Fue a primera hora de la mañana. El estruendo de unas explosiones dejó paso primero al estupor y después al dolor, a la rabia contenida, al pensamiento de que había que ayudar. Madrid reaccionó como suele reaccionar ante las situaciones más dolorosas, más terribles, ayudando, prestando auxilio, socorriendo, llorando mientras se mueve, con el corazón roto por el dolor mientras lleva consuelo a las víctimas.
Taxistas llevando heridos y después a familiares de manera totalmente gratuita, gente anónima ayudando a levantarse a heridos por la metralla. Personas desconocidas prestando sus hombros para que otras, que iban en los trenes, lloren sobre ellos. Colas interminables para donar la sangre necesaria que salvara vidas. Cientos, miles, de llamadas de teléfono a los cuerpos de seguridad y sanitarios ofreciéndose para lo que hiciera falta. Médicos, enfermeras. auxiliares, celadores, el personal sanitario fuera de servicio llegándose a sus hospitales para atender voluntariamente a los heridos.
Madrid es así. No sabe ponerse a llorar y esperar. Madrid se crece en la desgracia, sus gentes llorarán luego, más tarde, cuando estén atendidos todas las víctimas y sus familiares, cuando ya no quede ni una sola persona a la que atender. Mientras, aprietan los labios, controlan su dolor para que no se desborde en esos momentos cruciales y trabajan por paliar el mal. Luego si, luego el llanto contenido, la rabia acumulada contra esos bastardos hijos de puta se desborda y como una sola persona, Madrid sale a la calle, se manifiesta, rechaza enérgicamente los atentados, pero las víctimas, 191 muertos y más de 1.500 heridos ya están atendidas, ellas y sus familiares. Solo entonces, Madrid llora.
SIEMPRE ESTARÉIS EN NUESTRO RECUERDO. MADRID NO OLVIDA.