Si el significado de la Eucaristía consiste en que, sentados en torno a una misma mesa, compartimos el pan y el vino de la vida de Jesús, para amarnos como hermanos según Él mismo nos mandó, ¿la realidad de nuestra vida y de la sociedad cristiana en que vivimos, es coherente con lo que nos mandó celebrar Jesús? ¿Nuestras misas, nuestras custodias, nuestros ropajes, nuestras procesiones, nuestras calles cubiertas de flores, nuestras músicas… las acogería y aprobaría Jesús?
Podemos dejar algo bien claro: las palabras de Jesús en su Última Cena hay que entenderlas en su significado obvio: el pan y el vino, que tomamos cuando nos reunimos para hacer memoria de él, son un símbolo de que necesitamos alimentarnos de Él, hacer nuestra su propia vida, asimilarla para consumirla y derramarla en beneficio de los demás. Sin pan no hay vida, sin la enseñanza y espíritu de Jesús no hay vida. Si en Él y como Él vivimos, seremos pan y vino que alimentan, que producen vida.
Entonces, se hace inevitable la pregunta: ¿La interpretación dada a la Cena como sacrificio, responde a la verdad histórica y es concorde con los Evangelios? Creo que está aquí el nudo de la cuestión. Admitamos que la Última Cena sea un Sacrificio, ¿pero en qué sentido?
La historia de lo que le ocurrió a Jesús es muy simple: Él es un profeta, se opone a toda ley inhumana, repudia el rumbo exhibicionista de una religiosidad interesada en las apariencias, propone una nueva imagen de Dios como Bondad sin fin y sin discriminaciones, ataca el objeto más sagrado para el israelita, el Templo, asociado a mercado y cueva de bandidos, hace el bien en modo y tiempos no oficiales, atestigua con autoridad que en el Reino del Padre entran primero los samaritanos que los fariseos, las prostitutas primero que los justos, los que han padecido primero que los que han gozado, los bondadosos de corazón primero que los poderosos, los operadores de la paz y de la justicia primero que los mojigatos que sacrifican animales.
No sé hasta qué punto todas estas motivaciones, determinantes en el proceso de Jesús y de una sentencia que le llevó al Calvario, han sido borradas de la memoria de los fieles y del rito dominical de la eucaristía. Porque lo que aparece claro es que, en la vida de Jesús, nada le hace actuar como una víctima o un cordero disponible para el matadero.
Ciertamente no dice que va a morir por los pecados del mundo, sino que es espiado, perseguido y condenado por blasfemo y sedicioso. Se ha hecho hijo de Dios y es un revolucionario político que pone en peligro la legitimidad del Gobernador romano. Y, para estos casos, las autoridades reservan la crucifixión.
Las autoridades civiles son el Prefecto romano (Poncio Pilato) y las autoridades religiosas el Sanedrín en pleno (Senado de 71 miembros, compuesto del alto clero, de la aristocracia laica y de los jefes rabinos).
En nuestro modo de celebrar la Cena del Señor como Sacrificio, ¿no se percibe, al presentar a Jesús como altar, sacerdote y víctima, un intento de modelar las mentes de los fieles en las actitudes de autoinmolación y así obedecer a los mediadores entre Dios y el pueblo, tal como Jesús que habría obedecido pasivamente? Vastísima es, en este sentido, la literatura relativa a la transustanciación de la hostia y casi nula la dedicada a la transustanciación de los cristianos, cosa que choca con el objetivo de Jesús, que se fija primordialmente en que sus seguidores cambien sustancialmente su modo de pensar y de actuar.
“A Jesús -escribe Rufino Velasco- no le interesa mínimamente modificar de un modo omnipotente un trozo de pan, ni que los fieles de medio mundo se reúnan para un rito semanal sin modificar la propia existencia. En continuidad con los profetas, recuerda que el Padre odia los sacrificios y le agradan sólo las plegarias seguidas de una cuidadosa atención hacia los necesitados y excluidos, porque ´La santidad habita en quienes de verdad escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica´” (Lc, 11, 27-28). Y prosigue: ”De la vida de Jesús es difícil deducir que tuviera mucho interés en que la hostia estuviera consagrada por un erudito representante. Su invitación es que los discípulos se saluden, se hablen con sinceridad, estén ligados con vínculos de amistad. Que sean una prolongación de la naturaleza amorosa de Dios. A una asamblea muda prefiere una en que sea posible hablar de las heridas personales, sin bloqueos, sin los fantasmas de la omnipotencia y donde se puedan volver a coser las relaciones fraternas desgarradas
@Religión Digital/Benjamín Forcano
Parte final del artículo de Benjamín Forcano en Religión Digital, "La primera Misa de Jesús es una alternativa al virus del imperio romano, del sanedrín judío y al coronavirus actual".