En modo alguno merece ser silenciado el segundo y principal milagro que, entre otros, la divina Providencia se dignó realizar, valiéndose de Isidro, el siervo
de Dios.
[...] se convirtió en humilde arrendatario de un caballero de Madrid a cambio de un sueldo anual. Así que, en esta condición de alquilado, establecido en el campo cerca de la Villa, pasaba la vida trabajando en compañía de su mujer y daba a Dios lo que era de Dios y a los vecinos la debida fraternidad. Pero algunos de
éstos se presentaron al caballero, cuya propiedad trabajaba Isidro por la paga conocida, y lo acusaron en los siguientes términos: «Venerable señor, nosotros,como conocidos y subordinados tuyos, confesamos que esta es la verdad: [...]
Sabed, con toda seguridad, que aquel dicho señor Isidro, a quien elegisteis para trabajar vuestra posesión en el campo por un sueldo anual, levantándose muy de madrugada y después de abandonar el ineludible trabajo del campo para ausentarse, se va a visitar todas las iglesias de Madrid, so pretexto de orar en ellas. Así, puesto que ya avanzado el día vuelve muy tarde al trabajo, no cumple ni siquiera con la mitad de la faena establecida. Por lo demás, no nos tengáis por malévolos o envidiosos al haberos expuesto lo que era útil y provechoso para vuestra casa.»
Después de oír esto, el propietario se desconcertó y, personándose al día siguiente, se irritó al comprobar que era cierto lo que se le había denunciado y acercándose al santo varón le reprendió con dureza. Pero el bendito Isidro, ya aleccionado en la paciencia cristiana, respondió con estas sencillas palabras «Queridísimo y venerado señor, a cuyo patrocinio me he sometido, sinceramente os manifiesto que no quiero ni puedo en modo alguno separarme del Rey de reyes ni de la
grey de los Santos ni de su servicio. Mas, si teméis que por demorarme en comenzar mi trabajo, disminuya la riqueza debida en los frutos de las cosechas, estoy dispuesto a restituir por completo la merma denunciada por los vecinos.
Por ello, os suplico por vuestra bondad que en modo alguno toméis a mal que cumpla con mi deber como siervo del Señor, sin perjudicar vuestro interés».
Oídas estas palabras, el honrado caballero volvió a su casa con la concesión de esta modesta gracia, mas un tanto dudoso sobre lo que había escuchado. [...] Isidro [...] se empeñó en no dejar su costumbre de visitar con asiduidad las iglesias de Dios para rezar, [...]
Pero el susodicho patrono, a cuyas órdenes estaba Isidro, planeando comprobar lo que hacía el hombre de Dios, un día se levantó muy temprano y poniéndose en camino, se escondió al abrigo de una cueva para ver con sus propios ojos lo que hacía. Y como hubiese comprobado que el siervo de Dios volvía demasiado tarde de su recorrido habitual y juzgase que aplicaba su mano en el arado de
una forma, por decirlo así, negligente, se afligió ante la evidencia. Por lo que, alterado, salió para recriminarle duramente por esto. [...] mientras el citado caballero se dirigía irritado contra el servidor de Dios, vio de repente en el mismo campo, por designio del poder divino, realizando el trabajo de labranza, que dos yugadas de bueyes de color blanco, que araban al lado del siervo de Dios y sin propietario, labraban el campo rápida y resueltamente.
Advertido y asombrado por esa visión, se detuvo en su avance lleno de estupefacción y pensando con desconcierto qué era esto. Pero, sabiendo de antemano que Isidro no tenía ninguna ayuda humana, casi a la fuerza tuvo que creer que al varón de Dios no le faltaba auxilio divino. Así, pues, mientras que con gozo y admiración se aproximaba a indagar y enterarse de cerca de qué se trataba, volviendo un instante los ojos a otra parte y dirigiéndolos de nuevo al cultivo del campo, no vio labrar a otro más que al servidor de Dios, Isidro; mientras le daba muchas vueltas en su corazón a aquel prodigio, finalmente llegó a entender su significado y, después de saludar, el patrono, con mucha discreción, le hizo al
siervo de Dios, Isidro, la siguiente pregunta: «Te ruego, por Dios, a quien tú fielmente sirves, que me dejes ver a los ayudantes que te acompañaban poco antes en tu trabajo del campo. Pues yo vi contigo a algunos otros que te ayudaban a labrar, pero se han desvanecido repentinamente de mi vista en un abrir y cerrar de ojos». Entonces el justo varón de Dios, muy consciente, respondió con esta
sencillez: «En presencia de Dios, a quien sirvo según mis posibilidades, os manifiesto honestamente que en esta labranza ni he llamado ni he visto ayudantes algunos, excepto a Dios, a quien invoco e imploro y siempre lo tengo como ayuda».
Entonces el propietario, impresionado en su corazón por estas cosas que había visto e iluminado por el cielo, comprendió que la gracia divina residía en el siervo de Dios. Y así, inmediatamente antes de marcharse del campo, le dijo: «Desprecio todo lo que me dijeron los aduladores o chismosos; desde ahora, pues todo lo que poseo en este campo, lo dejo bajo tu poder y también todo lo que
sea necesario hacer, lo dejo a tu libre decisión». [...] ^^'
@Fragmento de "Isidro, el varón de Dios, como modelo de sincretismo religioso
en la Edad Media*
MATILDE FERNÁNDEZ MONTES