No estamos a salvo. Los últimos ataques en Francia y Gran Bretaña a soldados uniformados en plena calle y a la luz del día ponen de manifiesto que el terror islamista puede golpear en cualquier momento. Y España, lejos de ser una excepción, es terreno abonado para el yihadismo salafista.
Todos los expertos consultados por este periódico coinciden en que episodios como el ocurrido en el barrio londinense de Woolrich y La Défense de París pueden reproducirse en España. El profesor de Relaciones Internacionales de la UNED Carlos Echeverría asegura que «todos somos objetivo, y afirmar lo contrario sería irresponsable». La invitación a cometer atentados similares es universal e incesante desde hace años, pero el temor al efecto contagio de los últimos y muy publicitados ataques de yihadistas es una realidad. En ese sentido, España resulta un escenario doblemente atractivo para los militantes del sector más radical del islamismo que deciden actuar en solitario. El profesor Echeverría recuerda que al menos dos de los últimos llamamientos del que fuera lugarteniente de Osama Ben Laden, Aiman al Zawahiri, instan directamente a golpear en Al-Andalus, cocretamente en Ceuta y Melilla.
«España tiene el añadido de que fue tierra del islam y que debe de ser recuperada de los invasores. Al-Aldalus es una mitificación para ellos, que todo lo ven en términos de blanco o negro», continúa este experto en salafismo. En su opinión, es muy difícil establecer el escenario concreto del siguiente golpe. Aventurarse a señalar un punto del mapa lo considera un riesgo porque «podría llevarnos a bajar la guardia en otras zonas en las que aparentemente no existe tanto peligro». No obstante, las últimas operaciones policiales otorgan pistas de dónde hay una mayor concentración de radicales por metro cuadrado. Y, sobre todo, de la ubicación de las mezquitas y oratorios regentados por los imanes más incendiarios, verdadero caldo de cultivo de esta «yihad individual». Por poner un ejemplo, al menos un 20 por ciento de los 40.000 musulmanes que tienen fijada su residencia en Cataluña son catalogados como seguidores de la corriente más extremista. Ciudades como Alicante, Murcia, Valencia o Madrid también aparecen en todas las quinielas. Sin embargo, Ceuta y Melilla ofrecen unas características diferenciadoras que hacen saltar aún mas las alarmas. En el último año, un total de nueve ceutíes habrían abandonado su casa para unirse a la yihad que se libra en Siria contra el régimen de Bachar al Asad.
El caso de Melilla merece una consideración especial. En una extensión de apenas doce metros cuadrados conviven cada día 4.500 hombres uniformados, la mayoría miembros del Ejército, con una población que no llega a los 90.000 habitantes, la mayoría de confesión musulmana. Según la Guardia Civil, el paisaje de Melilla hace temer un ataque semejante al de Londres. La radicalización de la ciudad se ve a simple vista. «Hace tres años apareció la primera mujer tapada de la cabeza a los pies, algo que nunca se había visto aquí. Ahora puede haber más de 70 burkas», asegura la citada fuente que prefiere no ser identificada. De igual forma, la chilaba corta con pantalón de chándal por debajo, las chanclas en los pies y las barbas cada vez más largas delatan a los salafistas que en Melilla denominan «pescadores» por su indumentaria. La proximidad a Marruecos ha traído elementos radicales declarados «non gratos» por el régimen de Mohamed VI que acaban predicando su ideología de odio en las tres mezquitas melillenses consideradas peligrosas. La misma fuente asegura que, pese a no haber recibido instrucciones al respecto, muchos como él extreman la seguridad por lo que pueda pasar.
Esbozar un perfil del terrorista potencial tampoco se antoja fácil. En esto también hay unanimidad entre los expertos: no hay un patrón fijo ni reglas. Los musulmanes que acaban atrapados por esta corriente extrema son de todo tipo. Jóvenes educados o sin formación, desarraigados o plenamente integrados. Muchas veces es un suceso sin importancia aparente lo que hace saltar la chispa y les impulsa a emular a sus correligionarios. Este terrorismo de nuevo cuño en el que apenas hace falta un objeto punzante y aguardar la ocasión adecuada, resulta mucho más difícil de perseguir por parte de las fuerzas de seguridad. Se trata de un salto cualitativo del terror que puede acechar agazapado en cualquier esquina de cualquier ciudad.
El caso de Melilla merece una consideración especial. En una extensión de apenas doce metros cuadrados conviven cada día 4.500 hombres uniformados, la mayoría miembros del Ejército, con una población que no llega a los 90.000 habitantes, la mayoría de confesión musulmana. Según la Guardia Civil, el paisaje de Melilla hace temer un ataque semejante al de Londres. La radicalización de la ciudad se ve a simple vista. «Hace tres años apareció la primera mujer tapada de la cabeza a los pies, algo que nunca se había visto aquí. Ahora puede haber más de 70 burkas», asegura la citada fuente que prefiere no ser identificada. De igual forma, la chilaba corta con pantalón de chándal por debajo, las chanclas en los pies y las barbas cada vez más largas delatan a los salafistas que en Melilla denominan «pescadores» por su indumentaria. La proximidad a Marruecos ha traído elementos radicales declarados «non gratos» por el régimen de Mohamed VI que acaban predicando su ideología de odio en las tres mezquitas melillenses consideradas peligrosas. La misma fuente asegura que, pese a no haber recibido instrucciones al respecto, muchos como él extreman la seguridad por lo que pueda pasar.
Esbozar un perfil del terrorista potencial tampoco se antoja fácil. En esto también hay unanimidad entre los expertos: no hay un patrón fijo ni reglas. Los musulmanes que acaban atrapados por esta corriente extrema son de todo tipo. Jóvenes educados o sin formación, desarraigados o plenamente integrados. Muchas veces es un suceso sin importancia aparente lo que hace saltar la chispa y les impulsa a emular a sus correligionarios. Este terrorismo de nuevo cuño en el que apenas hace falta un objeto punzante y aguardar la ocasión adecuada, resulta mucho más difícil de perseguir por parte de las fuerzas de seguridad. Se trata de un salto cualitativo del terror que puede acechar agazapado en cualquier esquina de cualquier ciudad.
@Menos de la ilustración, Macarena Gutierrez/La Razón