Corría el año 1738, cuando el papa Clemente VII (curiosamente, de nuevo un Clemente de nefasto recuerdo), dictó la bula In Eminente, contra toda liberalidad de pensamiento, considerando esta libertad como un ataque contra la Iglesia y su representante, el Vaticano. El pecado era simplemente reunirse de forma secreta y su consecuencia, el despertar humanista del hombre como centro del universo, germen de las posteriores revoluciones liberales y de la actual sociedad.
A esta bula, le siguieron otras como la Providas de Benedicto XIV, la encíclica Humanus Genus, la encíclica Qui Pluribus, la Quanta Cura y una larga lista de decretos intolerantes hasta la matización realizada en el Código Canónico de 1983, promulgado por el papa Juan Pablo II, donde se matiza, en el canon 1374, que será castigado con interdicto (negación de sacramentos) a quien se adhiera a alguna asociación contraria a la Iglesia Católica. Como curiosidad, una involución realizada por el Cardenal Ratzinger en el año 1981.
Hoy, en pleno Siglo XXI, aún encontramos católicos confesos que, resucitando evidentes errores de intolerancia, que debieran ser rectificados en su momento, actúan de una forma intransigente e impropia de quienes pretenden llegar a ser, algún día Caballeros de Cristo.
A ellos me dirijo con una invitación para debatir en abierto o cerrado, en foro público o privado y defender sus argumentos de forma clara y constructiva.
Cuando algunos leen y aplican la bula In Eminente, cuando yo les recordaría la bula Vox i excelso y su confirmación Ad providam, las cuales siguen vigentes en la actualidad, al tener calidad de perpetuas.
Fdo. Antonio Sampol
Un eterno aprendiz.