BENEDICTO XVI: TODO ABUSO ES UN PECADO Y UN CRIMEN

La verdad os hará libres Simposio en el Vaticano sobre abusos sexuales  

Se llama Marie Collins, es irlandesa y tiene 65 años. Su reciente testimonio acerca de los abusos que un sacerdote le infligió en su adolescencia ha dado la vuelta la mundo.

Era media tarde del martes 7 de febrero en un aula de la Pontificia Universidad Gregoriana. Ante una treintena de representantes de órdenes religiosas y alrededor de 110 obispos, Marie Collins se disponía a ofrecer su testimonio. Esta irlandesa de 65 años sufrió abusos sexuales por parte de un sacerdote mientras estaba ingresada en un hospital.

“Han pasado cincuenta años y no lo puedo olvidar. Aquellas visitas nocturnas a mi habitación cambiaron mi vida”, empezó diciendo. Estaba en la etapa más vulnerable de su vida -tenía 13 años-, por lo que la presencia de un capellán aumentaba su seguridad. El capellán en cuestión era ya un abusador, pero Marie no lo sabía. Le tenía por representante de Dios en este mundo y no albergaba la menor duda acerca de la confianza sin límites y del respeto reverencial que tenía que depositar en él.


Sin embargo, poco tardó Marie en darse cuenta de que el sujeto de marras no correspondía a lo que ella entendía por sacerdote. “Cuando empezó a tocar y a tomar fotografías de las partes más íntimas de mi cuerpo, yo me resistí. Pero me dijo que era un sacerdote, que no podía actuar mal y que yo era estúpida si pensaba lo contrario”.

En ese momento surgió en la mente de Marie una confusión de la que tardaría años en reponerse, pues “los dedos que abusaban de mi cuerpo durante la noche eran los mismos que me ofrecían la sagrada hostia a la mañana siguiente”. Su sufrimiento no solo no cesó al salir del hospital. Se libró de su agresor pero no de su sombra: esta se siguió proyectando sobre Marie durante décadas. Ahora, le tocaba padecer las secuelas de aquella trágica estancia hospitalaria.

Puñalada

Cuando salió del hospital, Marie ya no era la niña confiada, despreocupada y feliz que había sido antes de padecer los abusos. Dijo en Roma que pasó sola su adolescencia “para que no descubrieran que estaba sucia”. A medida que iba creciendo, empezó a sufrir una serie de depresiones. Ni su matrimonio ni el nacimiento de su hijo lograron borrar las terribles huellas.

Tuvo que esperar a la cuarentena para sentirse capaz de hablar acerca de lo que le había sucedido casi treinta años antes. Marie eligió como primer interlocutor a un médico. Este le sugirió que transmitiese su caso a la Iglesia. Marie siguió el consejo y se puso en contacto con un sacerdote.


Pero, en vez de recibir apoyo, comprensión y consuelo, tuvo ‘derecho’ a una puñalada. “Me dijo el cura que lo que había sucedido era probablemente mi culpa. Aquella respuesta me rompió. Hizo que resurgieran en mí los viejos sentimientos de culpa y de vergüenza”. El resultado fue otra década más de silencio. Hasta que otros casos de abuso empezaron a aparecer en los medios de comunicación.


Entonces, decidió escribir directamente a su obispo. De nuevo tuvo que volver a tragar quina cuando se percató de que su agresor se beneficiaba de la protección de sus superiores: pese a su denuncia, el sacerdote siguió preparando a niños para la confirmación. Más: Marie seguía recibiendo palos desde el ámbito eclesiástico. “Me dijeron que yo estaba contra la Iglesia, que el caso era viejo y que no era bueno empañar la reputación del sacerdote”.

Por fin, logró que el sacerdote respondiera ante un tribunal. Fue condenado y pasó un tiempo detrás de los barrotes. “Solo entonces, mi vida empezó a cambiar. Ahora ya no está en ruinas. Tiene sentido y valor”. Los presentes en la Gregoriana -entre los que se encontraban varios cardenales enmudecieron.

Prioridad a las víctimas

Al terminar el simposio, Collins -que, según Alfa y Omega, todavía no ha vuelto del todo al catolicismo pero colabora con su diócesis en la prevención de abusos- mostró su satisfacción en declaraciones al canal televisivo Rome Reports porque “ahora la Iglesia está empezando a cambiar y este simposio es el mejor ejemplo de ello. Lo demuestran las políticas protectoras que han puesto en marcha: de ahora en adelante, ningún católico con hijos podrá tener motivos para sospechar de un sacerdote”.


Razón no le falta. Porque el simposio de Roma ha servido para evidenciar de forma definitiva que ya nada será igual en el seno de la Iglesia Católica en lo referente a abusos sexuales. Un botón de muestra es el alto nivel de la delegación que el Vaticano envió a la Gregoriana.


