Dijo Ortega y Gasset: “Hagamos no lo que nos gusta, sino lo que hay que hacer. Digamos no cualquiera cosa, sino lo que hay que decir”. Eso es lo que Julio Anguita ha hecho en la vida y ha colocado encima de la mesa de nuestra existencia un valor que todos respetan: la coherencia. Hasta los medios de comunicación más ferozmente anticomunistas trataron con respeto su figura nada más conocerse su muerte. Ése es el valor de la coherencia: que en toda persona que la posea se respetan sus principios sean del color que sean. Una coherencia acompañada por argumentos sólidos con los que se puede estar de acuerdo, a medias o de ninguna manera, pero a los que se les reconoce su rigor y su profundidad. Eso lo sabemos muy bien en la universidad cuando asistimos como miembros de un tribunal a la defensa de una tesis doctoral que no es conforme a nuestros planteamientos intelectuales pero que vemos que está trabajada y bien estructurada: por lo general, se le indica al aspirante que se discrepa pero que su trabajo es un gran trabajo de investigación con su metodología personal.
Probablemente a Anguita le hubiera gustado también hacer y tener otras cosas materiales en la vida pero para él no eran necesarias, por tanto, ha hecho lo que tenía que hacer: rechazar pensiones por ejercer la política y otras prebendas y no aprovecharse de todos los contactos que da el poder político para seguir en plan relumbrón por ahí, viviendo a costa de la profesión de “antisistema” sino que ha ejercido como tal contra viento y marea porque ha creído que eso es lo que tenía que hacer.
Ahora bien, ese es el principal legado de Anguita, la coherencia, el reto que nos deja y por el que será olvidado y recordado sólo de manera al mismo tiempo rutinaria, romántica y mítica, utilizada su imagen como la de un santo cualquiera o como la del Che Guevara o como la de Pepe Mújica o Nelson Mandela. A todos los sacan los progres a la calle en procesión de vez en cuando, les cantan unas saetas y luego se van a casa, uno de ellos –alabado por Anguita, aún no entiendo por qué- se irá a su gran casona en la zona de Madrid a seguir insultando a unos y a otros y además sin gracia ni ingenio porque tanto Anguita como, por ejemplo, Alfonso Guerra, han lanzado puyazos que han dolido más que los de Iglesias sin necesidad de malas palabras pero sí de acertadas frases, estilo Góngora y Quevedo, no estilo gañán de caverna.
Los puyazos de Anguita lo convirtieron en la conciencia del PSOE y en concreto de Felipe González y de los traidores de su propio partido PCE-IU. Oh, el trío maligno, dijeron: el político (Anguita), el periodista (Pedro J.) y el juez (Baltasar Garzón). A por ellos. Juzguen ustedes dónde están ahora, por mucha influencia que aún tenga Pedro J. Así es el poder, con el que se alió el Grupo Prisa y el corazón de Anguita, el que no ha fallado a la hora de cumplir la estadística: a ver quién, en estos tiempos, supera tres infartos graves. Y menos mal que se ha librado del Sars covid2.
El reto de Anguita es su comunismo, un listón muy alto para el ser humano, si Marx dijo que él no era marxista, Anguita y otros pocos nos dejan bien claro que son las excepciones que confirman la regla. El cantautor norteamericano Franz Zappa sentenció algo muy sencillo y evidente en lugar de hablar tanto de China, Cuba, Maduro y otras demagogias: "El comunismo no funciona porque a la gente le encanta poseer porquerías". Supongo que Anguita sabría esto, le “reñía” a la gente en sus mítines por ésa y otras causas, pero él hizo lo que tenía que hacer y dijo lo que tenía que decir y luego fue coherente con sus palabras, acaso nos anunciaba un futuro lejano donde a la gente no le gusten las porquerías, acaso su persona fuera un simple error de la naturaleza humana.
@elcorreoweb.es/RAMÓN REIG