João Maia, auténtico maestre de armas de la Orden del Temple, destaca la relación entre los frailes guerreros portugueses y los de la Valencia medieval
El templario y esgrimista João Maia, en el castillo de la ciudad portuguesa de Santa Maria da Feira. P. Cerdà
«El Código Da Vinci» los puso de moda en la ficción, pero aún hay templarios de carne y hueso. Es el caso del maestre de armas João Maia, templario portugués y profesor de esgrima que estos días participa en el festival medieval más importante de Europa: el Viaje Medieval de Santa Maria da Feira, cercano a Oporto. Él reivindica los lazos entre los templarios portugueses y los de la Corona de Aragón, y la vigencia de sus valores.
Paco Cerdà | santa maria da feira (portugal)Si la saudade es la mezcla portuguesa de añoranza y nostalgia, en la ciudad lusa de Santa Maria da Feira „28 kilómetros al sur de Oporto„palpita el recuerdo impregnado de morriña por el esplendoroso Portugal de la Edad Media. Es saudade de aquel reino que pasó a la historia por sus grandes descubrimientos a través de viajes marítimos y románticas exploraciones que desembocarían en el todopoderoso Imperio portugués, el coloso político del Quinientos que veía nacer el sol en Papúa Nueva Guinea y que saboreaba el atardecer desde Brasil.
En esta primera quincena de agosto, Santa Maria da Feira emprende un viaje medieval de once días que hoy llega a su fin para recrear el medioevo portugués. Es el festival medieval más grande de Europa con cifras que marean: medio millón de personas visitan este gigantesco decorado de 33 hectáreas donde más de 2.000 personas trabajan diariamente para recrear un periodo de la historia lusa. Ropajes de época, antorchas de fuego, escudos y banderas, batallas nocturnas, torneos y justas con caballo, lanza y espada ante espectadores tan salvajes como los del siglo XIII, música callejera medieval de gaita, tarota o dulzaina, suntuosos desfiles, más de 200 artesanos, prohibición de comprar Coca-Cola, café o tabaco en el recinto „aún no se habían descubierto en esa fecha„, señales de tráfico ocultas o puristas que camuflan el móvil debajo de la capa para hablar por teléfono para no pecar de anacronismo.
Es un enorme teatro donde cada uno representa su papel para rememorar, en esta edición, el tiempo del rey Alfonso II de Portugal. Aquel monarca subió al trono en 1211 y desafío el dicho portugués que advierte que «de Espanha, nem bom vento nem bom casamento», pues contrajo matrimonio con Urraca de Castilla, hija de Alfonso VIII de Castilla. Al monarca portugués hoy lo representa con barba recortada y una imponente corona José Regal, que tiene 40 años. «Es un honor „explica„ encarnar a este rey que unificó las leyes de Portugal y promovió las primeras Cortes tras unir la nobleza y el clero. Con esta corona, yo mando, yo gobierno. Aunque en realidad hoy manden la Troika y China», ironiza este Alfonso II antes de admitir que «es difícil recuperar el pasado glorioso de Portugal».
De viaje entre Oporto y Santa Maria da Feira, al guía turístico Ricardo Gaetano se le hace notar que la ciudad de Oporto, mecida por el embelesador aire decadentista que le dan los edificios deteriorados por una ley que protege los alquileres de renta antigua y que disuade a los dueños de hacer reformas, está plagada de monumentos, placas y alusiones a la Edad Media. «Es que las gestas y los héroes medievales son el periodo que más les gusta recordar a los portugueses», responde. Ahora, en plena depresión económica de un país rescatado por Bruselas y siempre al borde del abismo político, los portuenses o tripeiros han de conformarse con las victorias de su equipo de fútbol, el FC Porto, ganador en los últimos diez años de ocho ligas, una Champions League, una Europa League y una Intercontinental. No extraña que el propio Ricardo lleve en las costillas un tatuaje con el escudo de su equipo y tres palabras que certifican fidelidad al Oporto «hasta la muerte».
