el viajero encontrará buenos ejemplos de arquitectura autóctona, envidiables casas de piedra y, sobre todo, la preciosa Place de la Fontaine. En ella está la iglesia de los Templarios, del siglo XII. Muy graciosa, pues su orientación quedó invertida y al final la entrada se tuvo que hacer por el ábside. La puerta es obra de Bernuy Villeneuve, igual que la fuente, y datan de 1648. Allí está el bar restaurante Chez Mimille, ideal para una parada técnica, y la Encomienda, residencia de los comendadores templarios y hospitalarios entre los siglos XIII y XV.
La Cavalerie.
Desde Sainte Eulalie, tomar la nacional 9, la carretera esencial del Larzac, para llegar a La Cavalerie, el pueblo más grande. Destacan las murallas del siglo XV. El viajero identificará enseguida La Cavalerie; notará el legado al observar presencia de cruces templarias en un exceso turístico del que se puede acabar pensando: ¿hacía falta? La fachada norte es la mejor conservada, flanqueada por dos torres.
También destaca la entrada principal. Al dar una vuelta por el interior de la muralla, el viajero descubre un cuadrilátero en el que subsisten tres de las torres circulares y una oficina de turismo muy activa cuyo objetivo es que usted salga de allí enganchado a una audioguía.
También destaca la entrada principal. Al dar una vuelta por el interior de la muralla, el viajero descubre un cuadrilátero en el que subsisten tres de las torres circulares y una oficina de turismo muy activa cuyo objetivo es que usted salga de allí enganchado a una audioguía.
La Couvertoirade.
Sin lugar a dudas se trata del pueblo estrella. De los cinco emplazamientos templarios es el más apartado. Es sorprendente y absorbente. Surge en mitad de un caos rocoso. Conviene visitarlo fuera de temporada, ajeno a los agobios de agosto. Es carne de turista. Recorriendo las callejuelas de esta commanderie, el viajero vive una ciudad de la Edad Media, fiel reflejo del poder económico de la orden, en la que sobresale la cantidad de propuestas comerciales.
Entre los muchos comercios (de vidrio soplado, de cuero, artesanos, venta de paraguas...) destaca el Café des Remparts, las exposiciones de cerámica en Terres d'Ici y una librería especializada de nombre perfecto: Le Temps Plié (El Tiempo Plegado). Atención al detalle oral: se pronuncia tamplié, como templier.
Para un café, nada como el acogedor Larzac. Pero para saborear la región, La Tour Valette, en cuya carta el viajero encontrará múltiples combinaciones con una variante común: tortilla al roquefort, mejillones al roquefort, pasta al roquefort... Es entonces cuando uno se pregunta: "Aunque no esté en la ruta templaria, ¿cuándo vamos a Roquefort?". Luego espera, que hay tiempo para todo. Conviene recordar que ésta es la región de José Bové, el Astérix antitransgénicos, que defiende la agricultura ecológica.
Entre los muchos comercios (de vidrio soplado, de cuero, artesanos, venta de paraguas...) destaca el Café des Remparts, las exposiciones de cerámica en Terres d'Ici y una librería especializada de nombre perfecto: Le Temps Plié (El Tiempo Plegado). Atención al detalle oral: se pronuncia tamplié, como templier.
Para un café, nada como el acogedor Larzac. Pero para saborear la región, La Tour Valette, en cuya carta el viajero encontrará múltiples combinaciones con una variante común: tortilla al roquefort, mejillones al roquefort, pasta al roquefort... Es entonces cuando uno se pregunta: "Aunque no esté en la ruta templaria, ¿cuándo vamos a Roquefort?". Luego espera, que hay tiempo para todo. Conviene recordar que ésta es la región de José Bové, el Astérix antitransgénicos, que defiende la agricultura ecológica.
Viala du Pas de Jaux.
Lo que llama la atención de Viala es la inmensa torre fortificada, de 27 metros. Albergaba la Residencia de los Caballeros de San Juan de Jerusalén. Cuando los hospitalarios tomaron posesión de los bienes de los templarios, después de 1312, construyeron, junto a la torre, este edificio residencial imponente. Desde lo alto se obtienen las mejores vistas del Causse. Es la torre más alta del Larzac, y su granero sirvió de refugio para combatientes de la guerra de los Cien Años.
Saint-Jean d'Alcas.
Se trata de una ciudadela medieval escueta. Hay una casa rural pegada a la iglesia, una interesante sala de exposiciones y La Grange aux Marnes, en la que se venden productos de la tierra. Lo más destacado de esta ciudadela adoquinada es la sala de justicia, una gran edificación desde donde la abadesa de Nonnenque administraba la región en el siglo XV. Llaman la atención los escudos grabados en piedra, las ventanas con celosía y otras, más sobrias, con el marco granítico.
Roquefort.
Al margen de la ruta templaria, pero en la misma piedra, excavaron sus caves (bodegas) los del pueblo de Roquefort. Cuenta la leyenda que un pastor tenía un trozo de queso y un mendrugo de pan en su morral. Los olvidó. Al cabo de unos días, el enmohecido pan transmitió sus bacterias al queso, y se ve que, como tenía hambre, lo probó. Le supo bueno, y ahora nos ponemos las botas usted y yo cada vez que vamos, y ellos haciendo caja en sus incontables fábricas de Roquefort. El queso, siempre de postre. A eso se le llama inventio.
@Eusebio Lahoz
@El Pais.com