La encabezaba el cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir, el jefe del dicasterio más importante después de la Secretaría de Estado. También acudió el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la estratégica Congregación de los Obispos, y la homilía corrió a cargo del cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.


Benedicto XVI, por su parte, envió un mensaje del que se desprenden tres líneas maestras. La primera, que la curación de las víctimas sigue siendo prioritaria. La segunda, que los casos de abusos han de servir para llevar una profunda renovación de la Iglesia en todos los niveles. Por último, apeló a “responder con caridad evangélica al desafío de ofrecer a los niños y a los adultos indefensos un ambiente que conduzca a su crecimiento humano y espiritual”.

Precisamente, la principal novedad del simposio satisface plenamente la petición del papa: la archidiócesis de Múnich acogerá el nuevo Centro de Protección de Menores, que estará operativo a partir de septiembre. Lo supervisará el jesuita Hans Zollner, vicerrector de la Gregoriana; de su gestión diaria en la capital de Baviera se encargará el profesor Hubert Liebhardt.


La finalidad del centro consiste en perfeccionar los métodos para prevenir los abusos. Los alumnos serán, en su gran mayoría, sacerdotes, aunque también está previsto que se matriculen diversos responsables educativos.


Sin embargo, el anuncio de esta novedad no debe ocultar otro de los platos fuertes del simposio: la manera en que acaeció el reconocimiento de culpa por parte de la Iglesia. No es la primera vez que la Iglesia admitía errores, pero hasta ahora no había ocurrido semejante cosa en un marco tan solemne.

Las palabras más contundentes salieron de la boca del cardenal arzobispo de Múnich. Monseñor Reinhard Marx dijo que fue un terrible error proteger a la Iglesia antes que a las víctimas. “Se produjo un intento de ocultar la verdad en lugar de reconocerla en toda su amargura”. El purpurado añadió que se ignoró sistemáticamente a las víctimas y que los errores han propiciado que la Iglesia sufra una pérdida global de credibilidad de la que aún tiene que recuperarse. Además, señaló que la intervención de la justicia civil no es una injerencia en asuntos de la Iglesia.

John Doe 16

No menos tajante en materia de cooperación judicial se mostró monseñor Charles Scicluna, brazo derecho de Levada en Doctrina de la Fe. “Los abusos a menores no son solo un pecado, sino también un delito”.


Semejante severidad para consigo misma tenía que desembocar en una noticia positiva. Esta se produjo al día siguiente de que terminase el simposio de la Gregoriana.


El 10 de febrero, el abogado norteamericano Jeff Anderson notificó a la Corte de Distrito de Wisconsin el archivo -o sea, la renuncia- respecto de la acción judicial conocida con John Doe 16 contra Santa Sede. John Doe 16 -es una identidad falsa que le ha puesto la justicia- es un discapacitado que padeció abusos por parte de un sacerdote en una escuela para sordos situada en Milwaukee.

Al apuntar directamente a la Santa Sede, Anderson pretendía recalcar la responsabilidad directa de Roma en todos y cada uno de los casos de abuso; normalmente son responsables los obispos y demás superiores directos de los sacerdotes abusadores. Hace unos meses, en una muy mediatizada comparecencia, Anderson llegó a pedir nada menos que la retirada de la inmunidad del papa y que la policía le interrogara en caso de que volviera a pisar suelo estadounidense.


Ahora, es él mismo el que reconoce su derrota. No obstante, el letrado de la Santa Sede, Jeffrey Leena, ha estimado oportuno recordar que fue el derecho canónico -es decir, la Iglesia- el que se adelantó a la hora de establecer la obligación de denunciar todos los casos de abuso: “Lo que no debemos olvidar es el hecho de que hace muchos años Doe fue víctima de abusos y que, como ha recordado Benedicto XVI, todo abuso es un pecado y un crimen”.

Que respondan las conciencias

Durante su intervención en el simposio, monseñor Scicluna compendió en cinco principios la nueva doctrina de la Iglesia en relación con los abusos.


El amor por la verdad solo puede traducirse en el amor por la justicia y en el empeño por determinar la verdad en las relaciones humanas.


Como participación en la verdad, la justicia implica una respuesta de la conciencia individual.


El respeto por la verdad implica confianza en el Estado de derecho, mientras que la desconfianza hacia la verdad implica desconfianza y sospecha.


La protección de los derechos se enmarca dentro de la preocupación por el bien común.


El respeto de la normas procesales ayuda a evitar distorsiones inoportunas acerca de la naturaleza pastoral de la Iglesia.

@Menos de la ilustración, J. M. Ballester Esquivias /La Gaceta