"Mientras el granjero mostraba cómo preparaban la bilis, me alejé del grupo, bajé unas escaleras y entré en una habitación oscura donde había filas y filas de pequeñas jaulas con osos vivos, casi inmóviles (algunos con más de 13 años cautivos allí). Como víctimas de una tortura medieval, estaban enfermos, con heridas infectadas por catéteres metálicos insertados en sus estómagos e hígados... De pronto sentí un suave toque en mi hombro: me volví y era una hembra de oso luna que estiraba su mano a través de los barrotes. Sin pensarlo, tomé su mano mientras miraba sus tristes y oscuros ojos, prometiéndole que algún día volvería para liberarla"
Esta triste historia de Jill Robinson, trabajadora de la International Fund for Animal Welfare, nos muestra la brutalidad del hombre, que es capaz de torturar a estos animales con el objetivo de ganarse unos pesos en la venta de la bilis que, dicen ellos, cura la impotencia sexual, el cáncer y las enfermedades hepáticas.
La denuncia de esta atrocidad la hizo Robinson en 1993 sin que hasta ahora nada haya pasado que detenga a estos criminales; por el contrario, están de moda las llamadas ´granjas biliares` en China, Corea y Vietnam, donde los gobiernos favorecen esta práctica que ha diezmado la población de osos y que consiste en hacer una perforación permanente en el abdomen del animal, a la altura de la vesícula. Por el agujero que resulta de ello succionan la bilis, proceso que se repite durante varios días y es tan doloroso para los osos que se les cubre el estómago con una especie de chaleco de metal para evitar que se suiciden golpeándose en el estómago para suspender el dolor.

A diferencia del salvaje hombre, que sigue torturándolos, en días pasados una osa dio un claro ejemplo de amor y de inteligencia en una remota zona de la China. Ella, cuando escuchó a su cachorro gritar luego de que le estuviesen perforando el vientre, encontró una manera de escaparse de la diminuta jaula y se lanzó en busca de su hijo. El trabajador que practicaba el miserable procedimiento huyó despavorido y la osa aprovechó para abrazar a su cría hasta estrangularla. Posteriormente se azotó contra una pared, con tal fuerza que logró morir.
Es increíble el grado de maldad y de inconsciencia de esta ‘civilización humana’ que va hasta el extremo de obligar a los animales a matar a sus hijos y a suicidarse. ¡Y pensar que todavía nos creemos superiores!
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Jairo Martinez/Vanguardia.com