Cuento Sufi del libro “El buscador de la verdad” de Idries Shah.
Había una vez dos personajes en la ciudad de Bistam que se aborrecían mutuamente debido a una vieja rivalidad. Ambos, casualmente, querían estudiar los secretos del orígen y el destino del hombre con el renombrado
sabio Alí Beg, cuyo domicilio estaba en un lugar lejano de Persia.
Pero Alí, antes de verlos, escribió a otro sabio, Ibn Hamza, que vivía cerca de Bistam, y le pidió que hablase con ellos en su nombre. Pero ambos rehusaron visitar a Ibn Hamza.
El primer personaje dijo:
- Yo quiero la raíz, no la rama.
El segundo dijo:
- Ibn Hamza es un don nadie.
Entonces Ibn Hamza comenzó a esparcir rumores insultantes acerca de los dos postulantes a iluminados. Después de algunos meses, escuchando cuentos venenosos acerca de ellos por todas partes y habiéndolos seguido hasta su origen en Ibn Hamza, los dos arístocratas se sintieron ambos atacados, se reconciliaron y, unidos en su ira contra Ibn Hamza, fueron a verle llenos de furia. Descargaron su cólera en Ibn Hamza, olvidando completamente todos los consejos de sabiduría que habían escuchado a lo largo de sus vidas.
- ¿Sabes por qué hemos venido a verte, mísero despreciable? – gritaron tan pronto llegaron a la presencia de Ibn Hamza.
- Sí, lo sé – contestó Ibn Hamza -, habéis venido:
Primero, porque Alí Beg quería demostraros lo superficiales que eran vuestros “profundos” sentimientos de enemistad mutua.
Segundo, porque era necesario que mostraseis que vuestros sentimientos superficiales podían ser manipulados fácilmente para haceros venir aquí, a pesar de que individualmente al principio habíais decidido no hacerlo.
Tercero, porque, aunque desobedientes a las órdenes de Alí Beg, se os podía demostrar que ciertos deseos deben ser llevados a cabo.
Cuarto, estáis aquí de modo que otras personas presentes en este momento puedan aprender, y vosotros podáis ser sus maestros inconscientes en esta transacción.
Quinto, porque ambos, Alí Beg y yo, teníamos la necesidad de mostrar a la ingrata población local, saturada de suspicacias y deleitada en esparcir rumores tales como los que yo inicié acerca de vosotros dos, que nosotros, hombres de corazón, no somos sus víctimas inevitables, sino que también sabemos emplear sus acciones dañinas contra su misma malicia.
Sexto, vosotros estáis aquí porque, como consecuencia de los anteriores acontecimientos, hechos y explicaciones, existe la posibilidad de transformar una picadura en remedio, y un arma en un instrumento valioso.
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