Una verdad entre mentiras
Dejando atrás el río Duero y corriendo en paralelo al mar Atlántico, Ricardo enfila su coche por la carretera abierta entre una vegetación abundante y regresa a Santa Maria da Feira, donde entre tanta mentira medieval se esconde una verdad con sabor a la Valencia de Jaume I. La verdad la encarna João Maia, un templario portugués auténtico cuyo hábito blanco estampado con una cruz roja patada, alisada y redondeada a la altura del corazón no es ningún disfraz. João, de 43 años, es templario de verdad, uno de los 5.000 que quedan en Portugal. Es maestre de armas en la Orden del Temple, trabaja de maestro de esgrima histórica y es investigador de historia militar. Especialmente, investiga esta orden que lo hipnotizó desde niño. «Tengo antepasados militares y a mi padre le gustaba mucho la historia de las órdenes militares y, en concreto, la de los templarios. Siempre decía que Portugal había sido un proyecto templario, porque el primer rey de Portugal no hubiera conseguido unir un reino en Portugal sin la ayuda de los templarios. Como la Corona de Aragón», destaca João Maia.
Es cierto. El papel de los templarios en el Reino de Valencia fue clave: se encargaron de la educación del rey Jaume I cuando murió su padre en la batalla de Muret y el heredero al trono quedó huérfano con sólo cinco años. Después, los templarios aportaron fondos a las campañas militares de Jaume I y guerrearon con él en la toma de Mallorca de 1229 y en las cuatro guerras entre 1233 y 1258 en las que se configuró el Reino de Valencia. Beneficiados por el Llibre del Repartiment y por ambiciosas operaciones de compra, los frailes guerreros del Temple llegaron a forjar, según el historiador Enric Guinot, «el Estado señorial más grande de todo el Reino de Valencia al hacerse con más de la mitad del Maestrat de Castelló».
En Portugal ocurrió algo similar. Los templarios fueron claves en la conquista cristiana. Pero, a diferencia de otras partes del cristianismo, los «caballeros de Cristo» portugueses consiguieron salvar el cuello tras la bula papal de 1312 que ordenaba la liquidación de la orden por «herejía» y pudieron cambiar de nombre para integrarse en la nueva Orden de Cristo.
De aquella cacería han pasado siete siglos bañados por los ríos de tinta que se ha vertido sobre esta orden. Por ello es tan sugerente la personalidad de este maestro templario. «Desde niño „cuenta João en el castillo medieval de Santa Maria da Feira„ me interesó toda la ética y los valores de los templarios. Leí mucho y quise saber más. Empecé a estudiar y a estudiar€ hasta que me he convertido en un caballero templario». Su investidura en un ceremonial de ecos atávicos tuvo lugar después de que unos caballeros templarios lo vieran en un espectáculo de esgrima y recreación histórica en el que hablaba de templarios. «Estuvieron cerca de un año investigando mi vida para ver qué hacía y para comprobar mis comportamientos y mis valores. Y un día contactaron conmigo y me invitaron a entrar en la Orden del Temple. Eso me hizo muy feliz, porque era un sueño desde la niñez», destaca.
João Maia reivindica los valores templarios del siglo XXI. «La humildad, la tolerancia étnica, racial o religiosa, el pacifismo, la ayuda a los necesitados€». Considera que «ahora es importantísimo ser templario». «Este mundo necesita templarios. De hecho, el templario es hoy más importante que nunca en la sociedad porque primamos la lucha por la justicia social, y éste mundo es injusto. Vivimos en una dictadura democrática, una dictadura del consumismo. Es una democracia entre comillas, y nosotros estamos para cambiar esas mentalidades. Los templarios fueron en el siglo XII unos visionarios y estuvieron al frente de la mentalidad de la época». Ahora, dice, vuelven a estar listos para la nueva cruzada del siglo XXI.